Desde que era niño, Juan Pedro Franco Salas ha sufrido los padecimientos de intentar contener su cuerpo desmesurado: se sometió a la báscula y las mediciones periódicas; y a dietas que prescribían mucha verdura cocida sin sal, mucha agua y nada de azúcar, grasa o tortillas. Pero Salas no bajaba de peso. A los seis años, la báscula marcaba 70 kilos (155 libras).
Cuando llegó a los 32 años, pesaba 595 kilos (1,310 libras) y entró en el Libro Guinness de los Récords 2016 como el hombre más obeso del mundo. En su casa en Aguascalientes, México, tenían que moverlo entre ocho personas; usaba pañal porque no podía ir al baño; y dormía descansando uno de sus enormes brazos sobre un almohadón colocado en una mesa junto su cama, rebosante de pliegues de carne y piel.
En Guadalajara, el doctor José Antonio Casteñeda, médico bariatra (especialista en obesidad) vio la plusmarca mundial en televisión y se interesó por su caso. Le llamó, le operó y consiguió que bajara 200 kilos. Luego llegó el coronavirus y el médico se asustó. Si se contagiaba, la vida de Salas podía estar en peligro.
En casa de Salas se asustaron más. Primero murió su papá; no resistió un cuarto infarto. A los tres meses, su mamá ingresó en la lista de las más de 85,000 víctimas mortales del COVID-19 en México. Él también se infectó.
En el episodio de esta semana, Julio Vaqueiro y Albinson Linares conversan con Juan Pedro Franco Salas y sus médicos. En México la obesidad se considera una epidemia de más de 60 millones de enfermos. Las personas con sobrepeso, diabetes o hipertensión, como él, están en mayor riesgo de sufrir complicaciones si contraen el coronavirus.