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"En América Latina los malos se salen con la suya": Sergio Ramírez habla sobre la tiranía de Nicaragua, el exilio y su literatura

Desde Europa, el escritor vivo más importante de Nicaragua reflexiona sobre la persecución del régimen de Daniel Ortega, el futuro de la izquierda latinoamericana y su legado literario.

Tongolele no sabía bailar, la novela más reciente de Sergio Ramírez se ha convertido en un libro prohibido en Nicaragua porque sus ejemplares permanecen, retenidos sin ninguna justificación, en algún oscuro rincón de las aduanas del régimen de Daniel Ortega.

Es así que, junto con Ulises, 1984, El amante de Lady Chatterley, Los versos satánicos y tantas otras obras literarias, la nueva obra de Ramírez es leída de manera clandestina y masiva en todo el territorio de su país.

“Nos la pasamos por Whatsapp, hay grupos privados de lectura en las universidades, los muchachos de los colegios se la muestran a sus papás, se crearon foros cerrados en Facebook. Es una locura lo que está pasando con esa novela”, explica Juan Pablo, un estudiante de Antropología de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, quien comenta la repercusión del libro con la condición de mantener su anonimato porque, como muchos, teme la cruenta represión del Gobierno orteguista.

En un mundo dominado por el internet, detener la distribución de una novela en su formato físico solo demuestra las ideas anticuadas y anquilosadas de los actores más poderosos de Nicaragua. Al considerarla un riesgo potencial para el régimen, fomentaron su lectura clandestina en línea y aumentan el interés por toda la obra del autor. Nada mejor para un libro.

Todos los libros prohibidos tienen atractivo. Yo creo que para inducir a leer a un joven o a un niño, la mejor manera es poner unos libros bajo llave con un rótulo que diga ‘prohibido’. Ese niño encontrará una ganzúa para leer”, dice Ramírez, con una gran sonrisa, desde su exilio en Madrid.

Al régimen de Ortega no le bastó con boicotear la llegada de la novela. El mes pasado la fiscalía acusó a Ramírez de “lavado de dinero, bienes y activos; menoscabo a la integridad nacional, y provocación, proposición y conspiración”, y ordenó el allanamiento de su vivienda.

Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, en Madrid, septiembre de 2021.
Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, en Madrid, septiembre de 2021.Oficina Sergio Ramírez

Fue en ese momento que el escritor, ganador de los más prestigiosos galardones de la lengua española como el Premio Iberoamericano de Letras 'José Donoso' (2011), y el Cervantes (2017), entre otros, comenzó a ver su estancia en Europa, por motivos de salud, como un exilio impuesto.

En su caso, también es como vivir dos veces la misma injusticia.

“En estas cosas ayuda lo que yo llamo la filosofía de la edad, ver las cosas con otro lente. Cuando Somoza me mandó a procesar por los mismos delitos en el año 1977, yo veía el mundo de otra manera. Dije, ‘Bueno, esto es un acicate para mí, para seguir luchando’ y volví a Nicaragua desafiando a Somoza”, explica con cansancio.

Aparte de su brillante carrera literaria, Ramírez es uno de los líderes históricos de la Revolución Sandinista donde llegó a ocupar la vicepresidencia del país en los años ochenta hasta que se deslindó de la política y, sobre todo, del liderazgo de Ortega en 1990.

Más de cuatro décadas después de la victoria del sandinismo, vuelve a ser perseguido por un régimen represor. La gran diferencia es que ahora se trata de una dictadura que es el espectro vengativo de todos los sueños de la generación de Ramírez.  

El exilio, a cualquier edad que te lo impongan, es una desgracia (…) Pero creo que lo peor que le puede pasar a un escritor es que lo exilien de la lengua. Es lo que le pasó a Milán Kundera o a Sándor Márai porque la lengua húngara y la lengua checa son insulares. En ese caso, si te prohíben dentro de tu país quedas mudo, te cortan la lengua. Mientras que prohibirme a mí en Nicaragua, en primer lugar, están los medios digitales y, en segundo lugar, yo tengo una lengua vastísima, una lengua que no tiene fronteras internas”, asevera el autor.

El fantasma del sandinismo

Ramírez es el blanco más reciente de la máquina represora y totalitaria que se impone en Nicaragua. A medida que se acercan las próximas elecciones presidenciales del país, que serán en noviembre, hay más de 130 presos políticos que se encuentran detenidos en las cárceles con el fin de acallar a las disidencias, desarticular los movimientos opositores y acabar con la institucionalidad.

