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¿Cambiará la relación EEUU-México tras viaje de Obama?

relaciones mexico y eeuu afectadas por seguridad

Por Carlos Rajo

Un Presidente Obama, a quien se le reclamó siempre que en su primer período de gobierno le dio poca importancia a Latinoamérica, inicia este jueves lo que es su primer viaje al extranjero en su segunda administración visitando México y Costa Rica. 

Bien sea para hablar de asuntos económicos, de seguridad o de inmigración, el mandatario quiere mostrar que Estados Unidos le pondrá más interés a la región. Igual de importante, que la relación bilateral -sea con México o los países centroamericanos- va más allá del combate al narcotráfico.

No queremos definir esta relación con México “en el contexto de la seguridad o el combate al narcotráfico”, señaló para el caso el Secretario de Estado John Kerry en una reunión de hace unos días con su contraparte mexicana José Antonio Meade . “Queremos definirla en un contexto más amplio, en el contexto de las necesidades económicas de nuestros ciudadanos y en nuestra capacidad de lo que podamos hacer en la frontera económica”, añadió Kerry en una referencia que igualmente se aplica a Centro América.

La razón por la cual hay ahora éste énfasis sobre que Obama hablará de otras cosas más allá de la lucha al narcotráfico, tiene que ver con que en México, especialmente durante el gobierno de Felipe Calderón el combate a los narcos fue el punto central en la relación con Estados Unidos. En este tema ambos gobiernos caminaban sobre la misma pista y se dio una colaboración -intervención de Estados Unidos, le llama la izquierda mexicana- de tipo militar, de inteligencia y política sin precedentes en la historia reciente. 

Hoy las cosas han cambiado. Es cierto, el gobierno de Obama quiere sinceramente hablar de otros asuntos como la economía, los temas energéticos o incluso inmigración -al menos para informar al presidente mexicano Enrique Peña Nieto sobre el estado del proceso de la reforma migratoria-, pero también quiere seguir hablando del tema de seguridad. En especial, porque el nuevo gobierno mexicano ha dado muestras de distanciarse de lo que fue la política de seguridad y de colaboración con Estados Unidos de Calderón. 

En pocas palabras, la Administración Obama quiere saber cuáles son las nuevas reglas de juego en su relación con el vecino del sur en lo que toca al combate al narcotráfico. Las primeras señales no han sido alentadoras, al menos en la perspectiva de Washington. 

El gobierno mexicano anunció esta semana que toda la colaboración de Estados Unidos en el combate al narcotráfico se canalizará a través de la Secretaría de Gobernación -‘ventanilla única’ en el caló político mexicano- cambiando la práctica que existió durante el gobierno de Calderón de que las diferentes agencias de Estados Unidos, sea la DEA, la CIA, etc. tenían contactos y operaban directamente con sus contrapartes mexicanos. 

Al mismo tiempo aparecieron en los últimos días notas en los grandes periódicos de Estados Unidos -Washington Post, New York Times, Los Angeles Times- en donde se citaba anónimamente a funcionarios de la administración Obama quienes se mostraban sino críticos, al menos dudosos o inquietos,  sobre lo que será la nueva política de México en el combate al narcotráfico.

Obama se refirió al tema en su conferencia de prensa del martes tratando de sonar lo más diplomático u optimista posible. “Mi sospecha es que las cosas pueden mejorarse”, señaló el mandatario al referirse a estas nuevas señales que llegan de México. Los cambios, añadió, “tienen que ver con refinamientos y mejoras en términos de cómo las autoridades mexicanas trabajan unas con otras, en cómo se coordinan más efectivamente, y tienen menos que ver sobre cómo se relacionan con nosotros”.

Obama cerró toda referencia al tema señalando que por el momento no juzgará cómo estos cambios “alterarán la relación entre Estados Unidos y México”. Esperaré, agregó Obama, “a escuchar directamente de parte de ellos y ver qué es exactamente lo que están tratando de conseguir”.

Ciertamente no hay claridad en esto de qué “están tratando de conseguir” las autoridades mexicanas bajo el gobierno de Peña Nieto en el tema del narcotráfico. Lo poco que se sabe es que la prioridad no es necesariamente el combate abierto y frontal a los narcos como lo fue durante el gobierno de Calderón. El nuevo gobierno pone énfasis en la prevención al crimen y en proteger a la población de los delitos que más le impactan en su vida diaria como extorsión, secuestro y atentados a la vida. Y a nivel de imagen pública, el gobierno habla menos del combate al narcotráfico. No es su obsesión, como sí parecía serlo durante Calderón. El encuentro de Obama con Peña Nieto entonces debería de servir para clarificar estas dudas. Los mandatarios por supuesto, no hablarán de detalles operativos pero sí de las grandes líneas de lo que será la relación entre ambos países en el combate al narcotráfico. Más allá de la imagen pública que el gobierno de Peña Nieto quiera mostrar, lo que a Estados Unidos le preocupa es si seguirá existiendo esa amplia colaboración que se dio durante los años de Calderón y si el gobierno mexicano seguirá comprometido -aunque callada la boca- en la lucha contra el narco.

