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“Mi madre murió en el sismo. Ahí tuve mi primer atracón”. Son comedores compulsivos. Así se curan

Para llenar un vacío emocional, llenan su estómago con "parrandas de comida". Quizá a usted le ocurra lo mismo, o conozca a alguien así. No están solos. Así se curan los comedores compulsivos.
Entrada a la sede de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México.
Entrada a la sede de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México. Anna Portella / Anna Portella

Diana recuerda su primera sobredosis con 4 años. Dice que es “adicta” desde niña, que robaba dinero a sus padres para comprar esas sustancias que tanto “alivio” y “seguridad” le daban, y que las consumía en su recámara, sola y con la televisión puesta: no quería ser consciente ni de lo que se metía en la boca ni de cómo le sentaba.

Esta mexicana capitalina, que prefiere mantener su anonimato, descubrió que su relación con la comida era “adictiva” cuando comenzó a asistir a las reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos (CCA), hace ya 20 años.

Llevaba desde los nueve peleando contra su obesidad a base de dietas. Gracias a esas reuniones, se dio cuenta de que se había equivocado: la comida no era la causa de todos sus males, sino su comodín para afrontar la tristeza y frustración que le causaba su vida en un cuerpo que llegó a pesar 275 libras.

Comedores Compulsivos Anónimos trabaja para que los autodenominados “adictos” o “enfermos” del trastorno por atracón, como Diana, entiendan que más que llenar un vacío en el estómago, comen para llenar un vacío emocional.

Mi mamá murió en el sismo del 85, cuando yo tenía 11 años. Ahí tuve mi primer atracón. Me pasaba el día comiendo para olvidarme de que era huérfana. Pesaba 32 kilos. Al cabo de un año, el doble”, explica Katia, en relación con el temblor de magnitud 8.1 que sacudió y colapsó parte la Ciudad de México.

Ella también forma parte de Comedores Compulsivos Anónimos, desde hace 30 años, y tampoco quiere identificarse con su nombre completo.

Sede de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México.
Sede de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México. Anna Portella / Anna Portella

Sede de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México.  (A.P.)

El trastorno por atracón ha sido de las últimas enfermedades reconocidas oficialmente como trastorno alimenticio en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, de la Asociación estadounidense de Psiquiatría.

Se manifiesta cuando las víctimas ingieren algún alimento que les detona un impulso incontrolable por seguir comiendo. Durante éstas “parrandas de comida”, como las llaman en Comedores Compulsivos Anónimos, prácticamente no mastican — engullen — y pueden llegar a las 2.000 calorías en 20 minutos, por lo general, de alimentos altos en azúcares procesados, carbohidratos y grasas.

En sus reuniones, cada miembro del grupo explica desde un atril su testimonio en voz alta. Muchos coinciden en que la sobredosis de carbohidratos y azúcares les ayuda a manejar su sensación de no pertenencia a su entorno familiar y social más inmediato, que ellos interpretan como rechazo o falta de amor por no ser suficientes a los ojos de los demás.

Ésta reacción no sólo se explica porque no saben cómo relacionarse con sus emociones, sino que también tiene un componente cultural del cual es difícil escapar.

En la cultura mexicana está muy arraigado el comer emocional. Estamos acostumbrados a terminar lo que hay en el plato para no ofender, a regalar comida para demostrar aprecio, a compartir comida para convivir, incluso los papás les dicen a los niños que se preparen unas palomitas cuando están aburridos. Éste es uno de los factores que han causado tanta obesidad infantil en México”, afirma Ana Arizmendi, fundadora y directora del Instituto de Psicología de la Alimentación, el único en Hispanoamérica, según cuenta.

Tres de cada diez mexicanos de entre cinco y 11 años tiene obesidad o sobrepeso, según la última Encuesta Nacional de Salud y Nutrición. En adultos, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO, en inglés) calculó que los mexicanos obesos aumentaron en 3,8 millones en cuatro años, hasta alcanzar los 24,3 millones en 2016. Esto equivale, aproximadamente, a la población de Australia y sitúa a México el tercero en el ranking de países con más obesidad, después de Estados Unidos y Chile, según la OCDE.

¿La comida como droga?

El trastorno por atracón se suele usar como sinónimo de adicción a la comida y de obesidad. Pero lo cierto es que no hay evidencia científica suficiente que avale que éstas sean tres caras de un mismo problema. De hecho, ni los investigadores se ponen de acuerdo sobre si realmente existe algo similar a una adicción a la comida y, de ser así, en qué consiste.

