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Por qué persiste el racismo hacia las personas negras dentro de la comunidad hispana si todos son parte de una minoría oprimida

Aunque los latinos no son "un bloque racista fuerte", las protestas por la violencia racial en EE.UU. evidenciaron una asignatura pendiente entre las dos minorías más grandes e influyentes del país. La respuesta a las actitudes racistas de algunos inmigrantes se encuentra en la propia América Latina.
/ Source: Telemundo

Es 31 de mayo de 2020 y Berto Aguayo recorre agitado la calle 47th del vecindario latino Back of the Yards, en Chicago, Illinois, mientras transmite en una directa de Facebook el caos que permea la ciudad. Solo han pasado cinco días desde que un policía blanco asfixió con su rodilla a George Floyd, una muerte inquietantemente gráfica que generó protestas masivas contra la violencia racial en todo Estados Unidos.

Aguayo, un activista hispano de 26 años, está allí porque las protestas pacíficas han derivado —por momentos— en focos locales de violencia y saqueos a comercios de inmigrantes, lo que ha provocado rechazo entre un sector de la comunidad latina hacia los manifestantes negros, incluso cuando Aguayo aclara que los revoltosos no eran integrantes del movimiento Black Lives Matter (BLM, en inglés).

“No podemos dejar que esta mierda nos divida”, se le oye decir en cámara a Aguayo, quien en 2016 co-fundó una organización pacifista llamada Increase The Peace que busca, entre otros fines, sellar las grietas de las relaciones entre la comunidad latina y la afroestadounidense en Chicago, particularmente resentidas durante las protestas del verano.

Casi un año después de haber tenido que separar con sus propias manos a grupos de latinos y afroestadounidenses que se enfrentaron en las calles a raíz de los disturbios, el joven reconoce en entrevista con Noticias Telemundo que “desafortunadamente existe el racismo en ciertas partes de la comunidad latina hacia la comunidad afro, y también viceversa”, y que esos prejuicios mutuos que se viven en la cotidianidad de manera solapada terminan saliendo a la luz en ocasiones como esta.

El trabajo de Aguayo en Chicago para que latinos y afroestadounidenses “se vean como vecinos” y no como enemigos resalta un problema por resolver entre las dos minorías más grandes en Estados Unidos, las dos más influyentes en el rumbo político del país, pero también las más oprimidas, una lamentable realidad común que ha quedado más que demostrada con el golpe desproporcionado de la pandemia de COVID-19.

Es en extremo difícil medir qué proporción de los casi 60 millones de hispanos que viven en Estados Unidos son presa de lo que los expertos en racismo llaman “sentimientos anti negritud”.

“Cuando son encuestadas, las personas no suelen admitir que son racistas o expresar lo que en verdad están pensando”, dice Danielle Clealand, afropuertorriqueña y profesora asociada de Estudios Latinos en la Universidad de Texas en Austin. “Y, a veces, hay gente racista que de verdad piensa que no lo es”.

Como la señora cubana —recuerda, Clealand— que al ser entrevistada dijo que no era racista porque tenía “amigos y compañeros de trabajo negros”, pero cuando fue interrogada sobre la eventualidad de que su hija contrajera matrimonio con una persona negra, respondió: “No, no, no. Eso no me gustaría. A nuestras hijas tenemos que protegerlas”.

Según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew sobre comportamientos sociales entre razas y etnias, los latinos y los afroestadounidenses tienen opiniones ampliamente favorables entre sí, pero no están de acuerdo siempre, ni en todo.

Los hispanos son mucho menos propensos que las personas negras a decir que los dos grupos se llevan bien (solo el 57% de los latinos encuestados), mientras que los afroestadounidenses tienen más tendencia que los latinos a decir que las personas negras son víctimas frecuentes de discriminación racial (esto lo piensa el 65% de las personas negras encuestadas).

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Si bien los latinos reconocen en gran medida su origen étnico y sus raíces africanas —que datan del período colonial de América Latina, cuando se produjo la mezcla entre los pueblos indígenas, los europeos blancos, los esclavos de África y los asiáticos— muchos todavía están lejos de considerarse negros. Una encuesta de Pew sobre el tema encontró que el 39% de los afrolatinos se identifica como blancos, mientras que solo el 18% se identifica como negros. Y el 24% de los afrolatinos considera que su raza es 'hispana', lo cual es una etnia y no una raza.

