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El COVID-19 mató a cuatro personas de una familia texana. Ahora quieren que su tragedia sirva de ejemplo

“Compartir nuestras pérdidas y crear conciencia me ha hecho sentir un poco mejor porque, aunque sufrimos, no ha sido en vano”, dijo Ana Alonso, cuya abuela, padre y dos tíos fallecieron por la pandemia.
Familia Salas-Solís
De izquierda a derecha: Ruperto Salas Solís, Raúl Salas Solís y Nieves Salas Solís; Eva Solís-Salas está al frente. Del 6 de agosto al 15 de septiembre, estas cuatro personas de la familia Salas Solís fallecieron por el COVID-19. FamFamilia Salas Solís

Por Elizabeth Chuck – NBC News

El coronavirus ya había matado a la madre y al hermano de Nieves Salas Solís cuando llamó a su hija desde una cama de hospital y le dijo un escalofriante mensaje: “Yo soy el próximo”.

Nieves, de 62 años, creció en Dallas y durante los últimos años vivió en un pueblo fronterizo mexicano donde se dedicaba a promover actividades de extensión comunitaria. En ese momento tenía fiebre alta y dificultad para respirar. Era mediados de agosto y manejó hasta un hospital en Harlingen, Texas, donde los médicos confirmaron que tenía COVID-19. Pero los tratamientos de los especialistas para limpiarle los pulmones no estaban funcionando, dijo su hija, Ana Alonso.

Ana sabía que su padre estaba de luto por su madre, Eva Solís-Salas, de 89 años, que murió el 6 de agosto, y un hermano, Ruperto Salas Solís, de 67, que murió el 10 de agosto, después de librar sus propias batallas con el coronavirus.

Pero la idea de perderlo era inimaginable. Nieves era un “fanático de la salud” que corría hasta 5 millas diarias y no tenía condiciones médicas subyacentes, dijo Ana. Décadas antes, casi se había convertido en un boxeador profesional, pero rechazó la oportunidad porque Eva —su madre, que crio sola a nueve hijos— temía que se lastimara.

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Desde su casa en Mesquite, Texas, Ana le rogó a su padre que siguiera siendo optimista.

“Todavía tienes que pelear”, le dijo por FaceTime. “Le pregunté: '¿Qué vas decir?' Y mi papá levantó la mano, apagó la cámara y dijo: 'Esto es lo que tengo que decirle al COVID'. Y comenzó a decir: '¡Jódete COVID!’”.

Nieves siempre bromeaba, dijo Ana, y ver que mantenía su buen humor en el hospital le dio esperanzas. Pero su condición empeoró y el 22 de agosto sucumbió a la enfermedad.

Ana Alonso con su abuela Eva Solís-Salas.
Ana Alonso con su abuela Eva Solís-Salas.Ana Alonso

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La familia Salas Solís había perdido a su matriarca, y a dos de sus hijos. Pero su angustia no acabó ahí: el 15 de septiembre, otro hijo, Raúl Salas Solís, de 64 años, también murió de COVID-19 después de haber estado hospitalizado durante más de un mes.

El diario Dallas Observer reportó los cuatro fallecimientos que sucedieron en menos de seis semanas. Esa tragedia destrozó a la familia que incluye a los 32 nietos de Eva, 59 bisnietos y 13 tataranietos. Uno de los nietos de Eva, Jahaziel Salas, también sufrió otra pérdida por la enfermedad: su suegro, Alfredo Nava, murió a principios del verano por coronavirus.

“Ha sido muy, muy trágico para nuestra familia y, honestamente, creo que no hemos procesado todo”, dijo Ana, de 40 años, quien es profesora de séptimo grado. “De alguna manera, esto debe concientizarnos”.

Ana afirma que eso es lo que hubieran querido sus familiares difuntos. Ayudar a los demás es algo que llevan en su sangre: hace unos cinco años, su padre se mudó de Texas a su lugar de nacimiento, Valle Hermoso, Tamaulipas, México, y se retiró de su trabajo como gerente de almacén para dedicarse a ayudar a las familias que necesitaban atención médica y educación.

Nieves vivía al lado de su madre en Valle Hermoso, mientras que otro hijo, Ruperto, vivía con su madre. Raúl, otro hermano, dirigía una estación de radio cristiana en la casa de su madre, la primera que tuvo la ciudad, dijo Mariela Salas, la hija de Raúl.

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“Decidió que iba a difundir el evangelio. Nunca ganó dinero con eso”, dijo Mariela, de 39 años, quien es gerente de operaciones comerciales de Verizon y vive en Dallas. “Fue todo lo que pudo hacer para ayudar”.

Según cuenta su hija, Raúl había sido un empresario que dirigía tiendas de novias y quinceañeras en Dallas.

Después de regresar a México, Raúl viajaba a los pueblos pobres para repartir víveres. En un viaje de sus actividades religiosas, él y su esposa conocieron a un adolescente que consumía drogas. Raúl decidió llevarlo a su casa, donde todavía vive el joven de 16 años. Lo único que le pidió es que fuera respetuoso, se concentrara en sus estudios y ayudara en la estación de radio, dijo Mariela.

Mariela Salas con su padre, Raúl Salas Solís.
Mariela Salas con su padre, Raúl Salas Solís.Mariela Salas

Nadie de la familia sabe cómo fue que Eva, una mujer que se apoyó profundamente en su fe durante los tiempos difíciles, y sus tres hijos contrajeron el COVID-19. Los cuatro estaban en contacto constante y, poco después de que uno comenzó con los síntomas, los otros también los presentaron.

Ana espera que, a pesar de los fallecimientos, sus familiares puedan seguir ayudando a otras personas al recordarles la necesidad de tomar precauciones durante la pandemia.

“Salgo a caminar y veo un baby shower en la calle o la fiesta de cumpleaños de un niño”, dijo. “Nunca veo a nadie con una mascarilla. Me molesta, porque creo que esto podría pasarles a ellos y no quiero que sientan esto”.

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Mariela comparte la frustración que siente Ana sobre las personas que no usan cubrebocas, ni mantienen el distanciamiento social. Pero el mensaje que espera que transmita la pérdida de su familia es no dar por sentado el tiempo. Desearía haber viajado a México para visitar más a su padre.

La familia ha realizado algunos servicios funerarios pequeños y, en el futuro, planean celebrar la vida de sus cuatro miembros manteniendo siempre la distancia social.

Ha sido difícil porque no pudimos llorarlos de la manera tradicional, dijo Ana.

“Todo lo que quiero es que alguien se siente a mi lado y hable conmigo de mi papá. Mirar videos suyos. Contar sus historias y reírnos a carcajadas. Pero no pudimos hacer eso”, dijo. “Compartir nuestras pérdidas y crear conciencia me ha hecho sentir un poco mejor porque, aunque sufrimos, no ha sido en vano”.