Celia sonriendo, Celia cantando, Celia bailando con aquellos vestidos de cristales y plumas que pesaban varias libras. Es difícil hallar una fotografía en la que Celia Cruz no se vea feliz, y quienes la conocieron tampoco cuentan haberla visto triste. Omer Pardillo Cid, su representante durante casi 30 años y ahora albacea y ejecutor de su patrimonio, dice que sólo recuerda dos días que La Guarachera de Cuba lloró: el primero, en 1996, cuando su sobrino John Paul murió; el segundo, cuando le detectaron el cáncer que se la llevó.
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Celia Caridad Cruz y Alfonso nació la noche del 21 de octubre de 1925 en La Habana, y murió el 16 de julio de 2003 en Nueva Jersey. Para entonces, a los 78 años, la Reina de la Salsa había grabado más de 80 álbumes, había dado giras de 11 meses al año, ganado varios premios Grammy y cantado a dueto con un sinfín de artistas: desde Los Fabulosos Cadillacs y Luciano Pavarotti a Vicente Fernández.
Cumplidos 20 años de su muerte, Nueva York celebra un día con su nombre, que también bautiza una escuela en El Bronx, y dos estrellas, una en la Calle 8 de Miami y otra en el Paseo de la Fama de Hollywood, en California. En 2024, Celia Cruz será la primera afrolatina representada en una moneda de 25 centavos de dólar: de su efigie, aunque sin colores, parece desprenderse un canto.

Noticias Telemundo conversó con Omer Pardillo Cid, su “hijo blanco”, como ella le decía; y con el fotógrafo Alexis Rodríguez-Duarte y el estilista Tico Torres, que la retrataron durante años, para recopilar sus anécdotas y contar cómo fue la vida de la mujer que respondía cartas a mano, cocinaba sólo una vez al año y nunca se hacía esperar.
“Cambió la vida de nosotros”
Alexis Rodríguez-Duarte y Tico Torres crecieron escuchando a Celia Cruz, pero aquel son de bongos, güiros y timbales no era su música sino la de sus padres. Cada fin de semana, en sus casas y en las de otros cubanos que salieron de la isla en los históricos Vuelos de la Libertad a Miami, se oía el canto de La Guarachera; ellos preferían a Madonna, Donna Summer, George Michael o Fleetwood Mac.
En Londres, a finales de los años 1980, conocieron a Celia Cruz y cuentan que se enamoraron de la mujer que los conectó con sus raíces. Todo empezó un día de noviembre que hasta entonces había sido un mal día. Eran veinteañeros; Alexis Rodríguez-Duarte trabajaba de fotógrafo, y Tico Torres como estilista; y al salir del subterráneo se toparon con un cartel: “Celia Cruz en el Hammersmith Palais”.
Hallarla lejos de casa “fue muy mágico”. En Londres a veces sólo comían pan con mayonesa: “Íbamos a las galerías cuando tenían openings, porque ahí daban comida buena”, cuentan, “estuvimos con una mano adelante y otra atrás”.
“Yo le digo a Tico: ‘¡Ay Dios mío! ¿Celia, aquí?’”, recuerda Alexis Rodríguez-Duarte. “Pensamos que los ingleses quizás no sabían quién era Celia Cruz. Éramos muy ingenuos”, agrega Tico Torres.
Esa noche, llamaron a todos los hoteles en los que creían que podrían hallarla. Y desde la recepción de uno les conectaron a la habitación que la cantante reservó con otro nombre: Celia Knight.
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“Contesta el teléfono un señor y me dice: ‘Sí, ¿dígame?’. Mira, somos dos muchachos cubanoamericanos viviendo en Londres y queríamos conocer a Celia. ‘¿Ah, sí? Espérate un momentico’. Y de buenas a primeras: ‘Sí. Dígame’. ¡Celia! ¡Celia en el teléfono! ¡Celia! Quería saber todo sobre nosotros. Todo. Todo”, aseguran.
Los invitó a conocerse y, cuando acabó una rueda de prensa con medios locales, los recibió con té, sándwiches de pepino y panecillos.
“No podemos decir que tuvimos té con la reina de Inglaterra, pero sí tuvimos té con la reina, la verdadera reina para nosotros”
TICO TORRES Y ALEXIS RODRÍGUEZ-Duarte
Les preguntó si irían a su concierto, pero no tenían dinero, ni entradas. Al día siguiente, los llamó para decirles que en la taquilla había un par de tickets con su nombre, pases VIP.
“La acabábamos de conocer la noche anterior. Eso fue muy mágico”, recuerda Alexis Rodríguez-Duarte. Ese día, el 13 de noviembre de 1988, la vieron cantar por primera vez.
“Cambió la vida de nosotros", dice, “allí empezó la amistad”. Desde ese momento, cuentan, su música inundó sus sesiones fotográficas con editores de todo el mundo y revistas de moda como Vogue. “Ella nos llevó a la nostalgia de regreso a nuestras raíces”, narran.
“Celia era la luz”
Aunque Celia Cruz no volvió a Cuba, aún vive en el corazón de la Pequeña Habana, en Miami, en un parque donde entre la humedad y el bullicio se juegan acaloradas partidas de dominó.
La parranda se cruza desde la otra acera: qué habría dicho La Guarachera si la exhibición de su vida Celia Cruz Forever estuviera en un sitio callado y aburrido.
“Celia tenía esa energía que llenaba una habitación, que te entraba”, asegura Tico Torres, su estilista en sesiones fotográficas. Con ella, rememora, nada era solemne: “Celia era energía”.
Cuando dices Celia, dices eso: humilde. Para nosotros o para muchos, Celia era la luz”
Tico Torres estilista
Era “coqueta, inocente, juguetona al mismo tiempo”, cuenta Alexis Rodríguez-Duarte, su fotógrafo. Un día, mientras se maquillaba y la retrataban, se detuvo, se dio la vuelta y dijo a su eterno esposo, el músico cubano Pedro Knight: “Ay Pedro, mira qué linda me veo”.
En el Tower Theater Miami hay una réplica de ese camerino en el que se maquilla y la maquillan, se maquilla y la maquillan una y otra vez en bucle. La exhibición Celia Cruz Forever es un homenaje a la mujer y a la artista. No solo recoge lo que usó en los escenarios, también muestra algunos objetos que siempre llevó consigo: sus vírgenes, un rosario, su partida de nacimiento, una foto de su madre y sus copas de champán.