El temor en la Administración Obama, nunca dicho directamente pero sugerido en las notas periodísticas, es que el actual gobierno mexicano baje la guardia en la lucha contra el narco. O aún peor, de nuevo no dicho abiertamente pero sugerido en el entrelineado, que el gobierno de Peña Nieto de alguna manera pacte o llegue a algún arreglo con el narco para disminuir la violencia. Esto es algo que obviamente nunca se probó pero que se mencionaba siempre que existió en los gobiernos previos de los años 80s y 90s bajo el PRI (el mismo partido de Peña Nieto).

Bien sea por pura coincidencia o por un buen manejo político del asunto, el gobierno mexicano se anotó esta semana un éxito que cayó justo en las horas previas a la llegada de Obama a la capital mexicana. El martes en la noche el gobierno anunció con  bombo y platillo la detención de un sujeto de nombre Inés Coronel Barrera que se dice es el papa de la actual esposa del famoso capo del narcotráfico Joaquín “el chapo” Guzmán. Según el gobierno, Coronel Barrera es narco en su propio derecho y la relación familiar con el chapo es lo de menos. Llama la atención que el anuncio de la captura se hizo en televisión -similar a lo que se hacía con Calderón- pero con la diferencia de que no se presentó al detenido ante las cámaras -parte de la nueva política de Peña Nieto de bajarle el perfil a los acusados de narcotráfico.

Más allá de los detalles, lo cierto es que la detención de Coronel Barrera -y su hijo a quien también se acusa de narcotraficante- envía el mensaje de que aun con tácticas diferentes, quizá incluso un tanto alejado, o sin tener en la nuca o a la par al vecino del Norte y su aparato de inteligencia, el nuevo gobierno mexicano sigue igual de comprometido en la lucha contra el narcotráfico. 

Esto de no querer tener al vecino del Norte a la par o respirándole en la nuca no es simple juego retórico. Esta misma semana se supo -de nuevo por las filtraciones anónimas de funcionarios de la Administración Obama- que uno de los cambios que se han dado en la relación entre Estados Unidos y México en el combate al narcotráfico es que ya no se permite la presencia en el terreno de agentes de la DEA  (la agencia estadounidense de combate al narcotráfico) en una instalación de inteligencia que se abrió hace unos años en las afueras de la ciudad de Monterrey. 

Pero decíamos, la Administración Obama también es sincera cuando dice que hay otras cosas de las que quiere hablar con Peña Nieto. Es no sólo el comercio en general el cual cada día se hace más grande -el intercambio comercial entre ambas naciones anda cerca de los $500 mil millones de dólares anuales- sino en este caso el tema de la energía. Estados Unidos ve con interés lo que ha adelantado el gobierno de Peña Nieto de que habrá una reforma energética que permitirá más inversión extranjera en el ente petrolero mexicano PEMEX. 

Del tema migratorio se hablará directamente y en imágenes al público y a los políticos estadounidenses. En privado de seguro que Obama le informará a Peña Nieto cómo va el proceso de reforma migratoria y de su optimismo de que esta vez sí se aprobará la ley respectiva en el Congreso. Pero Obama busca también otro objetivo: indirectamente recordarle a la gente en casa -a los políticos republicanos en particular- que la reforma migratoria es asunto de gran interés en México y el resto de la región. Y que por supuesto, en el país de donde provienen o tienen raíces millones de los latinos que se beneficiarán o simplemente apoyan la reforma, hay gran entusiasmo por el proyecto.Obama culminará su visita con un discurso el viernes en el Museo de Antropología ante jóvenes mexicanos. Similar a lo que fue su discurso en Israel -en lo del público ya que los temas son diferentes-, Obama hablará entre otras cosas sobre educación. Un tema que está en el ojo del huracán de la discusión pública mexicana con el debate sobre cómo evaluar a los maestros y el rol del estado en la educación. Inusual si se quiere el lugar, la audiencia y  el tema del discurso. De nuevo, como en Israel, en lugar de hablarle a la clase política mexicana, Obama se los saltará para hablar directamente con los jóvenes mexicanos y la sociedad toda. Jóvenes de clase media por cierto, de los cuales Obama quiere que muchos más de ellos vayan a las universidades de Estados Unidos a estudiar.

Lo de la visita a Centro América será objeto de otra entrega. Baste decir que el desafío de Obama es complejo. También se quiere hablar de asuntos de desarrollo económico, pero la urgencia es el combate al narcotráfico. Países como Honduras y Guatemala tienen cada día más desafíos del narco. En algunos casos -Honduras en particular- se habla de “estados fallidos”, no sólo por la presencia del narco sino por la corrupción y ausencia del estado mismo. Además, son cinco agendas diferentes. Cinco países cada uno con sus problemas y temas que le interesan.

No es mucho lo que se puede conseguir en dos días y medio de visita. Con todo, la presencia de Obama en México y Centro América es el primer paso en lo que sería una nueva política de Estados Unidos hacia la región. Un punto medio entre el supuesto abandono que han sido los últimos años (tanto de Bush como de Obama por la obsesión con el Medio Oriente) y la abrumadora presencia -o influencia- del gigante del Norte que existió durante décadas. Una “nueva narrativa” en la relación de Estados Unidos con Latinoamérica, le llaman en la Administración Obama.