A Chepito todo le parecía una gran aventura porque, a sus 9 años, nunca había salido de La Herradura, la pequeña localidad salvadoreña donde sus días transcurrían entre juegos y la añoranza de sus padres que habían migrado a Estados Unidos.
Un buen día, en 1999, sus familiares comenzaron a hablarle del viaje, una palabra nueva que signaría su destino. El viaje era la salida, la única forma de que volviera a encontrarse con sus papás, y así tuvo que emprender solito una travesía de 3,000 millas y dos meses en los que conoció el peligro y las penurias, pero también experimentó la inmensa solidaridad de las personas migrantes con las que viajó a pie, en barco y en autos.

"Los recuerdos de esas nueve semanas me han pesado mucho durante los 20 años que he estado en este país. Desde que comencé a escribir este libro el peso es menor", explica Javier Zamora, quien es el Chepito o Javiercito que protagoniza Solito, su reciente libro de memorias que rescata la visión infantil del niño salvadoreño que fue, un jovencito que tuvo que aprender a confiarle su vida a un grupo de extraños para volver a reencontrarse con sus papás.
Zamora suele recordar que la génesis de Solito surgió mientras sentía que estaba "en la cima del mundo", cuando ya tenía su residencia permanente y estaba en la Universidad de Harvard. Además, acababa de publicar Unaccompanied, un poemario brillante sobre su experiencia migratoria.
"I'm tired of my children leaving. My love for you shatters windows with birds. Javiercito, let your shadow return, alone, or with sons, but soon. Call me Mamá, not Abuelita", dicen los versos de Abuelita says Goodbye, un poema en el que recrea el alejamiento familiar que implica la migración. (En español: "Estoy cansada de que mis hijos se vayan. Mi amor por ustedes revienta ventanas con pájaros. Javiercito, deja que tu sombra regrese, sola, o con hijos, pero pronto. Llámame mamá, no abuelita").
Sin embargo, sentía que algo le faltaba, experimentaba una sensación de opresión, de ensimismamiento que lo convenció de ir a terapia. De las conversaciones que tuvo en esa época nació el impulso para escribir sus memorias, dos décadas después de la larga travesía en la que atravesó varias fronteras en busca del sueño americano.
"El trauma de ese niño de 9 años me va a acompañar hasta que me muera y eso era algo que yo no entendía, y que ahora comprendo mucho mejor. Antes de escribir este libro, yo quería que ese niño desapareciera, que no existiera. Pero ahora que lo he visto, que he platicado con él y que he recordado todo, me siento mejor", asevera con la mirada profunda.
Solito, que está disponible en español e inglés, ha sido aclamado por la crítica, y los lectores, que se han rendido al embrujo estético que Zamora despliega mientras nos sumerge en su niñez. Ese ejercicio de inmersión implica conocer a un niño que, a pesar de las dificultades, lucha por sus sueños mientras recorre largas extensiones de terreno.
El trauma de ese niño de 9 años me va a acompañar hasta que me muera y eso era algo que yo no entendía, y que ahora comprendo mucho mejor"
javier zamora
"Un niño no entiende qué es la inmigración, uno no entiende cuán cerca de la muerte está. Los niños migrantes sobreviven al horror y es necesario hablar de eso en la discusión sobre inmigración porque somos sobrevivientes. Quizá al describir las cosas como un niño se les abre más el corazón para que acepten que nosotros sí somos seres humanos", comenta el autor.
Me puse en mis propios zapatos de los 9 años para ver el mundo"
Javier Zamora poeta y escritor
Un elemento importante de este viaje narrativo es el lenguaje. El escritor se esforzó por adentrarse en su mente infantil, por lo que un niño es el protagonista y narrador. Todo el viaje lo experimentamos a través de sus ojos.
"Un día, la terapeuta me dijo: '¿Qué sucedería si vos le hablaras a ese niño de 9 años?'. Entonces pensé '¿por qué no hablas como ese niño de 9 años?'. Y empecé a escribir en ese tono y como que me puse en mis propios zapatos de los 9 años para ver el mundo", afirma con una gran sonrisa.
A pesar de que ya han transcurrido 22 años desde el viaje de Zamora, la migración de niños sigue siendo una dura realidad. Solo en el año fiscal 2022, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza registró 152,057 encuentros con menores no acompañados en la frontera terrestre del suroeste de Estados Unidos. Esa cifra representa un aumento en comparación con los 146,925 encuentros del año 2021.

