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Privatización de Pemex, ¿sentimiento o realidad?

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Por Carlos Rajo

Al presentar su proyecto de reforma energética, el presidente mexicano Enrique Peña Nieto abrió oficialmente el debate en uno de los temas más controversiales y que genera más pasiones en la sociedad mexicana, en particular lo que tiene que ver con la propiedad y las ganancias del petróleo. 

La discusión básicamente se reduce a dos posiciones o puntos de vista: el del gobierno y sus aliados, quienes argumentan que para generar más empleos, más desarrollo y en general mejor utilización para la nación toda del petróleo, es necesario permitir la participación del sector privado en la industria petrolera. 

Y la posición de sus adversarios, quienes ven en la reforma anunciada por Peña Nieto “una traición” al país y la entrega al capital privado nacional y extranjero de parte de la llamada “renta petrolera”.

El punto central de la reforma de Peña Nieto es precisamente el que se permita esta participación de la empresa privada en ciertas actividades del proceso de extracción, explotación y demás del petróleo. Suena fácil decirlo y en el contexto de muchos otros países que también tiene petróleo el asunto no sería de mayor controversia. Por fin, en qué país del mundo con petróleo no operan las grandes empresas transnacionales del petróleo, sean éstas estadounidenses, rusas, chinas, noruegas, holandesas, etc.

En México sin embargo, el petróleo es de esos temas centrales en el imaginario colectivo. Casi en el mismo nivel como la pérdida del territorio de Texas, California y demás ante Estados Unidos a mediados del siglo XIX, o la misma Revolución Mexicana de principios del siglo XX. Algo que se aprende desde niño y que queda marcado para siempre en ese “ser mexicano” que de una y mil maneras define precisamente al mexicano más allá de su posición social, ideología o preferencia política.

Y por supuesto, no el petróleo como algo abstracto, sino el petróleo como perteneciente a la nación fruto de la nacionalización que decretó en marzo de 1938 el entonces presidente Lázaro Cárdenas. En cierto sentido entonces, tocar el petróleo es tocar uno de los mitos de la sociedad mexicana. Mito no porque sea algo falso, sino en la idea de que es algo en lo que todo el mundo tiene una opinión y que independiente de la justeza o racionalidad de la reforma, siempre generará controversia y no dejará satisfecho a muchos.

No por casualidad el mandatario mexicano se vio en la necesidad de dar un mensaje a la nación en la noche del lunes para explicar su reforma. Ya se había celebrado el acto oficial al mediodía -con toda la solemnidad y parafernalia típica de los actos de gobierno donde el presidente es el actor central- el cual obtuvo enorme cobertura de prensa. Peña Nieto y sus asesores sin embargo, saben que en cierta medida juegan con fuego. Consideraron que hacía falta que el presidente hablara directamente a los ojos y hogares de los mexicanos. 

“Hace 75 años precisamente en este salón de Palacio Nacional el Presidente Lázaro Cárdenas llevó a cabo la expropiación petrolera”, explicó Peña Nieto apareciendo de pie y enfatizando sus palabras con gestos de su mano derecha. “Con el respeto que este lugar me merece les informo que la reforma que hoy he enviado al Congreso retoma palabra por palabra el texto del artículo 27 constitucional del presidente Cárdenas. El espíritu de esta reforma recupera el pasado para conquistar el futuro”.

Algo similar ocurrió hace un par de décadas cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari también se dirigió a la nación para informar a los mexicanos de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. En tono solemne, Salinas aseguró que lo del Tratado significaba entre otras cosas la entrada de México al “primer mundo”.

En cierto sentido lo de Pena Nieto es parecido a lo de Salinas. Aunque no promete entrada a club o mundo alguno como lo hizo Salinas, el actual presidente mexicano asegura que la reforma energética -en particular lo que tiene que ver con la participación del sector privado- es no sólo necesaria y urgente sino que requisito indispensable para el desarrollo y la modernidad de México.

Peña Nieto también asegura -repetido varias veces- que la reforma y/o la participación del capital privado no significa que se vaya a privatizar PEMEX, la empresa estatal encargada de todo el proceso productivo del petróleo. Es decir, el presidente se da golpes de pecho insistiendo en que “PEMEX no se venderá”. Y que la única forma de participación de la empresa privada será vía los “contratos de utilidad”, en los que el estado mexicano seguirá siendo el dueño del petróleo (contrato a la empresa ‘X’ para que extraiga petróleo pero sólo le pago una cantidad ‘Y’ por el servicio. El petróleo sigue siendo mío).

En este punto por supuesto, todo depende a quién se le crea o quién haga la interpretación de lo dicho. Así como Peña Nieto asegura que el petróleo seguirá siendo del estado mexicano, la oposición -en particular el líder de izquierda Andrés Manuel López Obrador- clama que lo que se pretende con las reformas es entregar la renta petrolera al capital privado, “robarse la gallina de los huevos de oro”, señala.

