Diego se considera dichoso.
A sus 49 años, este hispano de raíces puertorriqueñas mira su vida en retrospectiva y recuerda más de una desgracia, todas asociadas a las drogas. Comenzó a consumir a los 12 años, en su natal Springfield, Massachussets, cuando sus hermanos mayores empezaron a facilitarle narcóticos. A la vuelta de los 17 ya no solo consumía sino que también traficaba. Las drogas lo hundieron en una espiral de adicción, fracturaron sus relaciones familiares y lo metieron en la cárcel numerosas veces.
Pero al menos no lo mataron, dice con alivio en una entrevista telefónica.
“Yo pienso que soy afortunado. Perdí un sobrino en diciembre de 2020. He perdido dos de mis cuatro hermanos, uno en 2008 y otro en 2018. Todos de sobredosis”, cuenta, “pero yo no tengo que ser ni mis hermanos ni mi sobrino”.
Diego habla con Noticias Telemundo desde Casa Esperanza, en el área metropolitana de Boston, uno de los poquísimos centros en Estados Unidos que ofrecen servicios de desintoxicación y salud mental en español, a pesar de que el problema del consumo descontrolado de opioides dentro de la comunidad hispana es tan preocupante que la Administración de Salud Mental y Abuso de Sustancias (SAMHSA, en inglés) lo describió como una “cuestión de urgencia” en un informe especial publicado en 2020.

Con la pandemia de coronavirus —y el encierro, la depresión y el estrés financiero que trajo consigo— se disparó el consumo de opioides en el país y las muertes por sobredosis también aumentaron en un histórico 16.9% a nivel nacional, según un reporte reciente de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés), que contabilizaron más de 81,000 fallecimientos por esta causa en los 12 meses que culminaron en mayo de 2020.
Se trata del mayor número de muertes por sobredosis registrado en un período de 12 meses en la historia de Estados Unidos y uno de los factores que llevaron a reducir en un año entero la expectativa de vida en Estados Unidos, algo que no sucedía tan dramáticamente desde la Segunda Guerra Mundial. Como los CDC aún no tienen los datos completos de las muertes por sobredosis en los meses posteriores a mayo y, como la pandemia aún no termina, se teme que el saldo de muertos por abuso de opioides durante la emergencia sanitaria sea mucho mayor.
Pero de todas esas muertes por sobredosis, los latinos parecen estarse llevando la peor parte.
Los hispanos, mucho más afectados
En algunos estados, la desproporción de este golpe se ve más claramente que en otros. Por ejemplo, en Maryland, el Opioid Operational Command Center informó que, desde enero a septiembre de 2020, las muertes relacionadas con el consumo de opioides aumentaron en un 16% entre los blancos no hispanos y un 13% entre los negros no hispanos, mientras que los hispanos experimentaron un aumento del 27.3%.
Aún no hay datos completos sobre qué drogas causaron más muertes por sobredosis en 2020, pero el fentanilo y la metanfetamina (o la mezcla de ambos) parecen haber sido los narcóticos más comunes detrás de los fallecimientos el año pasado. Esto puede responder a que la importación de heroína se vio afectada por la pandemia, mientras los otros dos opioides sí han seguido circulando dentro del país con normalidad.
“Somos nosotros los hispanos quienes se están muriendo”, dice con pesadumbre Diego, a quien por momentos le cuesta creer que pudo entrar a un programa de recuperación como el de Casa Esperanza, donde los directivos aseguran que la demanda es tan alta y ha crecido tanto durante la pandemia que incluso tienen una lista de espera de decenas de latinos desde la edad de 18 años que bregan con problemas de adicción, pero pasan trabajo para obtener ayuda en español.
“Los casos que hemos recibido durante la pandemia han sido muy altos. El doble [de lo usual]”, cuenta Orlando Colón, de 55 años, quien dirige el Programa Residencial de Recuperación para Hombres, que ofrece entre seis y nueve meses de alojamiento a los pacientes necesitados de atención sostenida.
“Lamentablemente ahora estamos llenos. Cuando se vacía una de las 50 camas que tenemos, llamamos al próximo en la lista”, dice. Quienes no alcanzan a entrar y no pueden pagar una vivienda, suelen terminar en refugios o a la calle, donde es común que sigan consumiendo.
