El árbol de Navidad es uno de los símbolos más distinguidos, coloridos y en ciertos casos, emocionantes durante la temporada decembrina. Su origen se remonta al siglo VIII, donde según historiadores, había un roble consagrado a Thor, en el centro de Alemania. Cada año en el solsticio de invierno se le ofrecía aquel árbol en sacrificio. Un misionero llamado Bonifacio taló el árbol ante las miradas de asombro de los lugareños, después leyó el evangelio y les ofreció un abeto que “representa la vida eterna porque sus hojas siempre están verdes” y su copa “señala al cielo”, según expertos. Desde ese momento se habrían comenzado a talar los abetos y a colgarlos en los techos durante la navidad.
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Posteriormente, se cuenta que el teólogo colocó unas velas sobre las ramas porque destellarían como en la noche invernal. Con el tiempo Estonia y Letonia se habrían disputado el haber erigido el árbol de Navidad en una plaza pública. Una vez establecida esta práctica, los germanos adoptaron la idea para expandir el cristianismo en sus tierras y mediante las guerras y conquistas, el árbol de Navidad llegó a toda Europa hasta llegar al continente americano. Aunque también existen leyendas sobre un posible origen celta, de la mitología nórdica o el cristianismo y que las luces sobre un pino fueron colocadas por el protestante Martín Lutero. Lo cierto es que esta tradición sigue transformándose y adaptándose a cada rincón del mundo, pero permanece vigente la unión de colocarlo en familia la ilusión de verlo lleno de regalos y de cerrar y comenzar un nuevo ciclo.
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