Celia Cruz no salía de casa sin pestañas postizas y labial, asegura su albacea. “Y si salía sin pestañas se ponía unos espejuelos llenos de brillo para que no le vieran los ojos”, explica. En el espacio que ha creado para honrarla está su maquillaje, el de los últimos años, su perfume francés Shalimar de Guerlain y su colección de abanicos.
“Siempre andaba con un abanico diferente”, afirma. También las vírgenes –la de la Caridad, la de Montserrat– que cargaba o le regalaban de país en país y por las que decía: “Mis maletas no se pierden porque van con las vírgenes”.
Uno de los tótems que Omer conserva es la Virgen de la Caridad del Cobre que Celia “sacó de Cuba y la acompañó toda su vida”. Es una imagen pequeñita que se llevó en la década de los años 60 de la isla a la que prometió no volver hasta que triunfara la democracia. Un juramento que selló cuando no pudo regresar para el funeral de su madre, Catalina Alfonso, por órdenes de Fidel Castro.
“Por si acaso no regreso, / yo me llevo tu bandera / lamentando que mis ojos / liberada no te vieran”, dice en su canción Por si acaso no regreso.
La mujer de hierro
Sobre el escenario rugía al compás del bongo, pero no sólo soltaba la voz como torbellino, también las caderas, los brazos y los vuelos de sus trajes que parecían espuma. Así lo hizo por décadas con más de 100 pelucas y una personalidad eléctrica.
“Pedro y yo le decíamos la mujer de hierro porque no le daba ni catarro. Era una energía increíble. Yo estaba con veintipico de años, muy cansado y con sueño, y ella alerta, maquillada y ready. Esa era Celia”, recuerda Omer Pardillo Cid, quien empezó a trabajar con ella en Nueva York cuando era un adolescente.
En 1996 Celia Cruz y su esposo lo eligieron como su representante, un trabajo que conservó hasta el fallecimiento de la artista.