Colón asegura que la escasez de recursos para la comunidad migrante, sobre todo para los indocumentados que temen ser deportados si buscan ayuda, es una realidad triste no solo en Massachussets, sino en todo Estados Unidos. Y que la imposibilidad de acceder a tiempo al socorro necesario contribuye a agravar los problemas de adicción e incrementa los chances de muertes por sobredosis.
Los efectos se multiplican para los más vulnerables
La emergencia sanitaria ha golpeado a las personas que sufren de adicciones de numerosas otras maneras, dice el especialista.
“Hoy día muchos de ellos también han ido a tocar las puertas de un familiar para pedir ayuda y no les abren por el miedo a la pandemia”, cuenta. Los servicios de consejería en persona se han visto afectados de igual manera con las restricciones para las reuniones en grupo. “Antes había consejería directa, pero ahora mucho de esto es por Zoom y se torna más difícil”, agrega.
Antes de ingresar al programa de recuperación, Diego cumplía cárcel por un caso relacionado con las drogas. Allí, dice que la población carcelaria con problemas de salud mental también la ha tenido más difícil con la crisis del coronavirus. Quienes como él veían a un especialista semanalmente se vieron privados de la ayuda cuando esos encuentros pararon, para atender solo emergencias.

“También nos quitaron todos los programas de estudio y trabajo, y las visitas”, cuenta Diego. A otras personas adictas que también salieron libres y no tienen recursos como celulares o computadoras, dice, les está siendo arduo y poco práctico acceder a plataformas digitales para recibir la ayuda que podría salvarles la vida.
En sus 14 años trabajando en el centro bilingüe que asegura haber logrado “reunificar a cientos de familias destrozadas por la adicción” desde que fue fundado en 1987, Colón cuenta que las razones que más llevan a los hispanos a consumir narcóticos tienen que ver con el trauma del proceso migratorio y el miedo a la deportación, la falta del núcleo familiar que solían tener en sus países de origen, la depresión y el estrés económico.
Los adultos latinos han experimentado más depresión y pensamientos suicidas que el resto de los grupos durante la pandemia, lo cual ha contribuido a agravar los ya altos índices de alcoholismo y drogadicción entre la comunidad, describió un informe publicado en febrero.
El reporte, basado en los resultados de una encuesta por Internet de la empresa Porter Novelli, se elaboró entre abril y mayo de 2020, poco después de que la Organización Mundial de la Salud designara al COVID-19 como una pandemia y Estados Unidos declarara la emergencia nacional.
Más estresados por las necesidades básicas
Los latinos encuestados también reportaron una "mayor prevalencia de estrés psicosocial relacionado con no tener suficiente comida o una vivienda estable que los adultos de otros grupos raciales y étnicos", según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.
Los síntomas de depresión entre los adultos hispanos persistieron con un 59% más de frecuencia que en los blancos no hispanos. Los pensamientos suicidas entre los hispanos fueron cuatro veces más frecuentes que entre los blancos y afroestadounidenses encuestados.
Casi el 37% de los hispanos encuestados reportaron un aumento en el uso de sustancia o haber comenzado a usar, en comparación con un 14.3% y un 15.6% de los otros dos grupos, respectivamente, según el informe.
“En salud pública lo que vemos casi siempre es que cuando se agravan los problemas económicos, cuando la gente está sin trabajo y hay demasiado estrés —algo que empeoró para los latinos con la pandemia— eso aumenta obviamente el uso de alcohol y drogas”, explica a Noticias Telemundo la psiquiatra Lisa Fortuna, jefa del Departamento de Psiquiatría del Hospital General de San Francisco.
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“Para quienes ya tenían problemas con las drogas, aumentaron las recaídas porque las personas tratan de bregar con el estrés. Eso ha generado más problema todavía pues ha traído más depresión, dificultades emocionales y hasta enfermedades físicas”, comenta.
El estigma persiste
En su dilatada experiencia tratando a pacientes latinos con problemas de depresión, ansiedad y adicción, la psiquiatra asegura que persiste un estigma sobre la salud emocional entre la comunidad y que la falta de ayuda conlleva muchas veces al consumo y abuso de sustancias.