Incluso la mención de Lázaro Cárdenas será objeto de interpretaciones. Así como Peña Nieto refiere que la reforma retoma el texto legislativo de quien expropió el petróleo de las compañías extranjeras -sucede que Cárdenas prohibió las ‘concesiones’ a empresas privadas pero en un principio si dejo abierta la puerta a otros contratos- la oposición clama que esto está sacado de contexto. Que Cárdenas nunca permitió la participación del capital privado.

En lo de la necesidad de la participación de la empresa privada, igualmente depende a quién se le crea. Peña Nieto asegura que PEMEX no tiene los recursos financieros y/o la tecnología adecuada para la exploración y explotación de nuevos pozos petroleros en aguas profundas, lo mismo que para desarrollar una industria masiva en la extracción de gas y petróleo en tierra con las nuevas técnicas del llamado “fracking” (el término en inglés para referirse a la extracción del petróleo y gas lutita o ‘shale’).

La oposición por su parte dice que esto no es cierto. Que PEMEX sí tiene suficientes recursos. Que la razón por la cual hoy no tiene dinero en las cantidades que se requiere para tener una industria petrolera moderna es por dos razones: por la corrupción de ejecutivos y dirigentes sindicales y porque el estado mexicano mismo le quita la mayor parte de sus ganancias en concepto de impuestos. Y que por supuesto, PEMEX sí tiene la tecnología para las nuevas exploraciones. Que a lo sumo, si hace falta algo se puede contratar los servicios de empresas extranjeras pero sin darles el lugar que les quiere dar la reforma del gobierno y sin necesidad de reformar la constitución.

Una de las cosas que también anunció Peña Nieto es que efectivamente habrá un nuevo régimen fiscal o de impuestos para PEMEX, el cual se conocerá en unas semanas cuando presente el paquete de otras de sus reformas, en este caso, la reforma hacendaria. Actualmente, la mitad de los recursos del gobierno mexicano provienen de los impuestos y otros cargos que paga PEMEX.

En toda esta discusión sobre el petróleo -y en cierta medida la electricidad también, de la cual se anunció que se permitirá la participación del capital privado en la generación de electricidad- llama la atención que sea el PRI quien presente las reformas a la Constitución y demás. Este el mismo PRI que por décadas llevó en su ideario nacionalista la bandera de la no participación de la empresa privada en lo del petróleo. En algún momento incluso, el anterior presidente Felipe Calderón -del conservador PAN- intentó hacer algo parecido a lo que hoy propone Peña Nieto y sin embargo no lo consiguió. Tanto la izquierda de López Obrador como el PRI mismo se opusieron.

Hoy las cosas han cambiado y es el nuevo PRI que está en el poder luego de una ausencia de 12 años el que se atreve a poner las manos al fuego. La diferencia ahora es no sólo eso, que es el partido en el poder, sino también que cuenta con el apoyo del PAN, el cual más allá de diferencias políticas o enojos con el PRI no le queda más que apoyar una reforma que va a tono con sus principios. Con el apoyo del PAN y otros partidos menores que le son aliados, el PRI tendrá los suficientes votos para pasar su reforma energética.

El problema para Peña Nieto es que la posibilidad de una reforma energética es algo que va más allá de las Cámaras y el voto de diputados y senadores. Es cierto, algunos legisladores de la izquierda darán la batalla en el lado de López Obrador, gritarán, se tomarán la tribuna y harán cualquier otro tipo de protesta, aunque al final de cuentas no podrán impedir el mayoreíto de priístas, panistas y demás. Pero es en la calle donde se librará la principal batalla.

López Obrador ha anunciado ya una manifestación para el 8 de septiembre. Para el líder izquierdista lo de la reforma energética es como un suero a su existencia política. Si hoy aparece como marginado de la gran discusión nacional -está en proceso de formar su propio partido político ya que se salió del PRD o Partido de la Revolución Democrática- con la reforma de Peña Nieto y el PRI, López Obrador tendrá la oportunidad de oro de volver al centro de la política mexicana. Si consigue movilizar suficiente gente y paralizar la capital del país y al final impedir la reforma energética no sólo habrá dinamitado la principal iniciativa presidencial sino se habrá posicionado una vez más como el más importante líder opositor.

Lo de Peña Nieto entonces ha sido el pistoletazo inicial en un debate que como pocas veces involucrará a mucha de la nación mexicana. Si no hay gran protesta, será precisamente un símbolo de lo mucho que ha cambiado el país. De como para muchos de los mexicanos de hoy la historia y los mitos del nacionalismo tienen un peso relativo. Si al contrario, hay grandes e intensas protestas, significará que mucho de ese nacionalismo que el mexicano aprendió de niño en la escuela y en el hogar, sigue tan vigente como siempre.