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A un año de la invasión de Rusia a Ucrania, mujeres relatan cómo es vivir la guerra sobre el terreno

Desde Moscú a Kiev, maestras, periodistas, estudiantes nos relatan cómo lidian con el miedo y la pérdida, y por qué deciden volver o quedarse.

"Lo más difícil fue la muerte de mi amigo", dice Olha Kosova, una ucraniana de 31 años que decidió convertirse en corresponsal de guerra cuando Rusia invadió Ucrania, el 24 de febrero de 2022. Ella vio los cuerpos destrozados por las tropas rusas en sus retiradas en Bucha, escuchó a soldados diciendo en sollozos que extrañaban a su mamá, y presenció la destrucción de su país de punta a punta.

"A pesar de ese peligro que está como omnipresente, tú tienes la sensación de que a tu familia y seres queridos nada les puede pasar", explica. En agosto, su amigo Oleg, informático que se había unido al Ejército, cayó en batalla. "Fue la primera vez que yo asumí todo el peligro y toda la tragedia de esta guerra", dice.

Hace un año comenzaba en Europa la guerra trágica que describe Kosova, que ha sido el mayor conflicto bélico registrado desde la Segunda Guerra Mundial. El 24 de febrero de 2022 miles de tropas rusas avanzaron sobre el este y norte del país, mientras explotaban bombas en la capital, Kiev, y en otras ciudades. El líder ruso, Vladimir Putin, lo llamó “una operación militar especial” con el objetivo de “proteger a civiles”, pero líderes de Occidente advertían que era el inicio de una guerra cruenta. “Traerá una pérdida catastrófica de vidas y sufrimiento humano”, dijo Joe Biden. 

En números, el conflicto ha dejado en Ucrania más de 8,000 civiles muertos y otros 13,300 heridos, según datos de la ONU. Le arrebató además la vida a al menos 487 niños y dejó heridos a 954 más. En el campo de batalla, han muerto entre 10,000 y 13,000 soldados ucranianos y más de 130,000 rusos, según las autoridades ucranianas.

Kosova dice que ha visto en primera persona cómo cada uno de estos números es "un mundo entero", una historia desgarradora. Cuenta lo que se vive en los frentes de batalla, con los soldados forzados, muchos de ellos "jóvenes brillantes", que han tenido que defender a su país en los últimos doce meses. Un soldado “sí es un héroe, pero también un ser humano que a veces se cansa, que también llora, que quiere ver a su mamá. Y esto es la crueldad de esta guerra”.

Olha Kosova.
Olha Kosova.Cortesía

La joven ucraniana es una de las cinco mujeres que viven en Rusia o Ucrania y que, en el día del aniversario de la invasión, comparten en Noticias Telemundo cómo es vivir en una zona de guerra. Desde Moscú a Kiev, maestras, periodistas, estudiantes nos relatan cómo lidian con el miedo y la pérdida, y por qué deciden volver o quedarse.

"No podía evitar llorar"

Para la profesora mexicana Alba Becerra, la guerra cambió también su vida de inmediato: se convirtió en refugiada. Fue el día después de la invasión, el 25 de febrero de 2022, cuando tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida: dejarlo todo en Ucrania, donde ha vivido durante más de 30 años.

La ONU calcula que más de 8 millones de personas tuvieron que seguir este camino y se convirtieron en refugiados, distribuidos por Europa. Otros 5.3 millones tuvieron que desplazarse por dentro del país, escapando de los misiles y los ataques.

La profesora mexicana Alba Becerra ha pasado más de tres décadas en Ucrania.
La profesora mexicana Alba Becerra ha pasado más de tres décadas en Ucrania.

El doloroso periplo de Becerra la llevó hasta Rumania, luego a su natal Nayarit en México. Fueron muchos los mexicanos que volvieron a su viejo hogar en medio del conflicto. Ante la lentitud del Gobierno mexicano para regularizar la situación migratoria de su nuera, Becerra y su hijo decidieron marcharse a Europa y el 28 de abril llegaron a Burgos, España, donde trabajaron como voluntarios ayudando a otros ucranianos refugiados.

Decidió volver, en medio de la guerra, porque en Ucrania estaba su exesposo enfermo. Nada la había preparado para ver la devastación ocasionada por las incursiones armadas en Horenychi, el pueblo ucraniano cercano Kiev, donde ha vivido desde hace 32 años. 

“Fui viendo muchísima destrucción. No podía evitar llorar cuando veía puentes, casas destruidas y los montones de costales que eran resguardos para los soldados”, afirma.

En la capital ucraniana, Cristina Dombrovska, una productora de la televisión local de 33 años, dice que el conflicto se vive también en una cotidianidad siempre interrumpida: por las alertas de ataque (que la fuerzan a esconderse en el subterráneo), por los cortes de energía y agua potable, por el miedo continuo a que algo le ocurra.