Sin embargo, la metodología que siguen en Comedores Compulsivos Anónimos es la misma que la de Alcohólicos Anónimos, es decir, tratar el impulso hacia ciertos alimentos como una adicción. Porque, lo que han observado después de 35 años de reuniones en México es que sólo determinados alimentos provocan el atracón, aunque no haya una lista cerrada.

Para empezar, los comedores compulsivos eliminan de sus dietas harinas, azúcares refinados y alcohol. Pero también se han dado casos de personas a quienes ciertas frutas, semillas, frijoles o el arroz les provocan la compulsión.

Cuanto más empalagoso y dulce, más me gustaba. Me era igual comer un Carlos V, un MilkyWay o todo lo que vendía Bimbo”, explica otra comedora compulsiva, Rosa, también bajo anonimato.

Tiene 84 años y fue de las primeras en asistir a las sesiones, en 1986. Cuenta que las esposas de los diplomáticos estadounidenses trajeron la agrupación de Estados Unidos, unos dos años antes.

Al tratarse de alimentos altamente calóricos, es fácil que el número que aparece en la báscula se dispare, aunque no en todos los casos la obesidad es un síntoma del trastorno.

Reunión de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México.
Reunión de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México. Anna Portella / Anna Portella

Reunión de Comedores Compulsivos Anónimos en la Ciudad de México.  (A. P.) 

Un estudio de la Universidad de Newcastle mostró que un 25% personas con sobrepeso u obesidad mostraban similitudes neurológicas y conductuales con los adictos a las drogas, frente al 11% entre personas con un peso saludable.

Comedores Compulsivos Anónimos no son los únicos en tratar la compulsión por la comida como una drogodependencia. Gillian Riley, autora de varios libros sobre el tema, empezó a aplicar la misma técnica que usaba para tratar el tabaquismo de sus pacientes. En su libro Ditching Diets (Abandonar las Dietas, en inglés), habla de la plasticidad del celebro y de cómo las rutas neuronales de ambos adictos — a drogas y a ciertos alimentos — son las mismas.

“Has entrenado a las células de tu celebro a conectar ‘he tenido un día duro’ con ‘quiero galletas y un helado’. Cada vez que comes esto luego de un mal día, refuerzas ese recuerdo y esa conexión”, dice en el libro. Riley afirma que tan sólo con dejar de responder con comida a ciertas emociones, este entramado neuronal se descompone.

Esto podría explica el círculo vicioso del que hablan las víctimas de la compulsión por comer: “Cuando comes de forma compulsiva, inmediatamente te llega una culpa y una vergüenza que necesitas taparlas con mas comida”, cuenta Diana, quien dejó de querer encerrarse en casa para empezar a “vivir bien” desde que empezó a asistir a las reuniones de Comedores Compulsivos Anónimos.

Ciertamente, dejar los chocolates, los pasteles o los panes dulces no es fácil, y testimonios afirman que suele ser progresivo. En algunos casos, presentan lo que en Comedores Compulsivos Anónimos llaman “síndrome de supresión”.

“A lo largo del día tenía mucho trabajo. Me tomaba hasta cinco cafés Starbucks, con cinco o seis sobres de Splenda y entonces, sentía alivio. Cuando dejé los edulcorantes, me sentía desesperada y lloraba sin saber por qué”, explica Katia. Ella equipara la tranquilidad del azúcar con la paz que dan sustancias como la marihuana.

Ana Arizmendi coincide en que los efectos de la sobreingesta de estos alimentos es precisamente lo que buscan los comedores compulsivos para evadirse de su realidad.

“La alteración bioquímica cuando comes grandes cantidades de grasa y azúcar puede generar un desmayo. Tuve una paciente que una vez despertó en un estacionamiento de un restaurante de comida rápida. Cuando vio los plásticos y deshechos, se dio cuenta de que acababa de recobrar la consciencia después de un atracón”, afirma la experta.

Éste es un caso extremo de hasta adónde puede llevar este trastorno que, por ser mental y contar con la legitimidad cultural, en muchas ocasiones, no se entiende.

Hay comedores compulsivos que, por ejemplo, necesitan mentir diciendo que son diabéticos para evitar que les presionen por comer pasteles en fiestas de cumpleaños.

El problema está en que, como explica Ana Arizmendi, prácticamente todos comemos emocionalmente en algún momento. Pero, si es así, ¿cómo podemos saber si en realidad respondemos a una compulsión? “Comer debe generarnos placer y gozo. Si es fuente de ansiedad, vergüenza y culpa, estamos hablando de una relación disfuncional con la comida”, concluye la psicóloga.