“Muchos no reconocen en público que sufren depresión o ansiedad, por miedo a que los llamen locos o débiles. Y menos que están consumiendo alcohol o drogas”, dice.
También señala un particular que afecta a los latinos en problemas y es que, en ocasiones, en lugar de buscar ayuda profesional se encomiendan a la religión con la esperanza de que mejorarán. Según el Centro de Investigaciones Pew, la religión es altamente valorada dentro de la comunidad hispana y el 82% de los latinos se identifican como seguidores de una.
“Hay estudios que dicen que tener fe o seguir una religión hace menos susceptibles a las personas a deprimirse o pensar en el suicidio, pero esto no es una prevención completa contra la depresión”, aclara.
Antes de que llegara el coronavirus, Estados Unidos ya padecía la epidemia de sobredosis por opioides más letal de su historia. La tasa de mortalidad por sobredosis entre la población nacional ha ido aumentando drasticamente en los últimos años.
En 2019 murieron 71,000 estadounidenses por abuso de sustancias y el país declaró las muertes por sobredosis como una emergencia de salud pública nacional.
Hacia finales de la década de 1990, el aumento de las muertes por sobredosis en el país estaba relacionado con el abuso de opioides analgésicos adquiridos con receta médica, como la oxicodona, la hidrocodona, la codeína, la morfina y otros.
En los 2000, las drogas ilegales más baratas y letales como la heroína y el fentanilo ganaron terreno. En 2015, por ejemplo, la heroína ya causaba más muertes que los analgésicos recetados u otras drogas. Y en 2016, el fentanilo y otras píldoras similares se convirtieron en las sustancias que más vidas se cobraron.
Según SAMHSA, alrededor del 4% de la población latina en Estados Unidos abusa de opioides y esto incluye a personas tan jóvenes como de 12 años.
La psiquiatra Lisa Fortuna dice que los doctores de todo el país están tratando de reformar el sistema de atención primaria para que las clínicas y hospitales a las que los pacientes acuden por dolencias físicas terminen ofreciendo asesoría de salud mental allí mismo, algo que en su opinión haría la diferencia entre quienes no entrarían voluntariamente a la oficina de un psiquiatra.
“Es un movimiento que hay en Estados Unidos para integrar las dos cosas: la salud mental y la salud física. De hecho, ya está sucediendo en muchas clínicas a nivel federal”, dice.
"Yo veo mi futuro bien"
Sin embargo, SAMHSA advierte en su informe de 2020 que los profesionales de salud conductual bilingües están en gran demanda debido a su reducido número, lo que sigue siendo una barrera importante para entender los factores socioculturales particulares que llevan al abuso de sustancias dentro de la comunidad hispana y ofrecerles programas preventivos, de tratamiento y recuperación.
Orlando Colón, del centro de recuperación Casa Esperanza en Boston, dice que el reto de alejar a los hispanos del consumo de sustancias es grande y que muchos de quienes usan sus servicios terminan reincidiendo o muriendo de sobredosis.
“Si 10 clientes completan el programa y se van, 8 de ellos regresan buscando el servicio nuevamente”, y eso es en el mejor de los casos, cuenta, porque muchos otros terminan en sobredosis.
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Otros logran salir del bache negro de la adicción y recuperan su vida. Muchos de ellos incluso han terminado trabajando en Casa Esperanza, donde alguna vez fueron pacientes. “De nuestros 11 expertos en recuperación, ocho solían ser clientes. Que quieran quedarse trabajando con nosotros nos da orgullo porque nos hace pensar que hicimos las cosas bien”, dice Colón.
Ahí, en el grupo de los que bregan con voluntad, está Diego, quien dice que espera ejercer como mecánico cuando termine la recuperación y visitar escuelas de adolescentes para aconsejarles que eviten la vida de desasosiego que él comenzó a sufrir desde esa misma edad.
“Yo veo mi futuro muy bien. Muchos de los consejeros aquí pasaron por este programa y eso me da esperanza de que se puede”, dice, “tengo que trabajar en mi recuperación, bregar con mi adicción. Eso es lo primario es mi vida. Sé que en este programa me van a ayudar bastante. Ya lo están haciendo”.