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"Dios no estaba entre los presentes". La ceremonia de esta secta oculta en la selva acabó con la vida de quien más quería

"Cuando llegué, me repetían que no abriera los ojos" (porque estaba ante Dios), dijo la madre que llevó a su pequeña de 9 años al ritual. "Escuché tambores, un acordeón, gritos, llanto… Estaba atada".

Dina Blanco recibió una invitación de su vecina, Olivia, para asistir a una reunión de la secta ‘la Nueva Luz de Dios’ el 13 de enero en una remota comunidad inmersa en la selva panameña. Le dijo que tendría que ir “te guste o no”.

Así que Blanco, de 24 años, asistió a la ceremonia. La acompañaba su hija de 9 años, que tenía epilepsia, su hijo de 15 años y su padre. Fue la última vez que todos estarían juntos.

La secta había comenzado a practicar sus sesiones en el pueblo tres meses antes, pero cambió cuando uno de sus miembros tuvo una visión aterradora, reportó la agencia de noticias The Associated Press. Tenían que exterminar a los no creyentes, les dijo, porque habían sido “elegidos”.

Cuando llegaron, les dijeron que no abrieran los ojos, que se tomaran de las manos y rezaran; porque estaban ante la presencia física de Dios.

“Sentí algo en mi cabeza y luego no sé qué me pasó. Me caí de rodillas”, dijo Blanco, una mujer de cabello negro y estatura baja.

Las autoridades dijeron que los miembros del culto utilizaron biblias, porras y machetes para golpear a los congregantes. Blanco ahora tiene una cicatriz en la espalda que baja del hombro derecho hacia la cintura y un golpe que surca su frente.

Dina Blanco, sobreviviente de la ceremonia de la secta la Nueva Luz de Dios, en un hospital de Santiago, Panamá.

"Cuando llegué, me repetían que no abriera los ojos", recordó Blanco. "Escuché tambores, un acordeón, gritos, llanto… Estaba atada".

Algunos de los congregantes fueron obligados a desvestirse y caminar sobre carbones ardientes, según las autoridades.

Pero lo peor estaba por venir. En las primeras horas de la mañana del 14 de enero, un miembro de la secta se acercó y le dijo a Blanco que su hija Inés había muerto. Su hijo y su padre lograron escapar, pero ellas no tuvieron tanta suerte.

"Las aves de los campos deberán deshacerse de su cuerpo", dijo la voz.

De hecho, Inés, como la vecina embarazada de Blanco y cinco de sus hijos, habían sido asesinados durante el ritual, según algunos relatos, decapitados, y sus cuerpos desnudos fueron arrojados a las hamacas y a una fosa común recién excavada en el cementerio del pueblo.

Nueve de los 10 predicadores detenidos la semana pasada han sido acusados ​​de asesinato y secuestro.

Las biblias aún permanecieron abiertas y los instrumentos musicales desperdigados este fin de semana sobre el suelo del cobertizo donde sucedieron los asesinatos.

Fotografía de una Biblia dentro del cobertizo donde una secta religiosa mató a siete personas en una comunidad apartada de Panamá.

El líder indígena Evangelisto Santo dijo que durante la ceremonia, "la gente bailaba y cantaba y nadie prestó atención porque sabíamos que estaban ante la presencia de Dios".

Pero para Blanco, Dios no estaba entre los presentes. "Para mí, era odio lo que estaba allí", dijo a la agencia.

La comunidad de El Terron está ubicada en la jungla del enclave indígena de Ngabe Bugle, en la costa caribeña de Panamá, y está en gran parte aislada del mundo exterior. Sus 300 residentes deben caminar horas a lo largo de caminos estrechos y empinados para llegar a los botes que pueden transportarlos a lo largo de un río a otras aldeas que tienen electricidad, teléfonos, clínicas de salud y presencia policial.

En la ciudad de Santiago, Blanco aún debe someterse a escáneres para descartar lesiones internas; tiene moretones en su abdomen, espalda y manos por los golpes. Pero a ella lo que más duele está en su corazón.

"Era una niña discapacitada", dijo sobre Inés. "Pasé mucho tiempo con ella, le compré pastillas para tratar su enfermedad que costaban tres dólares", una gran cantidad para los agricultores empobrecidos en la región más marginada de Panamá. "Ahora ya no la tendré en casa", dijo Blanco. "Ese es el mayor dolor que tengo".

El relato de Blanco sugiere que los 14 sobrevivientes estuvieron vendados, atados, inconscientes o sin poder ver la mayor parte del tiempo. Así que la verdad sobre lo acontecido durante la macabra ceremonia bien podría ser revelada sólo a partir del juicio contra nueve pobladores que han sido acusados de asesinar a sus vecinos.