Sin embargo, cuando se habla de Sergio Ramírez, siempre hay que volver a la literatura. Ahí está la clave de todo.

Felipe VI, rey de España, y el escritor Sergio Ramírez caminaban después de la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en Alcalá de Henares, el 23 de abril de 2018.
Felipe VI, rey de España, y el escritor Sergio Ramírez caminaban después de la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en Alcalá de Henares, el 23 de abril de 2018.Paul White / AP

¿Por qué un régimen que controla el monopolio de las armas y el aparato de seguridad le teme a una novela, al punto de impedir su llegada a las librerías? Desde 2018, el escritor ha sido una voz fundamental en las denuncias sobre la estrategia represiva que fue desplegada en las protestas contra Ortega que ese año ocasionó el fallecimiento de más de 320 personas y el exilio de unos 100,000 nicaragüenses.  

Pero solo fue en Tongolele no sabía bailar que Ramírez decidió plasmar en su literatura la atmósfera de los meses de ataques y persecuciones durante 2018. Se trata del volumen final de una trilogía detectivesca protagonizada por el inspector Dolores Morales, un exguerrillero desencantado que perdió la pierna en los combates contra la dictadura somocista.

Lo peor que le puede pasar a un escritor es que lo exilien de la lengua"

Sergio ramírez escritor nicaragüense

En otra realidad, Morales habría sido un héroe por el resto de sus días pero, en la Nicaragua de Ortega, fue obligado a renunciar a su trabajo en la policía por sus empecinadas denuncias ante la corrupción imperante. En esta entrega surge su gran némesis, Anastasio Prado, jefe de los servicios secretos dictatoriales cuyo alias, Tongolele, se debe a que tiene un mechón blanco en el pelo como la legendaria actriz Yolanda Montes.

“Es un cínico convencido de lo que está haciendo, pero cree ciegamente que está ayudando a preservar un régimen que representa una revolución que ya no existe. Cree que todo eso contribuye a la consolidación de ese poder, que todo se vale, que lo demás es ética burguesa porque la ética proletaria es otra cosa. Esto es muy señalado en un sector de la izquierda tradicional de América Latina que defiende estos viejos proyectos, ya caducos, como si todavía tuvieran futuro. Como si tuvieran algo que ofrecer”, explica Ramírez sobre su novela.

Con el telón de fondo de la miseria social y la decadencia de los líderes políticos, cada vez más viejos y corrompidos, Ramírez bosqueja una novela tremendamente actual que retrata con ácido ingenio el final de la revolución que él mismo ayudó a forjar.

“Las prohibiciones siempre provocan curiosidad, sobre todo las prohibiciones políticas. De manera que mi aspiración en este momento es obviamente tener muchos lectores”, dice entre risas mientras recuerda a sus muchos “lectores ilegales”.

Y agrega: “No me interesaría que fuera un libro pasajero porque toca temas de la actualidad nicaragüense, o por el hecho de que ha sido reprimido, sino que se viera como lo que es: una novela política porque toca temas de actualidad realista, pero también mágica porque toca lo que es ese régimen mágico, basado en valores esotéricos, que tenemos en Nicaragua”.

El escritor Sergio Ramírez en un evento del Instituto Cervantes en Madrid, el 13 de septiembre de 2021.
El escritor Sergio Ramírez en un evento del Instituto Cervantes en Madrid, el 13 de septiembre de 2021.Manu Fernandez / AP

—Noticias Telemundo: Anastasio Prado surge como un reflejo de esas huestes de funcionarios mediocres que perpetúan el control social en los sistemas totalitarios, ¿ha conocido a muchos burócratas de ese tipo en Nicaragua?

—Sergio Ramírez: Siempre me han interesado las novelas de tema político. No la figura de los dictadores como tales, porque los dictadores se vuelven figuras marginales, sino cómo llegan a modificar la vida de los que están debajo, los que pertenecen al aparato represivo.

Al fin y al cabo, Tongolele se vuelve un personaje trágico porque termina siendo víctima de la misma maquinaria represiva que ayuda a mover. Es un mundo lleno de traiciones, de duplicidades, de falsedades y eso es lo que me interesaba resaltar. Destacar a los personajes del entramado secundario que son los que, al fin y al cabo, forman la historia, los que hacen la historia.

El autoritarismo o las dictaduras de izquierda o derecha son enemigas de la palabra".

Sergio ramírez

—También hay un gran interés por el uso de los diálogos y las referencias históricas en sus obras, ¿es deliberada esa apuesta estética?

