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Los migrantes no son “bad hombres”. Algunos son héroes. Y arriesgaron su vida contra balaceras suicidas

Este inmigrante latino ha sido honrado con el nombre de una escuela por lo que hizo. Otro espera su última medalla tras demostrar una valentía casi suicida durante la guerra.
Trump (derecha) y su esposa, Melania, este lunes en Reino Unido.
Trump (derecha) y su esposa, Melania, este lunes en Reino Unido. AP / AP

“Bad hombres”, violadores, criminales, narcotraficantes… El presidente, Donald Trump, no suele ahorrar descalificaciones contra los inmigrantes en su discurso político, en especial contra mexicanos y centroamericanos.

Y ello pese a que es falso que delincan en mayor medida que los estadounidenses. Y a que la mayoría de migrantes trabajan duro y respetan la ley… y algunos incluso son héroes en sus comunidades.

En California, por ejemplo, en el corazón del valle del silicio, donde tienen su sede compañías tecnológicas como Google, una escuela será bautizada con el nombre de José Antonio Vargas, según el diario The Washington Post.

Vargas, de 38 años, es periodista, cineasta y activista social. Ha recibido los premios más prestigiosos en su profesión. Pero, sobre todo, ha destacado como narrador de las vidas, con sus problemas y alegrías, de los indocumentados en Estados Unidos, un país con más de 11 millones.

Será reconocido por ello dando su nombre a una nueva escuela elemental que abrirá en otoño en Mountain View (California), donde Vargas se graduó hace décadas tras llegar al país con 12 años desde Filipinas.

“No siempre somos quien usted cree que somos”, escribió en 2011, tras hacer pública su historia, “algunos recogemos fresas o cuidamos a sus niños, otros están en la escuela o la universidad, y algunos resulta que escriben artículos que usted podría leer. Yo crecí aquí. Éste es mi hogar. Pero aunque me considero estadounidense y considero Estados Unidos mi país, mi país no me considera uno de los suyos”.

¿Y qué me dicen de Marcelino Serra? Fue uno de los héroes estadounidenses de la I Guerra Mundial, y el soldado más condecorado del estado de Texas, pero también fue un inmigrante indocumentado.

Nacido en la ciudad mexicana de Chihuahua en 1896, en el seno de una familia humilde, cruzó el Río Grande con 20 años en busca de una vida mejor. No hablaba inglés, y terminó cortando caña de azúcar en Denver (Colorado). Cuando Estados Unidos declaró la guerra a Alemania y sus aliados en abril de 1917, se presentó voluntario para no ser deportado.

Al descubrir el Ejército que era mexicano, ya en las trincheras, le ofreció mandarle a casa, pero él prefirió luchar en Francia con el 355 regimiento de infantería, en la 89 división.  En la batalla de Saint-Mihiel, se lanzó contra un nido de ametralladoras y pese a la balacera que le golpeó logró rendir o matar a los soldados alemanes que amenazan a su unidad.

Más adelante, siguió a un francotirador herido hasta su campamento, y lo tomó él sólo, contra más de medio centenar de soldados, según la crónica histórica. En otra ocasión, un comandante le ordenó fusilar a un grupo de prisioneros de guerra. Su respuesta fue: “¡Cabrón, no!”.

Regresó, herido, a Texas, donde obtuvo la nacionalidad en 1924, se casó y fundó una familia en El Paso. Murió a los 95 años, y aún espera el máximo honor, la medalla de honor del Congreso.