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La escuela de terror para sicarios del Cártel Jalisco Nueva Generación

Por primera vez conocemos cómo entrena a sus sicarios el Cártel Jalisco Nueva Generación, a través del relato de un ex sicario que fue obligado a superar todo tipo de pruebas, a matar y a comer carne humana.

CAPÍTULO 1: 19 sicarios en la escuela del terror: “Ves cómo matan a la gente, pruebas la carne humana, vives el terror”

El primer día de entrenamiento para convertirse en sicario del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), Francisco  aprendió que la única forma de escapar del campamento era salir “con los pies por delante”. Tres meses más tarde ya habría aprendido mucho más: a manejar armas cortas y largas, a tender emboscadas, a respetar las reglas, a no ser chismoso y también a matar. “Ves cómo matan a la gente, pruebas la carne humana, vives el terror”, asegura.

Francisco -el nombre que ha elegido para proteger su identidad- ha contado a NOTICIAS TELEMUNDO iNVESTIGA que pasó tres meses en uan campo de entrenamiento del CJNG. Su testimonio, único hasta la fecha, no ha podido ser corroborado con otros testigos, pero su relato coincide con las tácticas descritas por ex agentes de seguridad mexicanos y estadounidenses consultados. Cuenta que tuvo que soportar pruebas de resistencia física, psicológica y superar pruebas de lealtad.

Dice que todavía tiene miedo. Lo llama “la escuela de terror”

Durante la entrevista, pide revisar la cámara de vídeo para asegurarse de que quien le visita es en verdad un equipo de reporteros. Consulta su celular cada 15 minutos. Le sobreviene un tembleque en pies y manos cada vez que repasa los momentos más crudos. Sobre él sólo nos permite decir que tiene 34 años, un hijo y que en su vida anterior trabajó en una fábrica de galletas.

Según su relato, el terror comenzó en abril de 2018, por casualidad. En un bar de un estado del sur de México, un desconocido se le acercó, le dijo que se había quedado sin dinero y le pidió el favor de darle un raide. Francisco le llevó en su carro y al llegar al destino, el desconocido sacó dinero de un cajero y le pidió su número de celular: “Te voy a marcar, me caíste bien”.

Francisco no sabía aún quién era este desconocido. Después sabría que era uno de los hijos de Nemesio Oseguera, alias “el Mencho”. Al poco tiempo, tal y como prometió, le contactó. Quería ofrecerle un empleo como guardia privado de seguridad en Villahermosa, estado de Tabasco. Serían 3,500 pesos por semana más viáticos y gastos. Todo pagado, incluso las cuatro semanas de entrenamiento. Francisco aceptó. Le pidieron el acta de nacimiento y un número de cuenta para recibir el salario.

Al día siguiente, le citaron en una estación de autobuses. “Yo veía que llegaba mucha gente. Éramos 19 hombres de edades entre los veinte y los treinta y tantos años. Había albañiles, carpinteros, mecánicos, guardias de seguridad de antros, licenciados, contadores…” Les trasladaron a la Ciudad de México, les alojaron en un hotel con spa. A las seis de la tarde, la persona que dirigía la expedición dijo: “¡Vámonos!” Partieron rumbo a Puerto Vallarta, Jalisco y en dos ocasiones les preguntaron si querían continuar: “Para quien se suba al autobús, ya no hay vuelta atrás”. Los más chavos dijeron: “Yo sí voy. Yo quiero trabajar” Y los demás les siguieron. Al llegar al destino, los metieron en una casa. Otro hombre se les acercó:

-Bueno, van ustedes a un adiestramiento en la sierra de Guadalajara para ser guardias de seguridad, ¿verdad?

-Sí -asintieron todos-.

-Pues no van para guardia. Van a trabajar para el Cartel Jalisco Nueva Generación.

-Pero es que a mí no me dijeron esto -protestó uno de ellos-.

-Si te quieres ir, anda, vete -y cortó cartucho con la pistola- Aquí la única forma de que te vayas es con las patas por delante. El que se quiera ir detrás de él, que lo diga ahorita. No estamos para jugar.

“Entonces ahí entendí y entendimos todos que estábamos metidos en un gran problema. No sabes lo que va a venir, pero te tienes que quedar callado y muy serio porque podrían tomar a mal cualquier gesto”, recuerda Francisco.

Por su cabeza pasaron años de vídeos de descuartizados, balaceras, cabezas cortadas y todo tipo de violencia atribuida al cártel. “Pensé mucho en mi hijo”. Y decidió quedarse.

El CJNG ha crecido hasta convertirse en el cártel más poderoso de México, coinciden analistas y fuerzas de seguridad. De acuerdo a reportes de la prensa mexicana, la Fiscalía General de la República estima que su presencia está consolidada en 28 de los 32 estados del país. Además, en los estados de Durango, Campeche, Coahuila y Zacatecas mantiene alianzas con grupos criminales locales.

La Administración para el Control de Drogas estadounidense (DEA, en inglés) señala que el cártel también se ha expandido en el exterior, “con una significativa presencia no solo en Estados Unidos y México, sino también en Europa, Asia y Australia”.

