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Obrador se divorcia del PRD. ¿A quién le irá mejor?

Lopez obrador se divorcia del PRD

Por Carlos Rajo/Opinión

La salida de Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) plantea una serie de interrogantes sobre el futuro de las fuerzas de izquierda en México. La principal, por supuesto, sobre si al dividirse están tirando por la borda las posibilidades de alcanzar el poder.

Con López Obrador, el PRD y el resto de fuerzas de la izquierda mexicana alcanzaron el segundo lugar en las dos últimas elecciones presidenciales (en el 2006, perdiendo apenas por el 0.56% de los votos –poco más de medio millón- y bajo denuncias de que hubo fraude y de que les robaron la elección). De lejos, los mejores resultados que los partidos de izquierda han obtenido en décadas de participación política. Ni siquiera cuando fue candidato presidencial el fundador del PRD Cuauhtémoc Cárdenas, la izquierda obtuvo tantos votos como con López Obrador.

Al hablar de estos votos surge precisamente la segunda de estas interrogantes en torno a los efectos de la salida de López Obrador del PRD. ¿Qué pasará con los más de 15 millones de votos que obtuvo la izquierda en la última elección presidencial?

¿Será que estos votantes seguirán siendo fieles al PRD, y otros dos pequeños partidos que formaron la alianza de izquierdas, el Partido del Trabajo y el Movimiento Ciudadano, o es que darán el salto hacia el partido político que con toda seguridad formará López Obrador (basado en el llamado Movimiento de Regeneración Nacional mejor conocido por sus siglas de MORENA)?

El anuncio del “divorcio amigable” entre López Obrador y el resto de las fuerzas de izquierda encabezadas por el PRD se produjo el domingo en un mitin en el Zócalo de la capital mexicana. La verdad nada nuevo.

Era secreto a voces que López Obrador y la cúpula del PRD tenían muchas diferencias y que la salida del político tabasqueño del PRD era algo que tanto él como sus socios políticos deseaban. Digamos que fue la mejor separación posible en un matrimonio que hacía mucho caminaba en diferentes pistas. “Estoy a mano y en paz con la izquierda progresista”, dijo López Obrador un tanto resumiendo su salida.

Hay varias razones por las cuales se da esta separación entre López Obrador y el PRD, la principal, quizá, sobre cómo reaccionar ante el triunfo de Enrique Peña Nieto, el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en la elección presidencial de julio.

Para López Obrador en esa elección hubo fraude, imposición, juego sucio y toda una serie de irregularidades que hacen que él se niegue a reconocer el triunfo y la legitimidad de la eventual presidencia de Peña Nieto (éste comienza su periodo presidencial el uno de diciembre). “No daremos tregua ni ventaja a un régimen antidemocrático”, advirtió López Obrador sobre el futuro gobierno.

Para la gran mayoría de los dirigentes del PRD por otro lado, -incluyendo a los que ganaron puestos de elección popular como diputados, senadores, asambleístas del Distrito Federal y gobernadores- la elección presidencial es asunto terminado. Peña Nieto ha sido declarado presidente electo y legítimo y el PRD se apresta a trabajar con él (desde la oposición, pero al final de cuentas aceptándolo como mandatario).

Que es cierto, sigue el argumento del PRD, hubo irregularidades de las que habla López Obrador, y es una vergüenza como actuaron las autoridades electorales al no investigar las denuncias de compra de votos, de flujos ilegales de dinero a la campaña de Peña Nieto, el rebase en el tope de gastos, etc., pero que con todo el proceso electoral ya concluyó y es hora de volver a la acción política, sea legislando, gobernando y/o preparándose para futuras elecciones.

Este es entonces el meollo del conflicto, o diferencia para decirlo de una manera más elegante, entre López Obrador y la cúpula del PRD. El carismático dos veces candidato presidencial se niega a aceptar la legitimidad de Peña Nieto, y el PRD en cambio, quiere darle vuelta a la página. Y es que a esos dirigentes les esperan atractivos -y lucrativos- puestos en la Cámara de Diputados, en el Senado de la República, en el gobierno del Distrito Federal y en las gubernaturas de Tabasco y Morelos.

