Por Michael Liedtke - Associated Press
No voy a olvidar la primera vez que me monté en un auto sin que nadie estuviera al timón.
Fue una noche el pasado septiembre cuando un Chevy Bolt llamado Peaches me recogió en las afueras de un bar en San Francisco. El viaje de media hora fue, al principio, una muestra de prometedora tecnología. Entonces, un giro inesperado hizo que me preocupara de que la experiencia se había convertido en un error del que me iba a arrepentir.
Peaches y yo estuvimos llevándonos de lo mejor por la mayor parte del tiempo, mientras el auto navegaba hábilmente por las calles empinadas de San Francisco, similares a aquellas por las que el actor Steve McQueen corrió en el filme Bullitt, de 1968, en la famosa escena de la persecución de autos.
A diferencia de McQueen, Peaches nunca se excedió de las 30 millas por hora (48 kilómetros por hora) por las restricciones impuestas por los reguladores federales a los servicios de alquiler de vehículos operados por Cruise, una subsidiaria de General Motors, desde que la compañía recibió aprobación para transportar pasajeros el pasado junio.

Todo iba tan bien que empecé a comprar la idea de Cruise y también de Waymo, un vehículo autónomo que surgió de un proyecto de Google y que también está tratando de lanzar un servicio de taxis en San Francisco.
La teoría que impulsa esta ambición es que los autos sin conductor van a ser más seguros que aquellos operados por humanos, frecuentemente distraídos y ocasionalmente bajo la influencia de alguna sustancia, y, en el caso de los "robotaxis", menos caros que los autos que requieren una persona al volante.
El concepto suena bien. Y la tecnología para lograrlo avanza de manera permanente, al igual que otras aplicaciones de inteligencia artificial como los chatbots, que pueden escribir textos a nivel universitario y producir impresionantes piezas de arte en cuestión de segundos.
Pero cuando algo sale mal, como sucedió al final de mi encuentro con Peaches, esa sensación de estar impresionado y feliz se puede evaporar rápidamente.
Destino del viaje: incierto
Mientras nos acercamos a mi destino final, cerca del hotel Hotel Fairmont –donde se han quedado presidentes y Tony Bennett cantó por primera vez I Left My Heart in San Francisco (Dejé mi corazón en San Francisco)–, Peaches me pidió que recogiera mis cosas y me preparara para salir del auto.
Mientras agarraba mis maletas y el taxi parecía estar parando en la esquina, Peaches aceleró de pronto e –inexplicablemente– empezó a ir en la dirección opuesta.
Después de ver en la pantalla del auto que me encontraba a unos 20 minutos de mi destino, me puse nervioso. Le pregunté a Peaches qué pasaba. No hubo respuesta, por lo que usé una función en el centro de control de viajes de Cruise que le permite a un pasajero contactar a un humano.
El representante de Cruise confirmó que Peaches estaba confundido, me pidió disculpas y me aseguró que el taxi autónomo había sido reprogramado para llevarme a mi destino final.

En efecto, el auto parecía ir en la dirección que se le había pedido. Entonces, volvió a hacer lo mismo otra vez, lo que hizo que me preguntara si Peaches me había tomado tanto cariño que no me quería dejar ir. Sintiéndome más como si hubiera estado trabado en la atracción Mr. Toad's Wild Ride (El viaje salvaje del Sr. Toad) en Disneyland que en una travesía en un auto inteligente, contacté al centro de control de Cruise. Peaches, me dijeron, pidiendo disculpas, parecía estar funcionando mal.
De pronto, Peaches se paró en el medio de la calle. Salté del Bolt y caminé varias cuadras a mi destino poco antes de las 10:00 pm.
Por fortuna, conozco la ciudad de San Francisco, así que caminé el resto del trayecto hacia donde debía ir. Pero, ¿qué hubiera pasado si eso le sucede a turistas? ¿Hubieran sabido hacia dónde ir? ¿Cómo se hubieran sentido tras ser forzados a caminar en un vecindario extraño en una gran ciudad tarde en la noche?
Quizás no es un buen lugar para detenerse
Cuando conversé sobre el incidente durante una entrevista para una reciente nota sobre taxis autónomos, el presidente ejecutivo de Cruise Kyle Vogt pidió disculpas y me aseguró que el problema se había solucionado.
Efectivamente, hice un viaje con otro reportero de la Associated Press en dos "robotaxis" de Cruise –uno llamado Cherry y el otro, Hollandaise– a mediados de febrero durante una noche en San Francisco y llegamos al destino. Pero Cherry decidió llevarnos antes a una parada de ómnibus justo cuando un bus estaba tratando de parar para recoger a un grupo de pasajeros, a quienes no les gustó que su transporte público se retrasara por eso y se burlaron de nosotros.
Mi experiencia, aparentemente, no es la única. La Autoridad de Transporte del Condado de San Francisco ha levantado banderas rojas sobre los taxis autónomos por hacer paradas inesperadas y largas en el medio de las calles, además de identificar otros problemas que amenazan con causar dolores de cabeza y, potencialmente, poner en peligro la seguridad ciudadana.
A principios de este mes, Vogt reveló que Cruise había decidido revisar de manera voluntaria los programas en 300 "robotaxis", después de que uno de ellos golpeó por atrás a un autobús en San Francisco, y aseguró que la causa del accidente había sido solucionada. Poco después de eso, cinco vehículos Waymo bloquearon el tráfico, tras pararse, desorientados, en las conocidas condiciones de neblina de San Francisco.

¿Y mi experiencia con Peaches? Cada vez que pienso en mi viaje, me acuerdo de otro a Nueva York que hice dos días después de que el taxi autónomo no me pudiera llevar a mi destino.
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Después de aterrizar en el Aeropuerto JFK, me monté un tradicional taxi manejado por un hombre llamado Talid. Recuerdo haber tenido una agradable conversación con Talid, quien mostró su desaprobación mientras le contaba lo que me había pasado con Peaches. Al final del viaje, Talid me dejó en la Terminal Grand Central, como le pedí. Tras ello, su taxi se alejó con, por supuesto, un humano al volante.