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Opinión: "Disculpas calmarán las aguas"

disculpas de Francisco deberian ser inminentes

Por Carlos Rajo

Más allá de lo que diga el Vaticano sobre que las acusaciones contra el Papa Francisco por su supuesto papel en los tiempos de la dictadura argentina no son ciertas, son difamatorias y provienen de sectores izquierdistas anti clericales, el tema seguirá sonando hasta en tanto el Pontífice mismo no lo aborde y dé su propia versión de lo sucedido.

La conferencia de este sábado ante la prensa internacional que se ha hecho presente en El Vaticano con motivo del cónclave que lo eligió es un buen momento para que el nuevo Papa ponga los puntos sobre las íes.

Nada puede hacerse para remediar algo que sucedió hace casi cuarenta años. Los que acusan al Santo Padre  lo seguirán acusando pase lo que pase. Y quienes lo defienden, igualmente lo seguirán defendiendo.

Lo que sí puede hacer Francisco es sincerarse con el mundo. Rendir cuentas sobre el rol de la Iglesia argentina y el suyo mismo durante los años de la dictadura. Explicar, o incluso pedir perdón, por su silencio ante las barbaridades que se cometieron en la llamada “Guera Sucia” que llevaron a cabo los militares argentinos.

Es más, un acto de sincerarse servirá como ejemplo al mundo de que este Papa en efecto llega con una nueva actitud ante los problemas de la Iglesia. Dar la cara, ser abierto, decir la verdad y cuando es necesario, pedir perdón. Sea por lo que sucedió en Argentina en los años 70s y el silencio de la Iglesia, en Estados Unidos y otros lugares del mundo, y los abusos sexuales de sacerdotes, o la supuesta corrupción y malos manejos en la curia romana.

No es la primera vez que surgen estas acusaciones en Argentina contra el hoy Papa. En el 2005, cuando se le consideraba uno de los “papables”, también se habló de ellas. Y antes, por varios años, se habló del tema en el país sudamericano. No necesariamente como señala El Vaticano únicamente entre sectores izquierdistas o gente anti Iglesia. Organismos defensores de derechos humanos también se referían al tema.

El propio Papa -en ese entonces el cardenal Jorge Mario Bergoglio- dio testimonio en el 2010 ante la justicia argentina en un caso contra dieciocho individuos que en su momento habían sido oficiales de la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), sitio utilizado durante la dictadura para encarcelar y torturar a presos políticos.

La acusación principal contra el Papa es que en 1976 le quitó la protección o el nombramiento como sacerdotes destacados en determinado lugar -la ‘villa miseria’ de Flores en Buenos Aires- a dos padres que hacían trabajo con los pobres (Orlando Yorio y Francisco Jalics).

Que supuestamente al retirarles esa protección o especie de legitimidad que da la Iglesia, los militares argentinos se sintieron con vía libre para secuestrar y llevar a los dos curas a la ESMA. Ahí fueron torturados por cinco meses y eventualmente puestos en libertad.

Uno de los dos sacerdotes -Yorio- dio una entrevista en 1999 en la que acusó a Bergoglio de que los hubieran secuestrado. Yorio moriría poco tiempo después. Su familia sigue insistiendo en la culpabilidad del hoy Papa. El otro sacerdote está vivo y desde Alemania, donde está recluido en un convento, ha comunicado que “está en paz” con Bergoglio. Hace unos años ambos dieron una misa juntos y al final se abrazaron en un gesto de reconciliación.

El hoy Papa había negado en el pasado las acusaciones, nunca sin embargo, en un foro semi público como el interrogatorio en el caso del 2010. Bergoglio optó por ejercer su privilegio de persona de autoridad y en lugar de ir a la corte pidió ser interrogado en su despacho.

“No creo que se les hayan suspendido las licencias”, respondió el hoy Papa ante la pregunta clave de toda la acusación, según revela la revista “The New Republic”, que tuvo acceso a la declaración de Bergoglio . Que además, agregó el Pontífice no era cierto que la Iglesia había abandonado a los dos sacerdotes;  al contrario, les había ofrecido donde vivir y que en efecto estuvieron en una casa de los jesuitas días antes de su captura.

En el testimonio, Bergoglio detalla cómo una vez que supo de la desaparición de los dos padres movió sus influencias para ayudarles, hablando incluso con los uniformados Jorge Rafael Videla y Emilio Massera, ambos miembros de la Junta Militar que gobernaba Argentina pidiéndoles la liberación de los sacerdotes. “Mirá Massera, quiero que aparezcan”, contó el hoy Papa que le había dicho al almirante quien tenía a su cargo precisamente la ESMA.

