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El riesgo de ser paramédico en medio de una pandemia: cómo se la juegan en México para salvar vidas

“Necesitas toda la pericia de tratar al paciente y al mismo tiempo maniobrar a gran velocidad sin chocar, sin volcar, sin atropellar a nadie, y sin contagiarte, todo para poder llegar a tiempo”, explica un profesional. No siempre lo consiguen.
/ Source: Telemundo

CIUDAD DE MÉXICO.- Entra la llamada y se desata la tensión: emergencia, probable COVID-19, desaturación con hipoxemia, apenas un 66% de oxígeno en la sangre.

Lo llaman 33-12, como el código que se usa en la película Monsters, Inc. cuando un monstruo entra en contacto con un calcetín humano. 

René Rosete empieza a sudar. Cada traslado es diferente pero todos comparten algo, dice; la adrenalina se dispara desde el momento en que suben al vehículo para prender la sirena.

Con suerte, al final del trayecto el paciente estará hospitalizado y camino a una posible recuperación. En medio de la pandemia de COVID-19, no siempre se corre esa suerte.

“No dejas de sudar porque traes el traje de protección, pero también porque todo el tiempo estás pensando en lo duro que es, lo importante que es”, explica Rosete, paramédico con 16 años de experiencia. 

René Rosete a bordo de su ambulancia con una cápsula especial para el traslado de pacientes con COVID-19.
René Rosete a bordo de su ambulancia con una cápsula especial para el traslado de pacientes con COVID-19.Marina E. Franco

“Además, necesitas toda la pericia de tratar al paciente y al mismo tiempo maniobrar a gran velocidad sin chocar, sin volcar, sin atropellar a nadie, y sin contagiarte, todo para poder llegar a tiempo”, añade el socorrista mientras simula mover un volante con las manos. 

Llegar a tiempo para salvar una vida es una cuestión delicada en Ciudad de México, donde una ambulancia puede tardar hasta 45 minutos en arribar. Por el tráfico, pero también por la escasez de vehículos de emergencia públicos en la capital y otras ciudades.

Cuando la salud de una persona contagiada puede empeorar en cuestión de minutos, llegar a tiempo es clave. Pero hacerlo en estos tiempos es una tarea que conlleva muchos más riesgos de lo habitual; los socorristas necesitan tener mucho cuidado al acercarse a los pacientes para tomar signos vitales y para subirlos al vehículo de emergencia.

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“Con la adrenalina y con el entrenamiento que tenemos, en el momento intentas que no te dé pánico. Pero dejas al paciente y empiezas a temblar, al menos yo, porque no sabes si esta vez ahora sí ya cayó” el contagio de coronavirus, dice Carlos Ramírez, otro paramédico que trabaja en una ambulancia privada en el sur de la capital.

"Todos se contagiaron"

El miedo y desconfianza en torno al SARS-CoV2 provoca además agresiones a los médicos y socorristas en México por parte de ciudadanos temerosos de contagiarse.

En ocasiones los vecinos de quienes llamaron al 911 les han lanzado “piedras y orines” a los paramédicos, e incluso han bloqueado el paso de los vehículos de emergencia, cuenta Rosete.

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México ha rebasado los 385,000 casos confirmados de coronavirus, y sumaba más de 43,300 muertes hasta este sábado. Además, las autoridades sanitarias admiten que, por cada fallecido solo en Ciudad de México puede haber tres más que no son contabilizados como víctimas del COVID-19.

El Gobierno que preside Andrés Manuel López Obrador aseguró que lo peor llegaría en mayo, pero la pandemia no ha dado tregua.

Pese a ello, se inició la reapertura económica tras un periodo de confinamiento y distanciamiento en la primavera. Ahora México es el tercer país con más muertos del continente, por detrás de Estados Unidos y Brasil (los tres son también los más poblados).

México es, además, el quinto país con más muertes de personal médico, según Amnistía Internacional. Un estudio indica que el 2.6% de quienes han fallecido trabajaban en el sector salud: doctores y médicas, personal de enfermería, paramédicos, camilleros...

En contraste, en Estados Unidos, el personal médico que ha muerto representa el 0.54% del saldo total del país; en China fue el 0.5%, de acuerdo con el análisis del grupo Signos Vitales.

René Rosete enfermó en mayo y, aunque tuvo un caso relativamente leve, pasó casi un mes con síntomas de la enfermedad. Aún arrastra secuelas del coronavirus como hipertensión.

