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El trabajo invisible de las cuidadoras a domicilio, ¿una oportunidad para que Biden mejore sus precarias condiciones laborales?

Suelen ser mujeres, muchas de ellas son inmigrantes latinas. Emprenden una ardua labor física y emocional, cuya demanda va creciendo con el envejecimiento de una población cada vez más diversa. Pero es de los trabajos peor pagados.
/ Source: Telemundo

Orbelina del Carmen se arriesgó a cuidar ancianos a domicilio durante la pandemia. Es una de los dos millones de cuidadores profesionales encargados de la salud y bienestar de personas de la tercera edad o con discapacidad en su propio hogar. Pero en el país con el sistema de salud más caro del mundo, Orbelina no tiene seguro de salud.

Casi un tercio de los cuidadores profesionales son inmigrantes y más de un cuarto son latinos, como Orbelina, que llegó a Estados Unidos hace 23 años desde El Salvador, huyendo de la violencia doméstica.

Pero a pesar de la gran demanda por estos trabajadores, la gran mayoría abandona el trabajo al cabo de tan solo unos meses.

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Orbelina es una excepción. Después de trabajar en la limpieza de restaurantes, hospitales y despachos durante años, se capacitó como Ayudante de Salud a Domicilio (Home Health Aide) y ahora lleva trece años entregada a este oficio en cuerpo y alma literalmente. Porque su trabajo la agota tanto física como emocionalmente.

Irma Núñez, asistente de salud, estira las piernas de su cliente Thomas Draa, el 14 de abril de 2021, en Las Vegas.
Irma Núñez, asistente de salud, estira las piernas de su cliente Thomas Draa, el 14 de abril de 2021, en Las Vegas.AP

Y, aunque pocos lo reconozcan, requiere de habilidades para saber sobrellevar enfermedades crónicas y problemas de salud mental comunes en la vejez, además de cualidades humanas como la empatía y la paciencia.

“Hay pacientes que son bien delicados, no todos los días amanecen de buen humor y tenemos que fortalecernos en Dios para no salir corriendo. Tienen la autoestima baja y, a veces, se desquitan con nosotros. Su temperamento puede ser muy variable. Hay que tener la capacidad para saberlo tolerar. Un niño, uno lo arrulla y él se queda. Un adulto mayor no se deja”, explica Karina Machado, una cuidadora profesional que vive en el estado de Maryland.

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COVID-19 y los trabajadores esenciales

La pandemia reveló la importancia de estos trabajadores esenciales cuyos clientes eran los más vulnerables a la enfermedad. Podían “hacer la diferencia entre la vida y la muerte” de una persona, señala Jessica Morales Rocketto, directora ejecutiva de Care in Action, una organización sin ánimo de lucro, que aboga por los derechos de estos trabajadores.

Pero frente a la escasez de material de protección, muchos cuidadores dejaron su trabajo por miedo a contraer el virus o para cuidar a sus propios hijos luego del cierre de las escuelas.

Orbelina siguió trabajando y se enfermó del COVID-19. Ahora se pregunta, “¿qué pasa si yo me hubiese muerto del virus?”, y reconoce que el coronavirus le dejó secuelas. Todavía siente dolores en los pulmones y dice que es más sensible que antes, hasta depresiva.

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Otra trabajadora, Irma Núñez, una Asistente de Cuidado Personal (Personal Care Assistant) en Nevada, nacida en Ciudad Juárez, México y criada en Los Ángeles, terminó en la sala de emergencia por estrés, cuando dos de los seis pacientes que cuida se pusieron violentos. “Los pacientes estaban aterrorizados durante la pandemia”, explica.

Bajos salarios sin beneficios

A pesar de las duras condiciones, con una remuneración media de 13.50 dólares la hora, ser cuidador es de los trabajos peores pagados en el país.

De hecho, Irma recibe tan solo 10 dólares la hora, a pesar de sus doce años de experiencia y de las horas que pierde desplazándose de un hogar a otro. Muchos de estos trabajadores intentan compensar trabajando hasta 16 horas al día, los siete días a la semana, poniendo su propia salud en riesgo para salir adelante.

Irma Núñez, asistente de salud a domicilio, ayuda a su cliente Thomas Draa, que es tetrapléjico, a acostarse en su cama, el 14 de abril de 2021 en Las Vegas.
“Los pacientes estaban aterrorizados durante la pandemia”, recuerda Irma Núñez, cuidadora a domicilio de origen mexicano.AP

Y los beneficios son casi inexistentes. No tienen derecho a vacaciones pagadas ni días por enfermedad. Muchos no califican para el seguro público Medicaid, ni reciben un seguro de salud por medio de su empleador. Y el seguro privado, conocido como Obamacare, les puede costar cientos de dólares mensuales.

