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Fue separada de su abuela en la frontera. Pasó meses detenida. Compareció sola ante un juez. Tiene dos años

Fernanda necesitó ayuda para subirse a la silla de la corte. Tiene solo dos años. No hablaba, sólo lloraba. La juez le hizo preguntas. Su futuro dependía de sus repuestas. Éste es el infierno que vivió.
Menor inmigrante en un autobús de la Patrulla Fronteriza en McAllen (Texas) el 28 de junio.
Menor inmigrante en un autobús de la Patrulla Fronteriza en McAllen (Texas) el 28 de junio. AP / AP

Fernanda Jacqueline Davila tiene dos años de edad. En julio llegó a la frontera estadounidense desde Honduras de la mano de su abuela, Nubia Archaga. En julio fue separada de su abuela y encerrada, sola, en un centro de detención para inmigrantes. Fernanda Jacqueline Davila tiene dos años de edad. El 27 de septiembre tuvo que comparecer ante una juez de inmigración en Nueva York, acompañada solo por el trabajador del centro de detención al que el Gobierno pagó por cuidarla. Tuvieron que ayudarla a subir a la silla en la corte porque no alcanzaba. La juez suspiró suavemente al verla: “Ahhh”.

El trabajador social se dio la vuelta para dejarla sola ante la juez, y la niña sollozó y empezó a llorar. Era la única persona cuya cara conocía en la corte, según explica el diario The New York Times, que ha seguido su trayectoria desde que fue separada de su abuela en la frontera.

“¿Cuántos años tienes?”, le preguntó la juez, Randa Zagzoug, mientras indicaba al trabajador que volviera al lado de la niña. Fernanda dejó de llorar entonces. “¿Hablas español?”, le volvió a preguntar, en inglés. Un intérprete traducía las palabras de la juez. La niña, con los ojos muy abiertos, seguía en silencio. “Ella… está afirmando con la cabeza”, dijo la juez. Esa misma tarde, había tenido que examinar ya el caso de otros 26 niños de entre dos y 17 años. En centro de detención para menores hay otros 13.000 niños esperando comparecer ante una corte de inmigración, tras haber llegado solos a la frontera o haber sido separados de sus familias allí.

De estas cortes depende que los menores sean deportados o puedan permanecer en el país, y, en última instancia, ser devueltos a sus familias. En algunos casos, esas familias ya fueron deportadas antes. La perspectiva entonces es volver con ellos a sus países de origen, o quedarse aquí al menos hasta cumplir los 18 años con una familia de acogida.

Junto a Fernanda, ese mismo día compareció ante la juez otro niño, Pascual. Tiene seis años. Fue separado de su padre en la frontera en mayo, y desde entonces estaba encerrado en un centro para menores. También Marilyn, de 11 años, que confiaba en poder reunirse con su madre en Florida, aunque aún podría pasar tres o cuatro meses más en un albergue para inmigrantes. En todos los casos, la juez terminaba deseándoles a los niños lo mismo: “Buena suerte”.

“Decidí traerla para que estuviera en un ambiente mejor y tuviera un futuro mejor”, explicaba entre llantos la abuela materna de Fernanda, “quería que tuviera una vida mejor”. En Honduras, los abuelos paternos estaban “desesperados”, según dijeron al diario, pidiendo que la niña regresara con ellos.

La juez accedió, y dictaminó que volviera con sus abuelos a Honduras. Intentó explicárselo a Fernanda en la corte. La niña pareció afirmar ligeramente con la cabeza. La juez se dio por satisfecha.