—Sí, yo creo que las novelas deben servir como historias vivas de los países. La ficción tiene ese valor pedagógico que quizás no se lo propone, pero enseña mejor que lo que enseñaría un libro de historia lleno de estadísticas, de fechas. Nosotros aprendimos la historia patria repitiendo fechas y lugares de batallas, pero no aprendimos a conocer a los soldados que estaban detrás, a esos soldados de Bolívar que atravesaron los Andes descalzos, enfermos. Eso para mí es la historia, la hazaña.

—¿Qué diferencias percibe en el género negro que se cultiva en América Latina con las historias clásicas de detectives?

—En la novela clásica, digamos la más popular que es la de Agatha Christie, el inspector de policía comienza a atar todos los hilos y al final se da el lujo de sentar a los sospechosos en una sala y explicarles quién es el culpable. Eso tiene una lógica impecable e implacable. En América Latina no hay lógica. Porque el poder no tiene lógica y el poder lo controla todo.

Es decir, el inspector Maigret sabe que le teme al juez y al fiscal, pero eso está dentro del orden establecido por la ley. Pero es distinto en un sistema judicial corrupto, donde la policía y la fiscalía, todos, son brazos del mismo poder.

—Ese es un aspecto que ha explorado profundamente en sus novelas más recientes.

—No es posible entender esa lógica desde la perspectiva de la novela policíaca cartesiana donde todo se cumple de acuerdo con un esquema preestablecido. Por eso me parece que hay una modificación importante en lo que es la novela negra latinoamericana porque está penetrada por el delito.

Los policías son cómplices o coquetean con el narcotráfico. No les importa encerrar a un prisionero y agarrarlo a golpes en una sala de interrogatorio, eso sería pecado en una novela policíaca británica.

El acto de juramentación de Daniel Ortega como presidente, el 10 de enero de 1985 en Managua, Nicaragua. A la izquierda se encontraba el mandatario cubano Fidel Castro y, a la derecha, Sergio Ramírez, quien era el vicepresidente.
El acto de juramentación de Daniel Ortega como presidente, el 10 de enero de 1985 en Managua, Nicaragua. A la izquierda se encontraba el mandatario cubano Fidel Castro y, a la derecha, Sergio Ramírez, quien era el vicepresidente.Jeff Robbins / AP

—Hay mucho azar en la trilogía del inspector Morales, ¿quería plasmar cómo la búsqueda de justicia es una tarea titánica para muchas personas de la región?

—Pues desgraciadamente en América Latina los malos se salen con la suya. Muchos malvados mueren en su cama, tranquilamente, o rodeados de millones. Alguien que desfalcó a PDVSA (la petrolera estatal) en Venezuela, tiene una vida en Italia o Francia y no le pasa nada.

—En muchas de sus obras suele percibirse una narrativa del desencanto y Morales emerge como un testigo del naufragio de sus ideas, ¿por qué escogió a un viejo guerrillero para contar el fin de la revolución sandinista?

—El inspector Morales es un viejo guerrillero que va envejeciendo a medida que envejece la revolución. La revolución se vuelve un fantasma. Y él está viendo eso con un ojo crítico pero tampoco es un protagonista de adversarios, sino que está reflexionando sobre los hechos y su reflexión más dramática es ¿por qué perdió una pierna?

¿De qué sirvió perder una pierna peleando contra un régimen si ahora este otro régimen se parece tanto a aquel? Eso, en la vida de una persona, es un drama. Y yo creo que en Nicaragua hay muchos como Morales que se hacen esa reflexión y preguntan: ¿Por qué? ¿Para qué? Es una pregunta muy jodida, muy dramática.

—Usted forma parte de esa camada de líderes latinoamericanos que apostaron por las revoluciones para cambiar a sus países, ¿cree que existe futuro para los gobiernos de izquierda en América Latina después de todos los escándalos de corrupción y represión?

—Me parece que hay un error al ver a la izquierda como un todo homogéneo. Yo creo que si un fantasma recorrió América Latina en tiempos de las revoluciones armadas era la socialdemocracia. La socialdemocracia era el gran enemigo de las revoluciones, más que la derecha porque era un disfraz engañoso del capitalismo y, por lo tanto, los regímenes socialdemócratas eran despreciables.

Hoy la izquierda moderna de América Latina está dispuesta a respetar los resultados electorales, es muy distinta a la izquierda autoritaria que solo ve a las elecciones como un medio para apoderarse del poder y quedarse ahí. Esa izquierda que por defender ciegamente el poder termina arruinando a los países, aislándolos y hundiéndolos, ¿cuál es su razón de existir?