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Los latinos envejecen

Las duras condiciones de trabajo que enfrentan los cuidadores, sin duda, repercuten en los propios pacientes. Antes de la pandemia, la tasa de abandono ya era del 80%.

“Muchas veces, el que más sufre es quien recibe el cuidado. Uno se acostumbra a la persona que nos apoya. Y cuando esa persona nos abandona causa una interrupción en nuestro diario vivir y en la confianza que uno deposita en ella,” señala la doctora Yanira Cruz, Presidenta del Consejo Nacional Hispano de Personas Adultas Mayores (NHCOA, por su sigla en inglés).

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Eso lo saben las cuidadoras. “Yo le hago su avena, su atol, su gelatina, su crema de elote, toda su comida que a él le gusta”, comenta Karina. “Pero si viene otra… no se la hacen”.

El problema le afecta a la comunidad latina de manera doble. Un 25% de los cuidadores a domicilio son hispanos. Y después de la comunidad blanca, algunos estudios dicen que la comunidad latina es la que más rápido envejece en Estados Unidos. Lo cual significa que la proporción de la población latina que tiene más de 65 años va creciendo.

Así la población de adultos mayores se hace cada vez más diversa. Y muchas de estas personas “sufren de enfermedades crónicas y tienen menos acceso a un seguro de salud que pueda cubrir los gastos de una cuidadora”, señala Cruz. 

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Una oportunidad con Biden

Frente al reto de tener que crear millones de trabajos dignos para los cuidadores del futuro, sin crear gastos imposibles de solventar para la mayoría de la población estadounidense, Joe Biden tiene un plan.

Y es que la pandemia puso en evidencia la necesidad de crear respuestas. Un 32% de las muertes por COVID en Estados Unidos ocurrieron en residencias de ancianos. Y ya que la mayoría de las personas mayores o con discapacidad prefiere recibir cuidados en su propia casa, esta opción se vuelve cada vez más atractiva. Pero hay cientos de miles de personas en la lista de espera para recibir un cuidador pagado por Medicaid. El resto de los pacientes deben pagar de su bolsillo o comprar uno de los pocos seguros privados que cubren los cuidados de largo plazo a domicilio.

Para cerrar esa brecha y cumplir con una de sus promesas de campaña, en marzo, el presidente Biden propuso invertir $400,000 millones de dólares en el cuidado a domicilio como parte de su plan de creación de empleo. Se prevé que una parte sea para aumentar la remuneración de los trabajadores y mejorar sus condiciones laborales.

La propuesta de ley todavía tiene que ser aprobada por el Congreso. Pero el plan ha sido acogido como un hito “histórico” por activistas que lo ven como un reconocimiento al trabajo invisible que realizan millones de personas, muchas de ellas mujeres hispanas, asiáticas o negras.

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Un problema sistémico y cultural

Para Robyn Stone, investigadora y codirectora del Centro de Servicios y Apoyo a Largo Plazo Leading Age en la Universidad de Massachusetts se trata de un “problema sistémico” sin soluciones fáciles. Cualquier respuesta debe involucrar a todos los actores de la industria, señala.

Algunos expertos sienten que el problema es cultural. Y que en Estados Unidos las personas mayores no se valoran tanto como en otros países.

El cambio de mentalidad empieza por que los empleadores valoren la labor del cuidador, capaciten a sus trabajadores y reconozcan la complejidad de los conocimientos requeridos. “Debemos reconocer que nadie quiere que una mano de obra barata esté cuidando a su madre”, dice Stone.

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El futuro para Orbelina

Orbelina piensa que ya es hora de que el Gobierno haga algo por la comunidad inmigrante trabajadora. “Me fajo trabajando”, dice mientras cuenta que en medio de la pandemia tuvo que viajar a Colombia para operarse de la dentadura y también de la matriz, para ahorrarse los gastos astronómicos en Estados Unidos.

Es su estrategia para sobrellevar la falta de protecciones. Pero preferiría que reconocieran su trabajo, pagándole un sueldo digno con beneficios. “Pertenecemos a la salud. Pero solo por nombre, no por derecho,” dice.

Al mismo tiempo, reconoce que es de las pocas trabajadoras que se niegan a dejar su trabajo, por muy duro que sea.

“Este cheque lo puedo ganar en cualquier sitio. Pero no tengo ese corazón para decir que me voy”. 

Los nombres de Orbelina Del Carmen y Karina Machado son seudónimos.