La comunidad latina en Estados Unidos “no es un bloque racista fuerte”,  apunta Alejandro de la Fuente, director del Instituto de Investigaciones Afrolatinoamericanas de la Universidad de Harvard. De hecho, el experto señala que entre los hispanos hubo mayor apoyo que rechazo a las protestas raciales del verano. Pero que esta no es una tendencia absoluta.

“Para muchos hispanos emigrados la movilización afro fue una invitación difícil y dolorosa a reexaminar su propia cultura”, dice. Una cultura que viajó con ellos desde América Latina, cuyas sociedades pigmentocráticas han apuntalado un sistema en que aquellos de origen africano o indígena tienden a estar en la base de la pirámide social.

Una manifestante sostiene una pancarta de apoyo al movimiento Black Lives Matter en Foley Square, Nueva York, el 2 de junio de 2020.
Una manifestante sostiene una pancarta de apoyo al movimiento Black Lives Matter en Foley Square, Nueva York, el 2 de junio de 2020. Corbis via Getty Images

Los hispanos que emigran a Estados Unidos y se radican aquí trasladan de sus países de origen un aprendizaje del mundo que moldea cómo percibirán y tratarán a los otros en la nueva sociedad. Los expertos coinciden en que esta es una de las determinantes de por qué persiste el racismo anti negro en ciertos sectores de la comunidad hispana.

Un segundo factor crucial son las políticas del Gobierno que han determinado una lejanía geográfica entre las zonas residenciales de ambos grupos, lo cual ha sido fuente de incomunicación y ha evitado que interactúen con suficiente frecuencia como para desmontar las creencias falsas que tienen los unos sobre los otros.

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Tanto en Chicago, como en el resto del país, explica Aguayo, desde inicios del siglo XX se implementaron políticas federales conocidas popularmente como redlining, que han contribuido por décadas a segregar a las comunidades negras en determinadas áreas geográficas, aislándolas del resto y hasta prohibiéndoles, durante años, comprar casas fuera de determinados barrios designados con el color rojo en un sistema de mapas discriminatorios creados por el propio Gobierno.

“Esta ciudad, donde los latinos y las personas negras representan cada uno alrededor de un tercio de la población, es una de las más segregadas del país”, dice el joven activista. “Ciertos vecindarios son latinos y ciertos vecindarios son afro”. Esa separación física no ayuda a que “se entiendan mutuamente”.

Y un tercer factor que ha tenido un efecto catastrófico en la manera en que latinos y afroestadounidenses se perciben mutuamente es el discurso público con fines políticos por parte de las personalidades más influyentes del país.

En el último año de lucha por la Casa Blanca, por ejemplo, las protestas raciales fueron uno de los ejes sobre los que el Partido Republicano apeló al importante bloque de votantes latinos —más de 32 millones de electores—.

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Fue frecuente durante la campaña presidencial que políticos y otros líderes de opinión de tendencia conservadora bombardearan a la comunidad hispana con mensajes en español que vinculaban al movimiento BLM con los candidatos demócratas y sus supuestos rasgos de extrema izquierda, así como también un supuesto desprecio por la ley y el orden, dos elementos que pusieron gasolina a los sentimientos racistas enquistados en una parte de la comunidad.

El racismo también “viaja”

Para explicar que los hispanos que son racistas no llegan a Estados Unidos siéndolo, sino que trajeron de sus países de origen ese constructo de valores instalado como una especie de chip de memoria, De la Fuente plantea el ejemplo de cómo el país donde más afrodescendientes mueren cada año a manos de la policía no es Estados Unidos. 

“Hay una creencia de que los países de América Latina son menos racistas que Estados Unidos, pero eso se desarma fácilmente recordando que el país de las Américas —de todas las Américas— en el que muere un mayor número de afrodescendientes por incidentes con la policía es Brasil”, dice. Allí, las personas negras y mestizas son el 54% de la población, pero representan el 75% de las víctimas de asesinato.

