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"Mi sueño es conocer a mi papá": estos menores cruzan la frontera solos para reencontrarse con sus padres

Justin, Keiner, Franklin y Michelle tienen 10, 11, 16 y 17 años. Acaban de llegar a Estados Unidos y no recuerdan o no conocen a sus familiares. Ellos son parte de los miles de menores no acompañados bajo custodia de la Administración Biden.
/ Source: Telemundo

ROMA, Texas.– Son la cara más dura de la creciente llegada de migrantes y también el trago más amargo para la administración Biden en su primera crisis en la frontera sur. Son menores no acompañados, niños y adolescentes que llegan a Estados Unidos solos o sin ningún familiar directo. 

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Actualmente hay casi 16,000 menores en custodia de las autoridades estadounidenses: 4,878 en instalaciones de la Patrulla Fronteriza y 10,800 más a cargo del Departamento de Salud y Servicios Humanos, según datos oficiales recabados por nuestra cadena hermana NBC News. Esperan a ser liberados con algún familiar o esponsor en Estados Unidos.

Algunos llegan con un nombre en su cabeza, un número de teléfono apuntado en un trozo de papel o un estado que saben de memoria: el de su padre o su madre que ya vive en Estados Unidos. Lo que no tienen es un recuerdo físico de ese progenitor, que partió cuando eran bien pequeños o ni siquiera habían nacido.

La migración de estos menores –encontramos a niños tan jóvenes como de 5 años y a jóvenes de 17– es causa y consecuencia de la propia migración: primero emigraron sus padres y ahora emigran ellos para reencontrarse con sus familias. 

Hablamos con algunos, todos hondureños, después de cruzar el Río Grande.

“Extraño a mi mamá”

– ¿Has pasado miedo?

– Sí.

– ¿Por qué?

– Porque extraño a mi mamá. Nunca he estado lejos de ella.

Justin, de 10 años, lleva media hora en Estados Unidos. Dice haber hecho el viaje solo.
Justin, de 10 años, lleva media hora en Estados Unidos. Dice haber hecho el viaje solo. Damià Bonmatí

Justin, de 10 años, lleva media hora en Estados Unidos. Está sentado en un estacionamiento junto a diez menores no acompañados más. La Patrulla Fronteriza los separó del resto, un grupo de unos 75 migrantes, que entraron de noche por Roma, Texas.

Dice haber hecho el viaje solo. Sin familiares pero sí con tres hombres que conoció durante la travesía. Recorrieron la distancia entre Honduras y Estados Unidos principalmente en carro y también una etapa en avión, entre las ciudades mexicanas de Puebla y Monterrey.

[“Nadie sabe lo que está sucediendo”: migrantes llegan a la frontera con falsas expectativas de que la Administración Biden permitirá la libre entrada]

“Son unos amigos que encontré y me pegué a ellos”, dice. Uno de ellos se separó antes de cruzar el río; los adultos solos suelen tratar de evitar a la Patrulla Fronteriza. A los otros dos, no los delata, pero indica con la mirada que están en el grupo de adultos con niños del otro lado del estacionamiento.

En el bolsillo lleva un papelito con el número de teléfono de su padre, que vive en la costa Este de Estados Unidos. También se lo sabe de memoria y lo puede recitar sin pensar.

–¿Hace cuánto que no ves a tu papi? 

–No lo conozco

–Y ¿qué vas a hacer cuando lo veas?

–Darle un abrazo, darle un beso.


Apenas ha podido informar a su mamá de cómo le ha ido en el camino: “Traigo un teléfono pero funciona solo con wifi”. Y el papá le dijo que ya pronto iba a llegar, que no se pusiera triste. Cuando acabamos de hablar, apoya de nuevo la cabeza entre sus rodillas. Es medianoche.

“Mi mamá me quería ver”

Desde los 4 años, Keiner no ve a su madre, que vive en Florida. Ahora, con 11, tiene claro el porqué de esta travesía de semanas desde Honduras hasta Texas: “Mi mamá me dijo que me quería ver”.

Desde los 4 años, Keiner no ve a su madre, que vive en Florida. Ahora, con 11, tiene claro el porqué de esta travesía de semanas desde Honduras hasta Texas: “Mi mamá me dijo que me quería ver”.
Desde los 4 años, Keiner no ve a su madre, que vive en Florida. Ahora, con 11, tiene claro el porqué de esta travesía de semanas desde Honduras hasta Texas: “Mi mamá me dijo que me quería ver”.  Damià Bonmatí

Recuerda el momento en que su vida de niño dio un vuelco, “Yo estaba ahí jugando con unos amigos y mi tía me dijo ‘mañana te vas para Estados Unidos’. Me quedé pensativo y dije ‘¿con quién?’: ‘con tu tío’. ‘Ah’. Después me fui a jugar”.

Su tío también es menor, se llama José David y tiene 17 años. Está sentado a su lado. “Yo aguanto más, soy más grande, pero para él, traía medicinas y un botellón de agua. Le pegó calentura tres veces en el camino”, recuerda ahora, mientras espera que la Patrulla Fronteriza les tome los datos. Con el dinero que traían les alcanzó para pagar la comida hasta Monterrey, México, y desde allí les tocó pedir.