“Yo en la vida que tenía con Celia no tenía mi propia familia porque era una gira constante”, dice este cubano-estadounidense, que vivió su propio exilio cuando era un niño. “La gente piensa que este negocio nuestro es fiesta todo el tiempo, y no, es un arduo trabajo con aviones, países y no se para”, explica.
Siendo tan joven y con una artista tan famosa, su vida pudo acabar de forma distinta pero el cariño de ella lo salvó, afirma.
“Ella se quedaba en una suite y uno de los requerimientos [era] que el cuarto de al lado era el mío y a mí me decía: ‘Para vigilarte, para vigilarte’”, cuenta. Celia Cruz, dice, era muy maternal. Siempre cargó una galleta o un dulce en su cartera por si a Omer Pardillo Cid, que es diabético, se le bajaba el azúcar.
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“Siempre lo dijo en sus entrevistas, que yo era como su hijo blanco. Era de la forma que ella lo describía. Para mí es un gran honor, porque una gran mujer, una mujer tan sensible que no tuvo hijos y Dios supo por qué no le dio hijos a Celia Cruz. Porque si hubiera tenido hijos no hubiera sido Celia Cruz. Hubiera sido madre primero que nada”, asevera.
Si había un descanso entre ciudades, lo aconsejaba. “Me decía: ‘Yo sé que te vas a ir esta noche. Omer, no tomes, Omer, si estás tomando un trago y vas al baño, no lo sigas tomando’. Eran constantes consejos de familia. Mis abuelos, por ejemplo, le tenían un cariño y respeto a Celia porque se dieron cuenta, cuando la conocieron, que era una mujer de esa forma, que aunque yo tuviera 22 años y estuviera viajando el mundo, estaba cuidado por ella y por Pedro, por los dos”, relata.
Antes de enfermar, asegura, le habló de cómo quería que manejara su legado. “Cuántas personas en el mundo hubieran querido estar en mi posición, obviamente como ser humano, pues quería ser arquitecto, mi vida hubiera sido otra, pero al contrario, estoy súper honrado”, asegura.
Hace 13 años formó su propia familia: tiene un hijo y lleva una vida “más tranquila”. Sale de gira con otros artistas y trabaja para la compañía de entretenimiento Loud And Life, y cuenta que quiere retirarse cuando cumpla 50 años.
“Quiero dedicar mi tiempo a mi hijo, que es un futbolista muy bueno y dedicarle estos estos próximos diez años”, explica.
La otra Celia
La Reina de la Salsa cocinaba una o dos veces al año, en el único mes que podía estar en casa, y eso también era un espectáculo: invitaba a Omer Pardillo Cid y a otras personas de su círculo íntimo a que la acompañaran mientras preparaba arroz blanco, frijoles negros y picadillo, el tradicional plato cubano con carne picada, al que le ponía papitas fritas.

“Nos hacía venir a la casa desde temprano para ver cómo picaba la cebolla, cómo hacía todo. Era todo un proceso para poder hacer aquel plato, pero le quedaba excelente”, dice.
En la intimidad, Celia Cruz cambiaba los zapatos de tacón por tenis. “Era muy compulsiva y si le gustaba, por ejemplo, un par de tenis se los compraba en todos los colores porque le gustaba ese modelo”, cuenta su albacea. Le encantaba ir de compras, se vestía de negro con gafas y abrigos peludos para pasar desapercibida, “y sabía lo que quería”, asegura.
Era muy compulsiva y si le gustaba, por ejemplo, un par de tenis se los compraba en todos los colores”
Omer Pardillo CID Albacea celia cruz
Casi al final de su vida la vio comprar un collar que entonces costaba 124,000 dólares. “Se lo pudo poner para los últimos premios Grammy”, dice.
En casa, asegura, podía pasarse desde el desayuno hasta la cena llenando postales, cartas y fotos, contestándole a amigos y fanáticos.
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“Amigo Roberto: Desde ésta bella ciudad colombiana en donde hoy me presento quiero enviarle esta tarjeta dandole las gracias por la linda postal de la Caridad del Cobre, hasta acá la traje y seguirá conmigo en todos mis viajes”, escribió con letra cursiva el 12 de agosto de 1994 desde Pereira Colombia.
“Estamos teniendo mucha suerte aquí en Europa, gracias a Dios. Abrazos Celia Cruz”, se lee en otra que mandó de España en 1992.