 

El funeral de un enfermero y paramédico de Ciudad Juárez, el 9 de junio de 2020. México es de los países donde más ha fallecido el personal de salud por la pandemia.
El funeral de un enfermero y paramédico de Ciudad Juárez, el 9 de junio de 2020. México es de los países donde más ha fallecido el personal de salud por la pandemia.Reuters

Pero lo peor, dice, es que su familia –con quien comparte casa– también enfermó:  “Todos se contagiaron, desde la pequeña de 2 años hasta mi madre de 60 años”. 

No tuvieron que ser hospitalizados, aunque Rosete sí ha tenido que trasladar a alguien de su propia familia a bordo de su ambulancia en otra ocasión; una de sus hermanas, que se recuperó de otra emergencia. "Afortunadamente llegué a tiempo y la asistí", indica.

Innovar para sobrevivir

Aún no hay cura ni tratamiento completamente eficaz para el COVID-19, pero en los siete meses de pandemia expertos médicos de todo el mundo han estado probando lo que pueda ayudar. Eso ha resultado en hallazgos como el uso del esteroide dexametosona, que reduce el riesgo de muerte en pacientes graves.

Los paramédicos también se han puesto a inventar.

Es el caso de Fernando Avilés, graduado en ciencias biomédicas y dueño de la compañía de ambulancias en la que trabaja Rosete. Preocupado desde antes de la pandemia porque sus empleados pudieran contagiarse al trasladar a enfermos de tuberculosis o meningitis, creó una cápsula para filtrar los aerosoles virales del paciente en la ambulancia o para filtrarlos cuando los técnicos hospitalarios ponen al enfermo eb máquinas de tomografía que son muy difíciles de sanitizar después.

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El primer prototipo estuvo listo en noviembre. “En enero, cuando vi que había epidemia en China, de inmediato sospeché que iba a llegar, y me puse a hacer más cápsulas”, explica Avilés. “Lo hice artesanalmente, soldando y todo, cortado a mano el material”.

Un paciente que fue dado de alta hospitalaria es subido por paramédicos a una ambulancia para seguir recuperándose en casa, el 7 de mayo de 2020 en Ciudad de México.
Un paciente que fue dado de alta hospitalaria es subido por paramédicos a una ambulancia para seguir recuperándose en casa, el 7 de mayo de 2020 en Ciudad de México.Reuters

A finales de febrero, cuando México registró su primer caso, Avilés empezó a contactar a otros paramédicos y a hospitales para ofrecerles su invento, que filtra “casi al 100%” las partículas de SARS-CoV2. 

Ya se han vendido unas 2,000 cápsulas en México y en otros 10 países de todo el mundo.

En Estados Unidos está tramitando la autorización de la FDA, la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense, para vender en ese país. Aunque Avilés afirma que “ya hay 25 cápsulas en uso en Colorado, Texas, Los Ángeles, Florida, Nueva York... Un equipo en Hidalgo, Texas, de plano se cruzó a pie la frontera para comprar la cápsula”.

En parte los mexicanos se tardan en llegar por la desconfianza –uno de cada diez mexicanos cree que el coronavirus no existe, según encuestas–, pero a ella se suma que muchos enfermos no se dan cuenta de que están en mal estado hasta que ya desarrollaron una neumonía, apodada silenciosa.

Con esta enfermedad, en minutos la vida se pierde. Como alguien dedicado a intentar evitarlo, duele. Duele mucho”, dice Rosete, quien también trabaja en un hospital público como técnico en inhaloterapia, la especialidad para tratar a personas con enfermedades respiratorias.

“Es una dicha y una desgracia saber que estás ahí para ayudar cuando también sabes que no siempre vas a poder hacerlo”, añade Rosete, que con su compañero ha hecho más de 50 traslados de pacientes con coronavirus. Tres de ellos empeoraron tanto durante el trayecto que tuvieron que ser intubados en el vehículo en movimiento; uno no sobrevivió, dice el socorrista. 

Rosete indica que el dolor de esas muertes se compensa por otras experiencias gratificantes, como las dos ocasiones en las que le ha tocado que una mjer entre en parto a bordo de la ambulancia.

Por lo que los contagios y los momentos en los que se sienten impotentes para hacer más por quienes enferman no los han desincentivado de seguir haciendo su labor esencial.

“La cosa es seguirle”, concluye Carlos Ramírez, “aunque nos llevemos el trabajo a casa y nos contagiemos”.