Un manifestante se enfrenta a la policía en Brasil el 23 de noviembre de 2020, en medio de protestas contra la muerte a manos de las autoridades de Joao Alberto Silveira Freita, un hombre negro.
Un manifestante se enfrenta a la policía en Brasil el 23 de noviembre de 2020, en medio de protestas contra la muerte a manos de las autoridades de Joao Alberto Silveira Freita, un hombre negro.AFP via Getty Images

Según un informe del Banco Mundial publicado en 2018, los afrodescendientes en América Latina —unos 133 millones de personas— tienen 2.5 más probabilidades de vivir en pobreza crónica que los blancos o mestizos. Su nivel de escolarización es visiblemente menor y sufren mayores índices de desempleo, así como menos representación en cargos de poder, un escenario opresivo que el Banco Mundial atribuye a la discriminación estructural.

En Latinoamérica el racismo también se vive de manera mucho más compleja que en Estados Unidos, donde la segregación y discriminación se producen primariamente a partir de quién es blanco y quién es negro. Los latinoamericanos, en cambio, también discriminan con base a otros elementos como el origen étnico y la clase social.

En México, por ejemplo, cuando Yalitza Aparicio se convirtió en 2018 en la primera mujer indígena de la historia en ser nominada al Oscar como mejor actriz, por el largometraje Roma, fue considerablemente ninguneada e insultada. Otros actores incluso llegaron a llamarla “pinche india”. El director del filme, Alfonso Cuarón, dijo que estaba complacido con que la película hubiera generado un debate largamente “ignorado” sobre el racismo enquistado en la sociedad mexicana.

En Colombia, la discriminación y la violencia racial son asignaturas pendientes. El 22 de mayo, tres días antes de la muerte de George Floyd, el asesinato de un joven negro de 24 años llamado Anderson Arboleda a manos de la policía por supuestamente violar la cuarentena por la pandemia, reanimó el debate sepultado sobre el racismo sistémico.

Los afrocolombianos también tienen muchas más probabilidades de ser multados que los blancos o mestizos; y más probabilidad de interactuar con la policía y ser detenidos y requisados, según el organismo civil Ilex Acción Jurídica del país sudamericano.

Incluso en naciones de la región como Cuba, donde el igualitarismo que promocionó Fidel Castro tras la revolución socialista de 1959 suponía en teoría el fin de las desigualdades económicas y sociales, la discriminación hacia las personas negras sigue siendo rampante más de medio siglo después y el Gobierno no tiene un plan para revertirla, porque ni siquiera la reconoce.

Cuando los inmigrantes hispanos se instalan en Estados Unidos, no solo “viajan” con el racismo aprendido, sino que también asimilan pronto quiénes están en la base de la pirámide social en ese nuevo lugar al que arriban.

“Cuando una persona llega a un país, identifica rápidamente quién está discriminado, quién vive en los barrios pobres y quién está encima y debajo en la jerarquía de los grupos sociales”, explica Danielle Clealand.

“Eso moldea cómo los latinos perciben a los afroestadounidenses” y cómo los tratan, dice esta afrolatina. Ella misma ha sentido que, cuando habla español en público y los latinos la reconocen como parte de su comunidad, la tratan “un poco mejor”.

La experta también cita el idioma como otro de los “desafíos” que pueden explicar la incomprensión entre latinos y afroestadounidenses. Según datos del Censo, de los casi 60 millones de hispanos que viven en Estados Unidos, unos 9.3 millones no hablan inglés o lo hablan mal.

El Gobierno también es responsable de la desconexión y el encono

El aislamiento y la falta de contacto entre ambas comunidades, uno de los principales motivos de incomprensión y concepciones erróneas mutuas, también han estado influenciados por políticas y leyes federales que segregaron y aislaron a las personas negras en determinados barrios a inicios de los años 1990, creando una geografía racializada que está lejos de haberse borrado o revertido en la actualidad.

Con la Ley Nacional de Vivienda de 1934, en medio de la Gran Depresión y bajo la Administración de Franklin Roosevelt, se implementó el llamado redlining, que provocó que los afroestadounidenses terminaran aislados en partes específicas de las ciudades alrededor de todo Estados Unidos, en una especie de apartheid de vivienda que ha determinado por años su falta de oportunidades y sus relaciones con el resto de los grupos sociales, alimentando la desconexión con comunidades como la latina.

