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Discriminados, silenciados y “borrados de la historia”: así combaten los inmigrantes afrolatinos su doble marginación

En el Mes de la Herencia Negra, migrantes afrolatinos reflexionan sobre los retos de afrontar la discriminación y superar las dificultades del racismo sistémico en un país con pocas oportunidades para las personas afrodescendientes.
/ Source: Telemundo

Por Albinson Linares y Lourdes Hurtado

Cuando crecía en Nueva York, Danyeli Rodríguez notaba que su familia y muchos de sus conocidos eran tratados de manera distinta al resto de las personas. Algo pasaba con el color de su piel. “Ahora que he aprendido más sobre la injusticia me doy cuenta de que las personas negras corren riesgos mayores”, explica con una sonrisa amarga.

Era la década de 2000 cuando empezó a sentir que corría peligro al salir de su casa en el Bronx, al ver cómo compañeros de escuela eran detenidos frecuentemente por la policía en el apogeo de la práctica de stop-and-frisk, las retenciones policiales de ciudadanos potencialmente sospechosos por su color de piel.

“Las personas negras en este país no solo están en riesgo por las autoridades migratorias, también corren el riesgo de enfrentarse a injusticias a mano de la policía. Los inmigrantes negros se preocupan porque no tienen protección”, explica Rodríguez, quien decidió apostar por las artes para contar la historia de las discriminaciones y el racismo que sufre la comunidad afrolatina en Estados Unidos.

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Poetisa, activista y creadora del podcast Loose Accents, Rodríguez es de ascendencia dominicana y forma parte de una generación de jóvenes afrolatinos que han decidido impulsar la organización de sus comunidades en medio del surgimiento de potentes movimientos sociales como Black Lives Matter y las protestas por el racismo sistémico que conmocionaron al país en 2020, luego de los fallecimientos de Breonna Taylor y George Floyd a manos de agentes de policía.

“Lo más duro es que nunca vi mi historia en el movimiento de migración”, afirma la escritora con tristeza.

Para muchos afrolatinos, la ausencia de sus experiencias de vida es una constante cuando se habla del movimiento de migración en Estados Unidos. En general, la gran mayoría de la cobertura mediática y los análisis académicos se centran en las grandes comunidades de inmigrantes, como la mexicana o centroamericana, sin tomar en consideración que muchas de esas personas son afrodescendientes o a otros sectores como los migrantes caribeños y antillanos.

Una encuesta del centro de Pew Research Center indicaba en 2014 que una de cada cuatro personas hispanas se identificaba como afrolatina. Están más concentradas en la Costa Este y en el Sur que otros latinos (el 65% en comparación con el 48% de otros hispanos). También tienen más probabilidades que otros latinos de haber nacido en el extranjero (70% frente a 52%), menos probabilidades de tener una educación universitaria (24% frente a 37%) y más probabilidades de tener ingresos familiares más bajos.

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Muchas de las experiencias de migrantes afrolatinos siguen silenciadas, somos borrados de la historia, nos omiten y no es algo muy presente en la academia”, explica Paul Joseph López Oro, profesor del departamento de Estudios Africanos en el Smith College.

Durante sus estudios sobre la afrolatinidad, López ha detectado patrones preocupantes que afectan a los afrodescendientes en Estados Unidos. En muchas entrevistas, las personas migrantes le hablan del “ataque doble” para referirse a lo que sienten al ser discriminados tanto por ser afrodescendientes como por pertenecer a la comunidad latina hispanohablante.

“En América Latina existe el racismo y es algo evidente en el orden social, pero en Estados Unidos es distinto porque es más frontal y la gente se lo dice en la cara. Eso afecta mucho y les quita fuerzas para la lucha. Además, muchas veces son discriminados por los mismos afroestadounidenses porque no hablan bien el idioma y eso es duro porque no entienden cómo personas que se parecen a ellos los maltratan”, afirma López.

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La vida sin papeles

A Osbel Edilberto Ramírez, de 40 años, le costó mucho llegar a Estados Unidos. Oriundo de La Ceiba, un enclave costero de Honduras, realizó un peligroso periplo a través de las fronteras de Centroamérica y recuerda que México fue especialmente difícil porque los migrantes sufrían robos con frecuencia.

Cuando finalmente cruzó la frontera estadounidense, se radicó en Nueva York donde no fue ajeno a la discriminación policial. Recuerda que una vez cruzó la calle mientras un semáforo estaba en verde, porque no había carros a la vista, pero de inmediato una patrulla se le abalanzó y casi lo atropella.

“Fueron agresivos, me multaron y tuve que ir a la corte, donde desestimaron el caso, pero sí siento que eso me pasó porque soy negro. Lo más increíble es que los policías eran latinos, esa es la realidad en este país: a veces los mismos latinos son peores, es la doble discriminación”, recuerda Ramírez.

Una de las cosas que le siguen sorprendiendo es el desconocimiento de muchos hondureños sobre la existencia de las poblaciones afrodescendientes del país .“Nunca visitan la costa y emigran. Entonces cuando uno se los encuentra acá en Estados Unidos y dices que eres de Honduras, no te creen. Es una locura”.