El mayor asegura que lograron cruzar el Río Grande en balsa y sin pagar las extorsiones de los cárteles que controlan el lugar. “Les dije que si me hacían el favor por él. Y me dijeron: ‘lo haré por él, no por ti’. Gracias a Dios nos hicieron el favor de pasarnos”.

“Hace 10 años que no veo a mi mamá”

Lo peor de la travesía hasta Estados Unidos fue subirse a La Bestia, dice Franklin, de 16 años. “Cuando nos subimos al tren, los pieses estaban congelados. Se sufre mucho, Estuvimos como cuatro horas. Me daba pesar por mi hermano”.

Su hermano tiene 14 años y lo escucha con la cabeza recostada sobre sus rodillas y con la capucha protegiéndole de la noche. Han hecho esto juntos, como tantas otras cosas desde chicos.

Lo peor de la travesía hasta Estados Unidos fue subirse a La Bestia, dice Franklin, de 16 años.
Lo peor de la travesía hasta Estados Unidos fue subirse a La Bestia, dice Franklin, de 16 años.Caleb Olvera

“Nosotros vivíamos solos. Yo estaba a cargo de mi hermano. Dormíamos solos, vivíamos solos, solo íbamos a casa de una muchacha para comer. Mi madre enviaba dinero desde Estados Unidos. La hemos extrañado mucho. Cuando hablamos con ella, cuando nos mira, ella se pone a llorar. Es difícil”.

Han pasado diez años así. “De un día para otro, [mi mamá] nos dijo que alistáramos las cosas y que íbamos a salir. Y nosotros le hicimos caso, alistamos las cosas y al día siguiente salimos”.

Agarraron pasta de dientes, cepillo, botiquín, ropa, chancletas y un celular. Esas pertenencias se han reducido ahora a una bolsa de plástico con el logo del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos y el nombre de Franklin escrito en rotulador. Dentro de ella, solo queda el teléfono y el cargador.

“Vine sola”

Michelle, una hondureña de 17 años, nunca ha abrazado a su papá. Imagina que será “emocionante” hacerlo, probablemente en las próximas semanas, si las autoridades la liberan con él, que vive en el Noreste.

El padre partió a Estados Unidos antes de que naciera y ahora es ella quien deja en Honduras a su mamá, con la que se ha criado, antes de cumplir la mayoría de edad. Es común escuchar esa cifra, 17, entre los adolescentes que cruzan solos. Para ellos, es una cifra que les da confianza para no ser retornados a México o deportados a sus países.

Michelle, una hondureña de 17 años, nunca ha abrazado a su papá. Imagina que será “emocionante” hacerlo.
Michelle, una hondureña de 17 años, nunca ha abrazado a su papá. Imagina que será “emocionante” hacerlo.Caleb Olvera

Ella cruzó la frontera al atardecer. Se sumó a un grupo de diez migrantes, que entraron por el área de Mission, Texas. Conserva un crucifijo de madera que le cuelga del cuello, una bolsa de plástico con un cepillo de dientes y ropa de abrigo pese a los 80 grados Farenheit que caen sobre estos caminos de Texas.

“En mi país no se puede vivir, hay mucha delincuencia. Yo quiero un futuro para mí”, dice al darse cuenta que ya está en Estados Unidos. Pese a viajar sola y ser tan joven, migró caminando y en autobuses. Siente que lo ha logrado.

“Lo que más deseo es conocer a mi papá”

La historia se repite con Joel, de 17 años: “No me acuerdo para nada en absoluto de él [su padre]. Es mi sueño conocerlo”, dice sentado en un lateral del camino donde agentes locales de Hidalgo lo encontraron junto a otros menores y familias migrantes. Viene a pedir asilo.

Su padre dejó Honduras cuando él tenía 4 años y, aunque lo intenta, no consigue tener recuerdos de su figura paterna. “Se ha comunicado conmigo y llorábamos por tener un encuentro”. Todos sus hermanos ya están en territorio estadounidense. Él es quien ha dicho, en casa, el último adiós a su mamá.

La historia se repite con Joel, de 17 años: “No me acuerdo para nada en absoluto de él [su padre]. Es mi sueño conocerlo”.
La historia se repite con Joel, de 17 años: “No me acuerdo para nada en absoluto de él [su padre]. Es mi sueño conocerlo”.Caleb Olvera

Llega con dolor en la nariz, dice que es por los cambios de temperatura. Y carga con medio galón de agua, asegura que es lo más importante para él en ese momento, cargar con esa botella.

En el camino ha conocido a otros adolescentes solos como él. “Uno crea esos lazos de amistad y uno se ayuda mutuamente. Es muy pesado, créame: desvelos, a veces solo dormimos dos horas, o sólo una, en el piso o en colchonetas en los albergues. De casi no poder dormir, uno de enferma, y tenemos dolores de espalda o de cuello. Dormíamos muy pegados”.

Los periodistas Caleb Olvera y Edgar Muñoz colaboraron en el reporteo de esta nota.