Un barrio mayormente habitado por personas negras en Baltimore, Maryland. La georgrafía de las ciudades más importantes de Estados Unidos continúa mostrando los efectos históricos de la segregación residencial.
Un barrio mayormente habitado por personas negras en Baltimore, Maryland. La georgrafía de las ciudades más importantes de Estados Unidos continúa mostrando los efectos históricos de la segregación residencial. AFP via Getty Images

La proximidad física sugiere estar asociada a una mayor o menor aceptación y tolerancia mutua entre personas de razas y orígenes diferentes, según el Centro Pew.

De acuerdo con la encuesta ya citada, los hispanos que viven en condados con concentraciones relativamente altas de afroestadounidenses son algo más propensos a decir que esta comunidad y los latinos se llevan bien (65% de los encuestados) que aquellos latinos que viven en condados con baja densidad de personas negras (50%).

Por eso el profesor Alejandro de la Fuente dice que, aunque en América Latina el racismo es “brutal”, los diferentes grupos sociales no lo viven como en Estados Unidos porque allá tienden a estar más juntos y a socializar más.

“Los sectores pobres de América Latina son multirraciales. En las favelas de Río (de Janeiro) viven muchas personas que son afrodescendientes”, como otras que no lo son. Allí, entre la gente pobre no existen los niveles de separación a nivel residencial, hay más matrimonios interraciales, etcétera”, explica.

Pero la segregación habitacional no ha sido el único elemento con que el poder político ha implementado iniciativas que terminaron sembrando división entre latinos y afroestadounideneses. Clealand cita el ejemplo de la ciudad de Miami, en Florida, en la que ella vivió por casi una década.

Un barrio pobre de Río de Janeiro, Brasil. Los expertos dicen que en países de América Latina como este, la mezcla de razas en las comunidades hace que el racismo se viva diferente que en Estados Unidos.
Un barrio pobre de Río de Janeiro, Brasil. Los expertos dicen que en países de América Latina como este, la mezcla de razas en las comunidades hace que el racismo se viva diferente que en Estados Unidos. Getty Images

Cuando comenzó la llegada masiva de cubanos exiliados a esa ciudad costera a inicios de 1960, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos vivía su apogeo y los afroestadounidenses comenzaban finalmente a beneficiarse de ayudas federales como préstamos para pequeños negocios, mejores oportunidades educativas y otras.

“Pero cuando los cubanos llegaron, el Gobierno comenzó a transferir esos beneficios hacia ellos. Casi un billón de dólares”, dice la experta. “Eso es un ejemplo de cómo el Gobierno puede transferir los recursos de un grupo a otro, creando divisiones que no fueron iniciativa de las comunidades”.

Clealand dice que, en ciudades como California y Nueva York, donde los vecindarios están más mezclados y los distintos grupos interraciales conviven en los mismos barrios y trabajan juntos, “a las personas les es más fácil reconocer que su posición es la misma” y que pertenecen a “comunidades que viven en condiciones muy similares y a las que les preocupan cosas análogas como la calidad de la educación, el desempleo o la atención de salud”.

El efecto del Trumpismo y la campaña presidencial de 2020

Los últimos cuatro años de Donald Trump en el poder también han exacerbado los ataques racistas explícitos y el discurso de odio contra las minorías raciales, aseguran los expertos consultados por Noticias Telemundo.

“El legado de Trump ha sido devastador porque empoderó a los racistas de una manera que muchos no habían sentido desde antes de (la lucha por) los derechos civiles en Estados Unidos”, dice De la Fuente. “Él abrió la caja de pandora y legitimó ese racismo que en muchos casos la gente sentía o practicaba, pero de una manera más o menos privada y con ciertos cuidados, por miedo a la condena social”.

En un informe de principios de 2020, el Southern Poverty Law Center afirmó que bajo la Administración Trump los grupos nacionalistas blancos de odio en Estados Unidos aumentaron un 55% desde 2017. El organismo describió una “amenaza continua y creciente a la democracia inclusiva” en Estados Unidos y citó el incremento de ataques racistas, antisemitas y crímenes de odio.

