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Este mexicano asesinó a toda su familia en Texas. Sus últimas palabras fueron para pedir perdón

“El arma estaba ya cargada, y entré en la sala donde estaba mi familia. Empecé a disparar mientras estaban sentados en el sofá”, confesó tras el crimen.
Imagen de archivo de la sala de ejecución en el penal de Huntsville. A la derecha, Abel Ochoa.
Imagen de archivo de la sala de ejecución en el penal de Huntsville. A la derecha, Abel Ochoa. 

Abel Ochoa llevaba 10 días sin consumir crack. Su esposa, Cecilia, le había pedido que dejara las drogas, después de más de dos años de adicción en los que había dilapidado el dinero de su familia, gastando hasta 300 dólares a la semana en drogas. Había acudido a un centro de rehabilitación, pero luego siguió consumiendo cocaína.

Aquel domingo 4 de agosto, hace 18 años ya, el síndrome de abstinencia le superó: tras regresar de misa, le pidió a su esposa que le comprara 10 dólares de crack, lo fumó en el patio, y 20 minutos después agarró un revolver que guardaba en su dormitorio y comenzó a disparar.

“El arma estaba ya cargada, y entré en la sala donde estaba mi familia. Empecé a disparar mientras estaban sentados en el sofá”, confesó Ochoa.

Mató a su esposa, de 32 años, y a su hija de nueve meses, Anahi. Su otra hija, Crystal, de 7 años, intentó huir a la cocina, pero su padre la persiguió y le disparó cuatro veces por la espalda.

También murieron su suegro, Bartolo Alvizo, de 56 años, y una cuñada, Jacqueline Saleh, de 20. Otra cuñada, Alma Alvizo, resultó herida pero logró escapar y avisó a la policía.

Ochoa se había marchado de la vivienda en el auto de su esposa, un Toyota 4Runner, dejando los cinco cadáveres atrás, pero fue detenido media hora después tras intentar sacar dinero de un cajero automático, y confesó de inmediato. Dijo que no podía soportar más el estrés, que se había cansado de su vida. La pistola la había dejado sobre la mesa de la cocina.

Durante el juicio, la Fiscalía aseguró que el tiroteo se debió a “la ira y frustración” que Ochoa sentía hacia su esposa por haberle ocultado que tenía un hijo de antes de su matrimonio. Sus abogados, por el contrario, mantuvieron que se había tratado de “un delirio” inducido por la droga.

Ochoa fue condenado a muerte.

Este jueves, con 47 años y tras haber pasado los últimos 17 en el corredor de la muerte, Ochoa fue ejecutado por inyección letal en la penitenciaría de Huntsville. Tras recibir la dosis del sedante pentobarbital, cerró los ojos y no mostró reacción alguna: 23 minutos después fue declarado muerto.

“Quiero disculparme a mi familia política por todo el daño emocional”, dijo antes de la ejecución, cuando estaba ya atado a la camilla ante la vista, a través de un cristal, de varios familiares de sus víctimas. “Os amo a todos y os considero las hermanas que nunca he tenido”, añadió, “quiero daros las gracias por perdonarme”.

Entre los que le vieron morir estaba Jonathan Duran: “Después de 17 años, yo, mi familia, todo el árbol, al fin podemos concluir el duelo, hemos tenido justicia”.

El consulado de México en Houston ha mostrado tras la ejecución su rechazo a la pena de muerte en un comunicado en el que condena este trato “cruel e inhumano”. Ochoa era mexicano-estadounidense, aunque durante el juicio se identificó como ciudadano estadounidense; México había pedido clemencia a las autoridades texanas, que rechazaron cancelar la ejecución.