Natali Sevriukova reacciona al ver los edificios destruidos por un ataque aéreo en Kiev, Ucrania, el 25 de febrero de 2022.
Natali Sevriukova reacciona al ver los edificios destruidos por un ataque aéreo en Kiev, Ucrania, el 25 de febrero de 2022. Emilio Morenatti / AP

En Kiev estaba también hace un año, cuando Putin intentaba tomar rápidamente la ciudad, en una campaña que fracasó de inmediato. “Recuerdo las primeras explosiones que me despertaban a las 4 de la mañana”, relata Dombrovska, “luego, en la tarde era horrible, era abrir las ventanas y ver todo negro”.

Y allí volvió luego de estar cinco meses como refugiada en España, cuando la televisora local logró recuperar sus antenas. Ahora, el conflicto aminoró, pero sigue la incertidumbre. “La guerra es cuando tu no sabes qué puede pasar”, define.

Su familia está en Alemania, su papá, sus abuelos, pero ella y su hermano decidieron quedarse en Kiev, enfrentando la nueva normalidad donde se siente un privilegio tener agua, calefacción, internet. "Te cambia la perspectiva", define. A veces es buscar alguna cafetería o restaurante abierto para tener comida, en medio de los continuos cortes de servicios, o reconfortarse junto a vecinos y amigos, mientras se protegen ante un aviso del Ejército por Telegram de un posible ataque.

Los cuerpos de 11 soldados rusos se ven sobre el terreno en la villa de Vilkhivka, cerca de Kharkiv, luego de que fuera retomada por las tropas ucranianas, el 9 de mayo de 2022.
Los cuerpos de 11 soldados rusos se ven sobre el terreno en la villa de Vilkhivka, cerca de Kharkiv, luego de que fuera retomada por las tropas ucranianas, el 9 de mayo de 2022. Felipe Dana / AP

Pero del otro lado, en territorio ruso, la guerra deja su marca: desde problemas para comprar alimentos por una inflación galopante al miedo a ser forzado a luchar, como así también la censura de los medios de comunicación.

"Yo siempre estoy con miedo"

Lisbeth Rodríguez, una mamá panameña con un niño de 6 años, cuenta que la vida cotidiana parece tranquila en Korolev, cerca de Moscú, como si los rusos estuvieran acostumbrados a la guerra. “Pero para mí no, yo siempre estoy con miedo”, dice.

Su mayor temor es que un día toquen a la puerta de su casa y le notifiquen que su esposo tendrá que irse al frente. “He visto a muchos hombres despedirse de su familia, a muchos hijos despedirse de sus madres y es muy difícil. Es muy triste porque yo no crecí en un país de guerra, para mí esto es algo totalmente nuevo”, afirma.

Lisbeth Rodríguez.
Lisbeth Rodríguez.Cortesía

Y en otras zonas en Rusia, el conflicto se vive y escucha aún con más claridad. Como en el caso de Diana Bravo, colombiana de 21 años, Belgorod, una ciudad ubicada en la frontera con Ucrania, la cotidianidad se interrumpe cada vez que se escucha el zumbido tenso de los aviones o los estruendos de la artillería pesada. Sin embargo, para muchas personas la vida transcurre con una rara normalidad.

“A pesar de todo lo peligroso que puede ser, porque vemos volar misiles y eso, es muy tranquilo. No hay ningún problema en la calle, o sea, tenemos una vida normal en la que vas al trabajo, estudias, entrenas, no hay nada que lo evite”, explica Bravo, que cursa estudios de periodismo.

Bravo explica que le resulta difícil poder definir qué es lo normal desde que llegó a Rusia en 2019. Entre risas dice que nunca había vivido nada así porque pasó de su vida normal en el colegio en Bogotá, entre estudios, reuniones familiares y fiestas con amigos, a vivir recluida por el confinamiento por el COVID-19 y, luego, el país invadió Ucrania.

Esto la llevó a vivir en el centro del huracán bélico que se libra a solo 40 kilómetros de su departamento. 

“Mis amigos que están en Colombia, en Ecuador, en España o en otras partes, dicen que es muy difícil vivir acá porque aquí es normal que escuches bombas. Yo vivo a 40 minutos de la frontera de Ucrania y vivo todo esto en la piel. Es normal que en la noche escuches cómo vuelan los misiles de un lado al otro y los ves desde tu ventana. A veces caen esquirlas. Eso no es ficción, eso es real. Al principio me daba miedo, pero ya un año después te acostumbras”, afirma con dureza.

Lidia Mariukha, de 79 años, a la derecha, llora mientras ve a su marido,  Viktor, de 84 años, mientras es puesto en una cama por miembros del grupo de ayuda Refugease, que los ha evacuado de su casa en Kramatorsk, en la región de Donetsk, ante los ataques, el 2 de agosto de 2022.
Lidia Mariukha, de 79 años, a la derecha, llora mientras ve a su marido, Viktor, de 84 años, mientras es puesto en una cama por miembros del grupo de ayuda Refugease, que los ha evacuado de su casa en Kramatorsk, en la región de Donetsk, ante los ataques, el 2 de agosto de 2022. David Goldman / AP

El conflicto golpeó la economías de todo el mundo, con escasez de cereales, fertilizantes y energía. El FMI recortó las expectativas de crecimiento para este año y 2022, lo que equivale a $1 billón en producción perdida. El aumento de la inflación significa que los hogares en los países desarrollados han perdido ingresos mientras se enfrentan a facturas y pagos de préstamos más altos.