Una tragicómica compilación hecha por la cadena CNN en 2018, a mediados del mandato de Trump, encontró que los estadounidenses estaban reportando a personas negras con la policía por cosas excesivamente mundanas. Por ejemplo, se llamó a los oficiales del orden por afroestadounidenses que simplemente esperaban amigos en Starbucks, hacían un asado en un parque o vendían botellas de agua en una acera.

Pero el efecto del trumpismo, dicen los expertos, ha sido de doble filo para ambas comunidades, pues no solo ha perjudicado a los afroestadounidenses, sino que también ha puesto a los propios hispanos en el centro de ataques discriminatorios.

La frase 'Regresa a tu país', que fue tuiteada por Trump en julio de 2019 para atacar a cuatro legisladoras demócratas de origen extranjero —Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley— ha sido usada contra inmigrantes hispanos con frecuencia durante los últimos dos años.

Y Trump no ha sido el único hombre poderoso en la historia reciente de Estados Unidos que ha contribuido a moldear negativamente la percepción del público sobre las personas negras, hispanas y de otras minorías.

Por ejemplo, en estados como Florida, donde los latinos son mayoría y suelen rechazar aquello que les recuerda a los regímenes autoritarios de los que escaparon, los republicanos usaron los focos de violencia durante las protestas raciales del verano para presentar al movimiento BLM como un grupo “marxista” y hasta “comunista” asociado a los candidatos demócratas.

Una de ella fue la candidata republicana al Congreso María Elvira Salazar, una periodista cubanoestadounidense que terminó agenciándose el asiento del distrito 27 de ese estado, que comprende partes del condado de Miami-Dade.

Salazar ganó luego de afirmar falsamente con regularidad BLM controlaba a Joe Biden y los demócratas, a quienes había convertido en “socialistas radicales de extrema izquierda” como los gobernantes de Cuba o Venezuela. Su supuesta "evidencia" fue una foto en la que una cofundadora de BLM aparecía junto al dictador venezolano Nicolás Maduro en Nueva York.

¿El racismo será eterno o es posible desterrarlo?

Los expertos explican que todo el sistema de saber y los imaginarios que sostienen el racismo son reversibles. Como todo lo que se aprende, el racismo también se puede “desaprender”, dice De la Fuente, aunque advierte no es algo que se erradicará “por sí mismo” o de manera automática.

“Requerirá un enorme esfuerzo sistemático a largo plazo, incluyendo una transformación de los planes de educación en nuestras sociedades. Hay que educar a nuestros niños y jóvenes en una nueva cuerda”, dice, y señala el papel de los medios masivos en América Latina, sobre todo las novelas mexicanas, en las que no hay una representación real de la diversidad de razas y las personas no parecen mestizas sino “noruegas”.

Para Danielle Clealand no existe “una manera universal de cambiar la mente de todas las personas racistas”.

“Por eso me gusta enfocarme en las instituciones y cuáles son las políticas que podemos implementar para generar una igualdad racial, lo cual no sé si existe la voluntad para hacer”, comenta.

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Berto Aguayo dice que uno de sus principales empeños como activista es que hispanos y afroestadounidenses de su comunidad en Chicago comiencen a ver cómo las lógicas racistas “solo benefician al poder” y cómo la falta de unidad socava los esfuerzos de ambas minorías oprimidas para demandar cambios al poder, como mejores empleos y salarios, oportunidades de vivienda y acceso a educación y salud.

“Desde el inicio de la historia de nuestro país, personas con posiciones de poder han creado las condiciones para dividir a los grupos más pobres. Esas personas se benefician de que los grupos que no tienen mucho, como los latinos y afroamericanos, en lugar de unirse, se peleen", dice. 

“En Chicago, latinos y afroscomparten la creencia errónea de que los otros se están robando los trabajos. Es importante que ambas comunidades entiendan que, la razón por la que hay empleos que pagan mal o no hay suficientes, es por esas mismas fuerzas que nos oprimen a los dos”, dice.

Este reportaje se realizó en colaboración con Lourdes Hurtado, como parte de una serie por el Mes de la Herencia Negra en Estados Unidos.