"Me ha pasado que niños migrantes de El Salvador o de México, que se vinieron a este país a los 13 o 9 años, han leído el libro y me dicen: 'Yo nunca le he contado mi historia a otra persona porque pensaba que era el único'. Es bien irónico porque el libro se llama solito, pero no estamos solitos. Esto sigue ocurriendo porque los niños y adultos no paran de venir a este país como está sucediendo literalmente en este minuto", explica.
—Uno de los aciertos de Solito es que, a pesar de narrar una travesía peligrosa, siempre hay espacio para el humor y la alegría. ¿Cómo fue el reto de lograr ese tono durante la escritura?
—Aunque uno esté sobreviviendo a un evento bien horrible, antes o después, tienes que sonreír. Uno tiene que rebuscárselas, como decimos en El Salvador, para no desasociar el momento que estás viviendo y poder ver el futuro. Si uno no puede hacer eso, no puedes reír, ni vivir y uno se muere porque se queda congelado. Y eso está en el libro.
—¿Este libro le ha reconciliado con su herencia centroamericana?
—Tengo un pie aquí y un pie allá, pero cada vez me siento mejor sobre eso porque nunca voy a ser 100% de allá, ni 100% de aquí. Antes eso me daba tristeza pero es lo que es, así sucedieron las cosas y también hay que aceptar que al ser inmigrante perdemos mucho pero también ganamos muchas cosas. Soy la única persona en mi familia que puede ir y venir, así que eso es un privilegio. Puedo observar cosas que mi familia de El Salvador no entiende de la vida de Estados Unidos, y puedo contarles cosas de El Salvador a mis familiares que viven en Estados Unidos y no han podido regresar. Soy como un traductor de esas realidades.
—¿Cómo fue la experiencia de vivir indocumentado en EE.UU.?
—Otro de mis traumas es haber vivido sin papeles en este país. Después que crucé, mis padres siempre me pidieron que no le dijera a nadie que no había nacido en Estados Unidos. Así que durante años he sido culpable de mentirles a otros latinos y decirles que yo no podía hablar español porque no quería que nadie se diera cuenta de dónde venía. Le temía a 'la migra' que se llevó a muchas personas que conocía. Pero a los 17 años la poesía me dio el valor para contar que soy de El Salvador, y que era un inmigrante que no tenía papeles.
—¿Para qué sirve la poesía en un mundo con tantos conflictos como el actual?
—La poesía sirve para soñar un mejor mundo. Al escribir uno se puede imaginar un mundo sin fronteras, sin problemas ecológicos, sin género, que son cosas de las que se ocupa la escritura. Solo necesitas un lapicero y una página, esas son las armas que tiene cualquier ser humano. Para cambiar al mundo, primero tenemos que soñar.
—¿Cuáles son sus influencias literarias más importantes?
—En El Salvador, en 1935, hubo un movimiento literario creado por Claribel Alegría, Roque Dalton, Manlio Argueta que fue la generación comprometida. Desde entonces, los escritores salvadoreños estamos comprometidos a soñar, a querer cambiar el país con nuestro trabajo.
—¿Ha visto cambios positivos en la comunidad latina recientemente?
—Cada vez somos más relevantes en todos los campos, desde la política hasta el entretenimiento, pero creo que eso no es suficiente. Tenemos que complicar la conversación. La comunidad latina tiene mucho que aprender porque nosotros también somos racistas. Por ejemplo, todavía no incluimos a nuestros hermanos y hermanas afrolatinos y eso es un problema que tenemos que arreglar. Hay que actualizar lo que significa ser latino y entender que la latinidad no es una raza, es una mezcla de todo.
—¿Cree que el bilingüismo es cada vez más aceptado en diversas esferas de la sociedad estadounidense?
—Sí se notan cambios y veo que hablar español es mucho más frecuente ahora. Es bueno platicar en uno de nuestros idiomas y veo muchos avances, pero al mismo tiempo los blancos siempre luchan para que eso no sea una realidad, para que las escuelas bilingüe no existan. Es importante hablar español, pero también es importante complicar las cosas y reconocer que el español también es el culpable de por qué nosotros no hablamos nahuatl y otros idiomas indígenas. No nos podemos olvidar de eso.