Rusia también lo siente. Bravo dice que no hay escasez de productos en Belgorod, pero todo está más caro. Por ejemplo, antes pagaba 5,000 rublos por un departamento y ahora paga 8,000. También extraña la coca-cola que ya no se consigue en ningún lado, y dice que la mayoría de las marcas extranjeras dejaron el país. Pero fueron sustituidas por productos nacionales.

“Empatizo mucho con la gente de aquí y vivo esta guerra de ellos ...Hablas con personas jóvenes de tu edad que dicen ‘tengo que ir a la guerra, pero por mi país lo hago’. Y ves ese patriotismo de ellos y pues es muy muy difícil”, explica sobre los cambios que ha traído el conflicto a su vida cotidiana.

"Sí hay censura y se ve todos los días"

En el caso de Bravo, otra paradoja con la que convive todos los días es el hecho de estudiar periodismo en un país donde desde hace tiempo son comunes las restricciones a la información, sobre todo en tiempos de guerra. 

Una ley implementada el 4 de marzo de 2022 establece que publicar información que se determine como “falsa” o “desacreditadora” sobre las fuerzas armadas rusas puede conllevar procesos legales con sentencias de hasta 15 años de cárcel. Según un informe publicado el año pasado por OVD-Info, una ONG rusa de derechos humanos, más de 4,000 personas, incluyendo periodistas, han sido perseguidos por esa ley, y 224 enfrentaban una posible pena de prisión.

“Sí hay censura y se ve todo el tiempo y todos los días. Todos las periodistas que estaban en Moscú los censuraban tanto que incluso tuvieron que sacarlos para que no los mataran. Estudiar periodismo aquí es bastante complicado, he tenido clases con profesores que les da miedo hablar de cosas completamente normales, que tienen que hablar bajito para decir lo que piensan como para que no se escuche o que tienen miedo de que alguien esté escuchando”, afirma Bravo quien, como es usual en Rusia en esta época, usa VPN en todos sus dispositivos para poder acceder a redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram con las que se comunica con sus familiares en Colombia.

"Yo decido quedarme"

Con tristeza en la voz, Bravo recuerda que muchas de sus amistades latinoamericanas han huido de Belgorod por los rigores de la guerra. Pero ella no. A pesar de los ruegos de sus familiares, que la quieren de vuelta en Colombia, ha decidido continuar sus estudios contra viento y marea. O más bien, a pesar de las bombas y los misiles. “Actualmente se sigue yendo gente que pues no quiere acabar su carrera o tiene miedo, y pues eso se respeta. Pero yo sí decidí quedarme y terminar lo que inicié”, asevera con aplomo.

La guerra ha sido brutal para ambos países, pero el costo humano se siente sobre terreno con mayor crueldad en territorio ucraniano. El presidente, Joe Biden, denunció esta semana que las tropas rusas han cometido y cometen crímenes atroces considerados de guerra. Las historias abundan: las matanzas de Bucha, el asedio y destrucción de Mariupol y el feroz ataque a un teatro donde cientos de civiles se ocultaban.

Una mujer sostiene a su bebé recién nacido en el subsuelo de un hospital que se utilizó como área de maternidad ante la alerta de explosiones en Kiev, Ucrania, el 2 de marzo de 2022.
Una mujer sostiene a su bebé recién nacido en el subsuelo de un hospital que se utilizó como área de maternidad ante la alerta de explosiones en Kiev, Ucrania, el 2 de marzo de 2022. Efrem Lukatsky / AP

El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, en su intervención en la Conferencia de Seguridad de Múnich la semana pasada, también advirtió de que Rusia “todavía puede destruir muchas vidas”.

Pero la vida sigue con una difícil cotidianidad para millones bajo miedo. Desde Kiev, la periodista Cristina Dombrovska también cuenta que escucha reportes de más ataques inminentes, al cumplirse un año de guerra y tras la pausa de los duros meses de invierno. Su familia tiene miedo: "me llaman cada día para decirme que por qué estoy en Kiev". Pero ella dice que es joven y no tiene niños, quiere quedarse hasta el final: "Es mi trabajo por mi país, es mi decisión".

Alba Becerra, la maestra mexicana que vive cerca de Kiev, también dice que está acostumbrada a que le pregunten por qué regresó a Ucrania, donde la guerra se traduce en múltiples dificultades que obstaculizan la vida cotidiana. 

Pero aun así se queda, dando clases de español de modo virtual en el pueblo ucraniano donde ha vivido por más de 30 años: “siento el compromiso moral de estar en Ucrania”.