Ramírez es una persona gay y dice que eso lo convierte en una suerte de triple minoría al ser un afrodescendiente latino, hispanohablante y miembro de la comunidad LGBTQ+.

Hay mucha ignorancia y algunos te atacan por tu orientación sexual, lo que más duele es que lo he vivido con mi propia familia porque mis hermanos que están acá no lo aceptan. Pero uno va agarrando fuerzas de donde no hay y va enfrentando cualquier barrera”, explica.

Aunque ya tiene sus papeles, durante 13 años vivió como indocumentado lo que le impidió continuar con sus estudios. Ahora vive en Hartford, Connecticut, y dice que es feliz porque se siente cobijado por la amplia presencia de la colonia boricua y dominicana de la zona. “Quiero mejorar mi inglés y estudiar administración de empresas, aunque acá el álgebra es medio complicada. Pero nada es imposible”, dice con firmeza.

Rodríguez, la escritora del Bronx, recuerda la época exacta en la que el peso de la realidad cayó sobre su cabeza. Desde que llegó a Estados Unidos, a los 8 años, sabía que era indocumentada pero no comprendía la magnitud de las limitaciones que entrañaba esa condición.

Era algo común en su comunidad y la gente no solía hablar de eso, hasta que llegó al final de la educación secundaria y empezó a darse cuenta de que no podría gozar de beneficios como ayudas financieras, préstamos educativos, ni muchas becas porque no tenía un permiso legal.

Hay mucha ignorancia en mi comunidad porque la gente no sabe qué recursos hay para las personas indocumentadas. Personas como mis padres no saben cuáles son sus protecciones, y sus riesgos, porque no hay suficiente información para quienes vienen del Caribe o que son personas negras inmigrantes”, explica la activista, mientras recuerda que hay más de 600,000 personas afrodescendientes que no tienen papeles y residen en el país.

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Para Rodríguez, la pesadilla de vivir indocumentada terminó cuando obtuvo sus papeles, a los 20 años, pero es muy consciente de los riesgos que viven otras personas que no tienen representación, ni asesoría para poder regularizar su condición migratoria. “Los migrantes negros son deportados en tasas más altas que las personas de otras razas y eso está directamente vinculado al color de la piel”, explica.

Según datos recabados por Black Alliance for Just Inmigration, un grupo de defensa de los derechos de las personas afrodescendientes, aunque solo el 7% de los inmigrantes en Estados Unidos son negros conforman poco más del 20% de la población con órdenes de deportación.

Tan cerca y tan lejos

La situación de los migrantes haitianos resalta en medio de las tribulaciones que afectan a la comunidad afrolatina. Entre las 10 nacionalidades con más decisiones de asilo entre 2012 y 2017, los haitianos tuvieron la segunda tasa de denegación más alta con un 87%, según datos oficiales obtenidos por Raíces, una organización que lucha por los derechos de inmigración.

Además, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés) deportó a unas 72 personas a Haití el lunes pasado, incluido un bebé de dos meses y otros 21 niños, puesto que la administración Biden anunció que continuará expulsando a los migrantes recién llegados, mientras se revisan las políticas de inmigración.

“En Haití hay una gran represión, no se respetan los derechos humanos y hay un proceso de transferencia de poder que está en gran peligro, por eso no hay condiciones para recibir deportaciones. Además, está la pandemia, y el país tiene muy pocos recursos para enfrentar la crisis sanitaria”, explica Paul Christian Namphy, directivo de Family Action Network Movement, una red de ayuda a las personas migrantes.

Pese a esta situación tan adversa, muchas personas siguen soñando con llegar a Estados Unidos y lograr el sueño americano. Es el caso de Wizly Saint Vilus, un migrante haitiano que ya lleva cinco años en Tijuana, enla frontera en México, esperando poder visitar a sus familiares en Miami, Florida.

“Después del terremoto la vida se puso muy complicada en Haití, no hay trabajo y se batalla para vivir, para comer. No hay escuelas y mucha gente no trabaja porque no hay dinero para nada. Los malandros han matado a mucha gente”, comenta con desaliento.

Como muchos haitianos, Saint Vilus ha hecho un largo recorrido migratorio: primero estuvo en Brasil durante la Copa del Mundo, pero cuando estalló la crisis económica salió rumbo a Estados Unidos pasando por más de ocho países hasta recalar en Tijuana. Ahora trabaja en una fábrica de macetas y dice que le contenta pintarlas con esmero y prepararlas para que sean el hogar de las plantas que tanto le gustan.

“Mi jefe es bueno, pero he pasado mucho trabajo en México. Mucha gente te grita que te vayas a tu país, pero no puedo porque allá no me queda nada. Aquí muchas veces tienes que pagar más renta que los mexicanos y no puedes quejarte”, dice con tristeza. Saint Vilus cree que en Miami podrá estudiar informática y cambiar su vida, pero solo le falta llegar.

“Allá sí se puede, mi familia dice que es duro pero vale la pena", dice, "ojalá que pronto pueda pasar”.