Julieta Cobos recibió los restos de su hija en una bolsa. Fue identificada gracias al ADN extraído del hueso de una pierna, según las autoridades mexicanas, pero Cobos no les cree, prefiere no creerles: sepultó los restos que le entregaron, pero sigue buscándola, con la esperanza de que se equivocaran, con la esperanza de hallarla aún viva.
Perla Paola Toscano Cobos salió de casa camino a la universidad en la tarde del 17 de julio del 2017 en Poza Rica, un municipio de casi 200,000 habitantes en el estado de Veracruz, no lejos del golfo de México. Tenía 25 años y estudiaba para ser ingeniera petrolera. Su madre la describe como una mujer muy bonita que ya desde niña fue popular: la eligieron porrista y reina de belleza en su escuela.
Fue vista por última vez en compañía de un hombre cuyo automóvil fue encontrado calcinado el mismo día de la desaparición. Dentro encontraron dos cuerpos. Cobos asegura que, cuando acudió allí, un policía local le dijo que ambos cadáveres eran hombres. Pero siete meses después la Fiscalía estatal le informó de que su hija había sido identificada como una de las víctimas.
“Los restos que me dieron, pues yo los sepulté”, explica Cobos, “me dieron pedacillos, fragmentos. Poquito, como una bolsa. Entonces yo qué puedo pensar, no sé, yo sigo aquí buscando”, añade, “es una esperanza de que aún está viva, de que por ahí la deben de tener”.
Entre 2006 y 2018 desaparecieron 43,187 mujeres, según la base de datos elaborada por la Comisión Nacional de Búsqueda, que fue obtenida a través de una solicitud de información y analizada en exclusiva por Noticias Telemundo.
El 77% fueron halladas con vida. El resto sigue desaparecida (en total, 9,468), excepto un pequeño porcentaje, apenas el 1%. Son 518 mujeres, como Perla Paola Toscano. Son 518 que fueron halladas al fin, pero ya muertas: en fosas clandestinas, calcinadas, abandonadas en calles o parques, semienterradas… Son 518 muertes que delatan el patrón de violencia tras desapariciones de mujeres en México.
Estos datos son además incompletos, porque el Gobierno que preside Andrés Manuel López Obrador no ha actualizado el registro público de personas desaparecidas desde 2018, bajo el argumento de que se encuentra en proceso de depuración.

“¿Qué voy a festejar? Nada”
Desde que desapareció su hija, Julieta Cobos no celebra la Navidad. Ya no sale de su casa más que para buscarla. Junto a ella desaparecieron sus amistades y todas las fiestas: “¿Qué voy a festejar? Nada. No voy a festejar nada. Porque ella no está, porque me falta ella”, explica.
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Cobos desconfía de las pesquisas de la Fiscalía de Veracruz porque nunca se hallaron los dientes de su hija, que son lo que generalmente sirve para identificar un cuerpo calcinado.
Ella no pudo hacer una prueba genética alternativa de los restos hallados porque cuesta 40,000 pesos (alrededor de 2,000 dólares), un precio fuera del alcance de la familia. Sus dudas se reforzaron después de que un conocido dijera haber visto a la joven con vida en Tijuana, un municipio fronterizo con Estados Unidos que pasa por ser uno de los centros de la trata de mujeres y del turismo sexual en México.

Cobos se unió así en febrero a la Quinta Brigada de Personas Desaparecidas, que cada año rastrea una zona diferente del país; en esta ocasión, hallaron un campo de exterminio de Los Zetas en Veracruz, con más de una docena de cocinas en las que el cartel se deshacía de los cadáveres.
Participaron además en diálogo con estudiantes universitario sobre las desapariciones. A la salida se le acercó a Cobos uno de ellos, un antiguo compañero de escuela de su hija que no estaba al tanto de lo ocurrido, y al que le explicó por qué sigue buscándola: “Quisiera encontrar a mi hija, quisiera la verdad, que ella apareciera, pero no así en cenizas, no así sin reconocer”, dice.
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Las mujeres en México no sólo desaparecen: en muchas ocasiones son culpadas de su propia desaparición por las autoridades, según revela la base de datos de la Comisión Nacional de Búsqueda, que ilustra además cómo se ignora la urgencia por hallarlas y el peligro en que pueden encontrarse.
En cinco casos de mujeres halladas sin vida, por ejemplo, se detalla que la causa de la desaparición pudo ser el consumo de drogas. A una de las víctimas se la cataloga como “alcohólica”, y de otra se dice que sufre “problemas en el consumo de la marihuana y la cocaína”.
En el caso de 17 mujeres que fueron halladas luego muertas, su desaparición se registró como voluntaria: eran rebeldes, se fueron con el novio… Una de ellas fue hallado luego decapitada, y otra asfixiada por estrangulamiento.
Quienes fueron encontradas asesinadas cumplen con las características de un feminicidio: las mujeres presentan señales de violencia sexual, y sus cuerpos fueron mutilados o abandonados en la vía pública.

“Hasta que no te pasa”
Así, muchas madres siguen buscando a sus hijas, pero son conscientes además de que pueden estar muertas, de que pueden haber sido asesinadas.
Alma Preciado es una de ellas: perdió a su hija, Janeth, pero también a su nieta, Renata. Junto a la Quinta Brigada, ha pasado semanas en cuclillas bajo el sol, buscando pistas con pico y pala entre la hierba, aguantando dormir sólo cuatro horas, las mordeduras de garrapatas, o la humedad inclemente de Veracruz.
“¿Dónde están? ¡Yo solo quiero que regresen!”, clama cuando se le pregunta por ellas.
Ilse Janeth Cervantes Preciado tenía 19 años cuando desapareció; viajaba con su esposo, José Adalberto Leal; con la hija de ambos, Renata Leal Cervantes, de 2 años; y con un primo, Ernesto Angulo Lugo.
Salieron en automóvil desde Sinaloa con destino a Chiapas para entregar un velero, motores marítimos y una cuatrimoto que llevaban remolcando. El 28 de agosto de 2011, cuando transitaban por Córdoba (Veracruz), Alma Preciado perdió comunicación con la familia. Hasta hoy, no ha vuelto a saber de ellos.
“Una vez miré en una parada de camión a un muchacho que se buscaba, y decía yo ‘pobrecita su mamá, su familia’. Jamás imaginé que yo, en este momento, estaría también en el lugar de ella”, explica, “como luego dicen, hasta que no te pasa”.

Como muchas otras madres, Preciado también denuncia irregularidades de la Fiscalía, e investigaciones que comienzan cuando ya es demasiado tarde, o que se niegan a rastrear las últimas llamadas emitidas por los celulares de las desaparecidas.
Obligada a convertirse en detective, la labor de Preciado permitió encontrar el automóvil en el que viajaba su familia, e incluso el velero que iban a entregar a Chiapas.
Sospecha que cuatro policías podrían haber estado implicados en la desaparición, pero hasta la fecha no se han producido arrestos. El fiscal al cargo de la investigación falleció, y ahora Preciado espera el nombramiento de su sustituto sin saber si se dedicará o no a buscar a su familia.
“¿Cuántos años más van a pasar?”, cuestiona, “yo les digo a mis amigas del dolor, las que andamos aquí, que ojalá nunca las hubiera conocido”, añade, en referencia al resto de madres, “porque así ellas no estarían en mi lugar”.
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