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Padres no quieren que sus hijos jueguen fútbol americano

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Por Carlos Rajo

De los más de cien millones de televidentes que verán el “Super Bowl” o Supertazón este domingo, sin duda el evento televisivo más popular en EEUU, muchos de ellos preferirían que sus hijos jueguen otro deporte en lugar del violento fútbol americano.

Nada menos que el 40% de los estadounidenses señalan que debido al temor por los golpes y contusiones que sufren muchos jugadores de fútbol americano, no quisieran que sus hijos estuvieran involucrados con el deporte, según una encuesta de la cadena NBC y el diario Wall Street Journal.

Aunque no fue encuestado, uno de los padres de familia que caen en este porcentaje de gente que señala que le gustaría que sus hijos jueguen otro deporte, o que ellos mismos no alentarían al hijo a jugar fútbol americano, es el Presidente Barack Obama. Aun cuando el mandatario no tiene hijos varones, en una reciente entrevista con la revista New Yorker reveló que si lo tuviera no dejaría que su hijo “juegue fútbol profesional”.

Extraña relación ésta entre un deporte que muchos perciben como violento y no quieren saber nada de él en lo que a su familia concierne y la popularidad del mega evento que es el SuperBowl. 

Es un tanto como que hay fascinación en ver a los futbolistas-gladiadores y toda la parafernalia alrededor de la transmisión -incluyendo los famosos comerciales por el que las compañías pagan 4 millones de dólares por 30 segundos de transmisión- pero al mismo tiempo hay poco interés en ser parte directa del deporte en el centro del espectáculo, al menos en lo que tiene que ver con sus hijos. O igual de extraño, marcar distancias con el deporte para hacerse el desentendido con las lesiones y jugadores seriamente golpeados que se ven en cada partido.

Por lo que ha sido la atención de la prensa en los últimos días se confirmaría lo de que pocos se interesan por estos detalles de que es un deporte peligroso (la Liga misma que rige el fútbol americano, la NFL por sus siglas en inglés, aceptó recién hace unos meses pagar 765 millones de dólares a un fondo para recompensar a miles de ex jugadores que sufren hoy las consecuencias de contusiones recibidas durante su tiempo como jugadores activos. Estos alegan que la Liga sabía de los riesgos del deporte y por años no tomo medidas para prevenirlos. Un juez ha rechazado el acuerdo por considerarlo insuficiente). 

Lo único que importa hoy es el partido mismo, o como dice uno de los eslóganes preferidos de la Liga y la publicidad televisiva alrededor del SuperBowl: “el Ultimo Juego”. Valga citar aquí lo que una vez dijo un tipo de los Vaqueros de Dallas a propósito de esto del “Ultimo Juego” y todo el ruido que se genera a su alrededor. Si es el último juego “como es que se jugará el próximo año”, respondió el jugador.Y ciertamente que el SuperBowl se jugará este año -su versión número 48-, partido entre los equipos Halcones Marinos de Seattle y los Broncos de Denver, donde estos últimos son ligeros favoritos en parte gracias a su estrella, el “quarterback” o mariscal de campo Peyton Manning.

Este ha sido una de las atracciones de la semana previa al juego, con la gran interrogante -al menos para la prensa- de si se retirará después del Superbowl -Manning tomó el asunto sin mucho drama y dijo que preferiría seguir jugando. Si los Broncos se coronan campeones Manning entrará en el círculo exclusivo de las leyendas del fútbol americano, de los pocos quarterbacks que han ganado dos o más Supertazones.

Muy poco se habla por cierto del “quaterback” de Seattle, un joven afro-americano de nombre Rusell Wilson, pequeño de estatura para lo que es común en un “quaterback” y con un estilo de juego diferente también al de la mayoría de “quaterbacks” de éxito. En la narrativa de los expertos y comentaristas de fútbol americano, este tipo de juego de Russell y otros -casi todos ellos afro-americanos-, de correr con el balón no lleva nunca a la victoria. Que para ser un gran campeón se necesita de la sangre fría y el gran brazo para lanzar de gente como Manning o Tim Brady (otro ‘quaterback’ blanco). Por cierto, la única vez que un “quaterback” afro-americano ganó un Superbowl -Doug Williams- fue en 1988.

Con todo, quien de veras se ganó la atención de la prensa fue el defensa de Seattle Richard Sherman, un afro americano que al parecer no tiene pelos en la lengua y quien sorprendió a todo el mundo con lo que dijo al ganar el juego de semifinales ante San Francisco. Cuando una reportera lo entrevistó apenas instantes después de terminar el partido Sherman no dijo lo usual que dicen los jugadores de darle gracias a alguien o cualquier banalidad de lo bien que jugo su equipo. Sherman se lanzó en un emocional discurso sobre que él era el mejor defensa esquinero y que se le respetara y cosas parecidas.

Sea porque no se esperaba una reacción de ese tipo en un jugador o porque el individuo es afroamericano o lo que sea, el punto es que Sherman fue objeto de muchas críticas, llegando incluso a calificársele de “matón” y de “ghetto boy” (muchacho del ghetto). La implicación era de que como era posible que un jugador afroamericano se atreviera a decir ese tipo de cosas y que las dijera como las dijo, es decir, literalmente robándose la cámara y con cierta “actitud” o arrogancia.

Con el paso de los días nos enteramos de que el supuesto “matón” Sherman tenía otras cosas en su vida. El individuo se graduó con honores en su escuela secundaria en Compton -la ciudad en las afueras de Los Ángeles que hace unos años era considerada la ‘capital del crimen’ en la nación por la cantidad de homicidios que ahí se cometían- pero además, que terminó la carrera de comunicaciones nada menos que en la Universidad de Stanford (algo así como el Harvard de la costa Oeste). 

En resumen, que Sherman es un tipo estudiado que rompe con el molde del típico jugador de fútbol que cuando lo entrevistan se queda en puras cosas superficiales debido a su falta de estudios o inseguridad. Toda una lección sobre que no hay que encasillar o definir a la gente únicamente por su apariencia -de negro, de latino o de lo que sea.

Otro jugador que también estuvo en el ojo del huracán en los días previo al Superbowl fue Marshawn Lynch, igualmente de Seattle y afro-americano, quien de pronto cuando fue el “Día de la Prensa” -cuando los miles de periodistas acreditados tienen acceso directo a los jugadores- no quiso hablar mayor cosa. 

De inmediato vino la reacción de la Liga y esta lo amenazó con multarlo con 50 mil dólares por cada día que no hablara. Lynch criticó lo que llamó “todo el proceso del Superbowl” y al día siguiente cuando se volvió a presentar ante la prensa dijo con toda sinceridad: “estoy aquí para que no me multen”, y sólo hablo por 27 segundos más que el día anterior.

Lo que sugiere lo hecho por Lynch y lo dicho por otros críticos es que todo lo del Superbowl es algo que ha sido creado por la Liga y los grandes intereses comerciales que se mueven detrás del evento. Que el Supertazón es algo inflado que cada año se hace más grande y mueve tales cantidades de dinero en proporciones que no tienen que ver con una simple final de fútbol. 

Quizá sea cierto, pero lo que también es indiscutible es que más allá de si todo ha sido manipulado, de si es un sinsentido el que se paguen cuatro millones de dólares por un comercial, de que algunos boletos en zonas cercanas al campo de juego se vendan hasta por 10 mil dólares o de que un vaso grande cerveza cueste hasta catorce dólares, el punto es que millones de gentes se sentarán este domingo a ver el partido del Supertazón. Aun incluso, si muchos de ellos no dejarían que sus hijos jueguen el brutal deporte ya que lo consideran peligroso y violento.