Pero también hay otras razones por este divorcio entre las fuerzas de izquierda, o sino razones, consecuencias de la separación.

Sucede que López Obrador, con su fuerza política y popularidad, literalmente tenía como rehén al PRD y a los otros partidos de izquierda. Como bien lo señaló un dirigente del PRD, al salir López Obrador tendría que terminarse con la “esquizofrenia” del PRD. Un partido que un momento es institucional, forma parte de las estructuras políticas de México, y un segundo después denuncia todo esto como parte de un fraude o “una mafia” que gobierna México.

Uno esperaría que ahora que este PRD no estará amarrado o puesto contra la pared por la enorme influencia de López Obrador, actuará más como un partido político normal de izquierda y menos como un movimiento que cuestiona todo lo que no le es favorable. No más eso de tener un pie adentro y un pie afuera del sistema político. Si participa en elecciones es para competir y ganar, pero también para aceptar sin chistar la posible victoria de sus adversarios políticos. Hoy lo ha hecho y es por eso la ruptura con López Obrador.

Sólo el tiempo dirá si la división ha causado un daño mortal a la aspiración de la izquierda mexicana de llegar a la presidencia. Un primer análisis diría que es un gran golpe y que una izquierda dividida tendrá muchas menos posibilidades de acceder al poder presidencial.

Pero quizá más importante es la pregunta sobre ¿qué pasará con esos votos que se llevó la izquierda en la elección de julio? Un análisis inmediato -de nuevo, sólo el tiempo dirá cuál es lo correcto- señalaría que muchos, sino es que la mayoría de esos votos, se consiguieron gracias a López Obrador. No por casualidad los dirigentes del PRD tenían siempre temor de distanciarse en público de su casi eterno candidato presidencial.

Y es que a López Obrador se le puede acusar de “mesiánico”, de “caudillo”, de “necio”, en fin de los uno y tantos adjetivos que le dan los que lo critican, pero lo cierto es que su atracción y popularidad con una buena parte del electorado mexicano es algo imposible de negar (los más de 15 millones de votos, casi un tercio del electorado, hablan por sí solos).

Es posible que suceda lo contrario. Que la mayoría de esos votantes se queden con el PRD y que lo de López Obrador sea una quijotada y su movimiento-eventual partido MORENA se convierta en otro de esos pequeños partidos que siempre han existido en México -antes creados por la mano invisible del PRI como pantalla opositora y luego en la izquierda fruto de las permanentes diferencias ideológicas y/o ambiciones personales-, que ganan un diputado aquí, un diputado allá, pero que nunca son realmente una opción de poder.

Cualquiera sea el caso de a dónde vayan estos votos de los mexicanos que simpatizan con el proyecto político de izquierda, lo cierto es que desde el anuncio de la salida de López Obrador se abrió -si es que no existía ya- la carrera por tomar su lugar dentro del PRD. Lugar en el sentido de ser el líder, y casi con seguridad candidato presidencial en 2018, de la izquierda institucional. Los dos principales nombres en esta carrera: Marcelo Ebrad, el actual Jefe de Gobierno del D.F. y su sucesor en el gobierno de la capital mexicana, Miguel Mancera.

Se acaba una época en la historia de la izquierda o fuerzas progresistas mexicanas. Así como en la segunda mitad de los años 80s se dio la fundación del PRD -antes marcado también por otro hecho histórico como fue la salida de Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y otros del PRI- ahora se da la salida de López Obrador del principal partido de izquierda. Es moneda al aire saber a quién le irá mejor. Si al partido metido en la rutinaria y aburrida vida institucional o al líder anclado en la pureza de sus principios y en la certitud de su palabra.