Pero la izquierda que contribuye a la modernización de los sistemas democráticos, de los sistemas electorales, me parece que vale la pena y me refiero al Frente Amplio en Uruguay, el Partido Socialista en Chile o el Partido Socialista Brasileño.

—¿Todavía se considera un hombre de izquierda? 

—En ese sentido sí, porque conservo mis ideales del cambio. Creo que América Latina es el continente más desigual en el mundo y eso necesita correcciones. No se trata de una sociedad de mercado, sino de una economía de mercado con reglas de compasión, con reglas humanitarias, que es lo que creo que representa la izquierda democrática.

De izquierda a derecha: Humberto Ortega, ministro de Defensa, Tomas Borge, ministro del Interior, Sergio Ramírez, candidato a la vicepresidencia, Daniel Ortega, candidato a la presidencia, y el coordinador político Bayardo Arce, en un evento electoral celebrado el 2 de noviembre de 1984 en Managua, Nicaragua.
De izquierda a derecha: Humberto Ortega, ministro de Defensa, Tomas Borge, ministro del Interior, Sergio Ramírez, candidato a la vicepresidencia, Daniel Ortega, candidato a la presidencia, y el coordinador político Bayardo Arce, en un evento electoral el 2 de noviembre de 1984 en Managua, Nicaragua.Pat Hamilton / AP

—¿Por qué cree que el régimen de Ortega se sintió amenazado por Tongolele?

—Creo que el autoritarismo o las dictaduras de izquierda o derecha son enemigas de la palabra. Y eso hay que tenerlo bien claro, es decir, ya no solo de la palabra que informa porque atacan a los medios de comunicación y los cierran. Sino también de la palabra creativa, es decir, que un régimen crea que está amenazado por una novela y manda a prohibirla me parece que es un sistema muy débil.

—¿Alguna vez pensó que esta novela tendría tanta repercusión internacional?

"En América Latina no hay lógica. Porque el poder no tiene lógica y el poder lo controla todo"

—Creo que mi caso ha servido como un detonante para que se conozca la situación de Nicaragua por la prohibición, la persecución y la criminalización de un escritor. Y, a través de esa ventana, la gente se ha podido asomar a lo que no sabe o ha olvidado: que los candidatos presidenciales están presos todos, los dirigentes políticos, campesinos y juveniles también.

Hay una persecución con miles de exiliados. Eso es lo que está detrás de la novela. He tenido el privilegio de abrir esa ventana y que la gente se asome a lo que está pasando en Nicaragua.

—¿Cómo cree que la historia juzgará el legado de líderes como Fidel Castro y Daniel Ortega?

—Creo que hubo una época heroica de las revoluciones en la que Fidel Castro encarnaba la rebeldía de América Latina, la resistencia frente al imperialismo, pero me parece que esa lectura de la historia ha cambiado mucho. Dentro de 20 o 30 años, Castro va a ser visto como un tirano más que como un libertador. Es una persona que gobernó 60 años un país. Eso es lo más notable, ¿no?

En el caso de Ortega, fue una figura oscura desde la revolución. No fue Castro con ese brillo de encantador de serpientes que cautivaba. Ortega nunca fue eso, sino un hombre apagado y tímido. La fama de Ortega va a ser la que se ganó en 2018 con el asesinato de cerca de 500 jóvenes en la calle, eso no lo borra nadie.

Además, entre los mismos jóvenes de Nicaragua la revolución sandinista ha caído en el más completo descrédito, si no es que olvido. Nadie quiere saber de lucha armada, nadie quiere saber de confrontaciones, por eso es que la insurrección de 2018 es pacífica. Fueron muchachos desarmados que quieren un cambio, pero no están dispuestos a empuñar las armas.

Sergio Ramírez durante su estancia en Madrid, septiembre de 2021.
Sergio Ramírez durante su estancia en Madrid, septiembre de 2021.Oficina de Sergio Ramírez

—¿Le gustaría ser recordado por su obra literaria o por su legado político?

—Creo que un escritor sobrevive en sus libros y que hay algunos libros que la gente prefiere más que otros. Un amigo francés me decía que cuando un escritor desaparece pasa al purgatorio. Y del purgatorio puede ir al infierno del olvido o al cielo de la sobrevivencia.

Hay escritores que cuando desaparecen dejan de ser leídos, es como una ley de la vida. Y años después vuelven a ser recuperados. Es una gran incógnita, pero evidentemente yo quisiera ser recordado por mis libros, no por mi vida política que es un asterisco. Lo que yo he querido toda la vida es ser un escritor.