El DFM (o museo de la comida repugnante) abrió sus puertas en el corazón de la ciudad, en el barrio de Mitte. Como boleto de entrada, el visitante del museo recibe una bolsa parecida a la que se pone a disposición en los aviones para quienes se mareen.
Lo que a algunos les hace la boca agua, hará que la próxima persona sienta náuseas, provocadas por el aspecto de un plato, el olor, el sabor o simplemente su forma. Lo que es repugnante está en los ojos y en la nariz del espectador, y este está atrapado en su cultura. Este es el argumento del museo.
La comida en la exhibición no se ordena por continentes sino por grupos de productos, como si fuera un supermercado: en la entrada hay bebidas, después huevos, queso, animales, productos del mar, insectos (como "comida del futuro"), verduras, productos veganos y finalmente postres y chucherías.
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Fiel a la actualidad, la exhibición también contiene un "Menú covid" que consiste en sopa de murciélago y estofado de pangolín - ambos animales supuestamente vinculados con el posible origen de la covid- acompañados de una bebida alcohólica que se usó en Alemania contra el cólera (1831), la Tinctura Amara Mampei.
"Podemos aprender y desaprender el asco, descubrir otras culturas y otros gustos, ampliar los pequeños horizontes culinarios", añade Völker. La exhibición también intenta demostrar que las ideas de disgusto pueden cambiar con el tiempo.
Hace doscientos años, la langosta era tan indeseable que solo la comían los prisioneros y esclavos y, en cambio, hoy en día es considerada un manjar. Concienciar al visitante de cómo se trata a los animales en la cadena de producción de alimentos es otro objetivo del museo, y es por eso que al lado de la mayoría de platos hay una pantalla de televisión que muestra vídeos, por ejemplo, de como se sobrealimenta a un pato para conseguir foie gras en Francia.
(Con información de EFE)
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