“Cuando dices Celia, dices eso: humilde. Para nosotros o para muchos, Celia era la luz”, señala Tico Torres.
Era puntual y muy tranquila, asegura su albacea, “una mujer que siendo tan inmensa, pues era muy humilde”.
Un día detuvo su paso por una alfombra roja para conversar con alguien sobre una telenovela: “Y empiezan a hablar sobre la telenovela como si fueran dos vecinas”, recuerda Alexis Rodríguez-Duarte.
Trabajaba sin descanso, y después de sus shows bebía champán en un par de copas que llevaba de un lado a otro en una maleta. “Están súper usadas, han viajado por todo el mundo”, dice su albacea.
El legado de Celia Cruz
Cuando murió tenía más de 100 vestidos. Uno al que bautizó El Sol pesaba 42 libras. “Lo hizo un diseñador mexicano, es excepcional”, explica Omer Pardillo Cid, quien cuenta que ella le decía que, después de cantar durante dos horas con el traje, “acababa muy cansada”.
El Smithsonian National Museum of American History conserva alrededor de 25 piezas de su vestuario, sin incluir accesorios, detalló su albacea, quien contó que donó otros artículos para el Museo Latino Estadounidense en Washington D.C., que está construyéndose.
“Después de toda la vida tener este tipo de traje en su cuerpo ya los últimos años estaba cansada y encontró una diseñadora japonesa que le sugería ropas que eran muy ligeras, pero a la vez eran ropa de show”, asegura, “te estoy hablando de una artista que giró hasta los 78, 11 meses del año”.
También tenía más de 100 pelucas, a veces combinaba dos tres o cuatro para conseguir un peinado.
“Cuando iba a peinarse el pelo o a hacerse un arreglo de cabello, tomaba horas sentada en una peluquería y decidió que las pelucas es la forma más fácil porque podía viajar con diferentes pelucas, se ponía diferentes y creó un look”, explica su albacea.
Cuando tenía prisa recurría a la que llamó María Auxiliadora porque “siempre la sacaba de apuros”. Otra de color naranja, se subastó en 2022 por 3,000 dólares.
Sus zapatos, que por tacón tenían un cisne un círculo o que a veces parecían no tener ninguno, también se conservan.
“Se los empezaron a diseñar a ella, especialmente, un diseñador mexicano. Se llamaba Nieto. Y esos zapatos los tuvo de los años 60. Un zapato tuvo diez o 15 vidas porque ella los forraba, depende del traje que se iba a poner o el color”, cuenta Omer Pardillo Cid. De esos tuvo hasta 50 pares “y es lo que usó para el escenario toda su vida”.
Celia Cruz nunca paró. Ni siquiera cuando enfermó. “Creo que ella nunca se lo esperaba y ahí se abrazó llorando a Pedro y a mí”, relata su albacea. Quería morir en los escenarios, dice, y enfrentó su enfermedad, que nunca nombraba, “con un coraje increíble”.
“Íbamos a las radiaciones en la mañana en un hospital en la ciudad de Nueva York y en la tarde volvíamos al estudio a grabar”, cuenta. Una semana antes de morir, seguía planeando una sesión de fotos.

La última vez que Alexis Rodríguez-Duarte y Tico Torres la vieron fue en París. Querían retratarla frente a la torre Eiffel pero, para evitar a la multitud, se fueron a un parque. “Cuando empezamos no había nadie, ni una sola persona. Cuando terminamos teníamos como 40, 50, esperando a hablar con ella. Fue increíble, muy lindo”, dicen.
Ella celebraba su 41 aniversario de matrimonio y conservaba su chispa y humor. Sabían que estaba enferma, pero “era una persona tan especial, tan única, que hicimos todo lo posible para no pensar en nada de eso”, asegura Tico Torres.
“Siguió siendo Celia hasta el final. Ella nunca dejó que la enfermedad la cambiara”, añade Alexis Rodríguez-Duarte.
En español aunque no le entendieran
Antes de Bad Bunny, Karol G o JBalvin, Celia Cruz ya conquistaba a multitudes en español.
“Si alguien hay que darle el crédito del crossover de verdad, sin hablar la lengua y sin cantar en inglés, fue a Celia Cruz”, afirma su albacea, “tuvo la gran dicha de que si lo mismo estaba en Lima, Perú o estaba en Bogotá, la gente le profesaba el mismo cariño”.
En 2001, en un rincón de Finlandia –lejos de los latinos y cerca de Rusia– creyó que nadie llegaría a verla. “Había 5,000 personas que no entendían su música, que solamente entendían los sonidos y posiblemente la percusión latina y todo esto. Y dijo: ‘¡Dios mío! O sea, este es el lugar que más me ha impresionado por lo lejos que estoy, casi pegado al Polo Norte y que 5,000 almas hayan venido a verme a mí que no me conocen’”, recuerda Omer Pardillo Cid.