Según el mismo testimonio ante la justicia argentina, Bergoglio detalló que, una vez liberados, ayudó a los dos sacerdotes a salir del país. Uno de los jueces le preguntó al entonces cardenal si alguno de los padres le había dicho algo sobre que pensaban de su manera de proceder antes y durante su detención. “Ninguno de ellos me preguntó qué más pude haber hecho...ninguno me echó la culpa”.

Es fascinante esta frase de Bergoglio de “qué más pude haber hecho”, ya que es precisamente el corazón de la disputa sobre su pasado. Aun si uno asume que Bergoglio no tuvo nada que ver en la captura de los dos sacerdotes, es su actitud en general durante el periodo de la Guerra Sucia lo que es problemático. Y que es precisamente lo que el Papa tendría que abordar en público. Él y la Iglesia argentina sí pudieron hacer más durante la dictadura.

Y sino véase este otro ejemplo de la relativa pasividad o indiferencia de Bergoglio. El otro caso por el que también se ha levantado polvo en Argentina es el de una pareja de jóvenes que habían sido secuestrados por las fuerzas militares. La mujer (Elena de la Cuadra) estaba embarazada y en junio de 1977 tuvo un hijo estando desaparecida. Por filtraciones y un mensaje anónimo, la familia de la mujer supo del bebé que había nacido. Así las cosas, por una recomendación del superior general de los jesuitas en todo el mundo, el padre Pedro Arrupé, fueron ante Bergoglio a pedir ayuda.

El padre de la joven desaparecida (Roberto Luis de la Cuadra) habló con Bergoglio, quien al parecer, lo único que hizo fue recomendarle que hablara con el obispo auxiliar de La Plata (lugar donde se suponía estaba detenida la joven mamá) y a quien dirigió una breve nota.

“El (el padre de la joven) le explicará a usted de qué se trata y le agradeceré todo lo que pueda hacer”, escribió Bergoglio en la nota. Según la familia de la joven, el hoy Papa nunca más se volvió a interesar en el caso, no obstante que el obispo de La Plata rápidamente pudo averiguar que en efecto la joven estaba detenida y había tenido un bebé que había sido entregado por sus captores militares a un matrimonio que no podía tener hijos.

En el testimonio del 2010, el cardenal Bergoglio señaló que no recordaba “los pormenores de la entrevista” con el padre de la joven. “No recuerdo que me haya referido que su hija se encontraba embarazada”, señaló el hoy papa en un testimonio dicho bajo juramento de decir la verdad “por Dios y los Santos Evangelios”.

No hay razón para pensar que el hoy Papa estuviese mintiendo en esa entrevista. Es posible que la memoria le fallara o lo que sea. El punto es que así como en el caso de los dos sacerdotes secuestrados, las versiones encontradas nunca terminarán. Habrá unos que le quieran creer y otros que siempre tendrán la duda. Por cierto, en favor de Bergoglio está el dicho de Alfredo Pérez Esquivel, una de las grandes personalidades argentinas en el tema de los derechos humanos (ganó un Premio Nobel de la Paz por su labor en ese campo), quien ha defendido al hoy Papa.

“No creo, como algunos dicen, que haya sido cómplice de la dictadura. Hubo religiosos que sí, pero Bergoglio no”, aseguró Perez Esquive,l citado por BBC Mundo. “Tal vez no tuvo el coraje y la presencia de reclamar con mayor fuerza las cuestiones de derechos humanos”.

La pelota está en el campo del Papa Francisco. El dicho de su vocero -o incluso de gente como el premio Nobel Pérez Esquivel-, no es suficiente para calmar las aguas de la discusión y la duda sobre su papel durante los trágicos años de la Guerra Sucia. El Papa tiene que tomar el toro por los cuernos y sincerarse con el mundo.

La Iglesia católica argentina y hoy el papado lo exigen. Sincerarse y pedir perdón por lo que no se hizo o se dijo. Sólo así se le puede dar vuelta a la página e ir comenzando a sembrar la idea esa de que soplan nuevos vientos en El Vaticano. A los primeros gestos de humildad y sencillez del Papa Francisco falta añadirle las palabras de convencimiento. El mundo quiere creerle, es sólo que él tiene que pedirlo.