En internet aún hay artículos sobre su visita al festival de jazz de Imatra y una foto en la que la congelaron a medio baile, sonriendo.
“Celia Cruz cumplió las expectativas con su set de hora y media”, tituló en 2001 el periódico finlandés Helsingin Sanomat.
“Demostró que era en todos los sentidos una atracción increíble. Imatra fue sin duda uno de los mejores momentos del verano festivalero, cuando una estrella que ha cantado en las mayores arenas del mundo, una leyenda viva de la música latina, se subió al escenario de la mega carpa. También fue la artista más cara del festival”, se lee en el artículo.
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Negra y cubana, Celia “se sentía muy orgullosa de ser afro”, asegura su albacea. Ella, dice, fue la primera afrolatina que cantó en español en televisión estadounidense y en teatros como Carnegie Hall, el salón en Nueva York en el que se presentaron artistas como Billie Holiday, Judy Garland o The Beatles. Incluso hoy le siguen escribiendo niñas contándole lo orgullosas que se sienten de su legado: “Dicen: ‘Qué orgullo para mí saber que hace 30 o 40 años Celia Cruz ya nos representaba”, cuenta Omer Pardillo Cid.
Su rostro será en 2024 el de la primera afrolatina en monedas de 25 centavos de dólar como parte de la serie American Women Quarters, para la que fue elegida junto a sufragistas, defensoras de derechos civiles, abolicionistas y científicas que cambiaron la historia.
¿Recuperar a Celia con inteligencia artificial?
“Celia siempre estuvo avanzada a sus tiempos”, afirma el ejecutor de su patrimonio. Ella, que experimentaba con ritmos y géneros, “si hubiera estado viva hubiera grabado con Pitbull, hubiera grabado con Ivy Queen, hubiera grabado con Maluma o Becky G”.
“Su edad no iba con Celia”, asegura.
Cuando se le pregunta si podría regresar a través de la tecnología, como se ha planteado de otros artistas gracias a la inteligencia artificial, Omer Pardillo Cid responde: “Depende”. “Si se hace bien y se hace correctamente y yo veo la esencia de ella allí. Yo no voy a convertir en otra a Celia Cruz”, zanja, especialmente porque “tiene un repertorio tan importante que creo que pasarán otros 100 años y seguiremos descubriendo canciones de Celia”.

Algunos cubanos, dice, recién la conocen al toparse con su música online. “Está prohibida todavía allí. A raíz de las redes [sociales] han descubierto esta gran mujer cantante cubana que vivió en el exilio la mayor parte de su vida”.
¿Celia Cruz en Cuba?
Celia Cruz no pudo regresar a Cuba cuando murió su padre, cuando murió su madre, ni cuando murió ella. El exilio marcó su vida, y es un tema recurrente en sus canciones: “Pensé que en cualquier momento / a tu suelo iba a volver /pero el tiempo va pasando /y tu sol sigue llorando”, cantaba.

Aunque la isla llegue a ser libre, Celia no volverá. “Sería una exhibición, iría a un gran concierto cuando haya una Cuba democrática, pero no su cuerpo. Su cuerpo quedaría donde está, en Nueva York, en el lugar donde ella escogió para estar eternamente”, zanja el ejecutor de su patrimonio.
Mientras tanto, en la Pequeña Habana de Miami, a la par del parque donde se juega dominó, Alexis Rodríguez-Duarte se emociona. Él, que de niño creció a unas cuadras del Tower Theater Miami donde su madre lo llevaba para el matiné, ahora ve expuesta la foto que le tomó a Celia Cruz durante una tarde, hace casi 30 años.
“Aquí está la exhibición de Celia Forever, en este teatro, donde yo iba y me inspiré viendo las películas de [Federico] Fellini”, cuenta, “ahora estoy de regreso, allí, con nuestra foto en el Tower Theater y estamos en la pantalla grande, en el teatro donde yo iba a visualizar todas esas películas ¿cuán loco es eso?”.
Ése, dice, fue el último regalo de Celia.
Una versión anterior de este artículo afirmó que hay unas 40 piezas del vestuario de Celia Cruz en el Smithsonian National Museum of American History. La cifra correcta de piezas de ropa donadas a ese museo es 25, sin incluir accesorios.