La génesis de esta organización criminal- según Nathan P. Jones, profesor de la Sam Houston State University- se remonta a 2010, con la muerte del líder del Cartel de Sinaloa Ignacio “Nacho” Coronel, especializado en la producción de metanfetaminas en la región de Jalisco. Cuando las autoridades mexicanas lo mataron, sus operaciones se fragmentaron en varios grupos. Uno de ellos estaba liderado por Nemesio Oseguera Ramos, alias “El Mencho”. Supo aprovechar la situación geográfica de Jalisco cerca de los puertos del Pacífico para aumentar el volumen de negocio gracias a la venta de metanfetamina en los mercados europeo y asiático y de fentanilo en los Estados Unidos. El control de los puertos fue clave para obtener los beneficios que les permitieron expandirse territorialmente, corromper a funcionarios mexicanos y entrenar a sus sicarios como a una fuerza de élite.

El campo de entrenamiento al que llegó Francisco estaba en Talpa de Allende, un municipio de poco más de 15.000 habitantes en el estado de Jalisco. Un grupo de hombres pertrechados con fusiles de asalto y lanzamisiles portátiles, subieron a los 19 hombres a bordo de camionetas de lujo y les condujeron por caminos de terracería a un lugar oculto den la sierra de Talpa. La primera camioneta se paró, alguien sacó una pistola por la ventanilla, y ¡PUM, PUM, PUM!, soltaron tres tiros y automáticamente se abrió un portón. Pasaron todos y, de nuevo ¡PUM, PUM, PUM!, otros tres tiros era la señal para volverlo a cerrar. Desde algún lugar desconocido abrían y cerraban ese portón.

Una vez dentro, les quitaron los celulares y los desnudaron. “Tenían unas baterías de carro y nos mojaban y nos hacían agarrar los bornes. Así, si llevabas un GPS enterrado en la carne, se quemaría. El toque fue tan fuerte que prácticamente me oriné”, explica Francisco.

El jefe de plaza era un hombre joven, de unos 28 años, calcula Francisco. Eligió un apodo para dirigirse a cada uno de ellos y el entrenamiento empezó con la instrucción en el manejo de armas cortas y largas: escuadras, cuernos de chivo y también lanzacohetes similares al que el cártel utilizó para derribar un helicóptero del Ejército mexicano en un ataque que acabó con la vida de siete soldados en Villa Purificación, Jalisco, en mayo de 2015.

Los instructores les hicieron saber las reglas del cártel impuestas por “el Mencho”. Empezaron con las reglas relacionadas con las armas de fuego:

-Regla número uno: El dedo siempre debía estar fuera del gatillo. De lo contrario, frente a un jefe de plaza o alto mando del grupo, serían considerados una amenaza y podrían matarlos.

-Regla número dos: Revisar siempre el seguro.

-Regla número tres: Saber entregar un arma. Siempre se entregan ofreciendo la culata, no el cañón.

En la estricta disciplina que impusieron los instructores, un error podía ser fatal y lo fue para uno de los 19 reclutas que, nervioso, no fue capaz de armar la pistola.

“En un abrir y cerrar de ojos, ¡PA, PA, PA!, lo mató. Nos dijo que no servía porque en una acción real le agarraría el pánico y nos pondría a todos en peligro”, asegura Francisco. Entonces comenzó lo que el cártel llama “el bautizo”. Todos se acercaron al cadáver del compañero recién asesinado.

-¿Cuál es la primera regla? -preguntó el jefe de plaza.

-Si no hay cuerpo, no hay delito que perseguir -respondieron dos de los comandantes.

-Ok, ven para acá tú, greñudo. Córtale la mano sin miedo. ¿No lo quieres hacer? Nada más dime que no lo quieres hacer.

“Sabías que si decías que no, te iban a matar”, continúa Francisco. Temblando, empezó a cortarle la mano. A Francisco le tocó el antebrazo. “Lo tuve que hacer, no tienes opción. El miedo, la sangre,…”

Fueron pasando uno por uno. Al más tímido del grupo le reservaron la tarea más difícil: cortarle la cabeza y machacarla con una piedra. Cuando el cuerpo estuvo cercenado, les obligaron a comer algunos pedazos. “Hubo uno que no lo pudo comer y lo vomitó, pero se lo levantaron con tierra y le obligaron a comerlo”

Las prácticas de canibalismo que describe Francisco coinciden con la versión de un grupo de sicarios del cártel detenidos en junio pasado. Declararon que lo hacían para llegar a ser insensibles. La fiscalía de Jalisco ha descubierto al menos cinco campamentos que el cártel empleaba como centros clandestinos de entrenamiento y narcolaboratorios. Han desmantelado dos más en Veracruz y Tabasco.

Para Francisco, esto solo fue la primera parte de un cautiverio de tres meses. Lo que vendría después sería el peor de los entrenamientos.

CAPÍTULO 2: “Sabes que, si no lo haces, te matarán”. Así entrena a sus sicarios el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Francisco fue uno de los 19 alumnos de la “escuela del terror” del Cartel Jalisco Nueva Generación de abril a junio de 2018. Según cuenta, a medida que avanzaban en los entrenamientos, las pruebas se hacían cada vez más insoportables dentro del campamento mexicano de Talpa de Allende, Jalisco.

Un día, el jefe de plaza ordenó traer unos pollos asados: “Hoy vamos a empezar una prueba de todo lo que han aprendido. Serénense, por favor. No quiero matar a nadie”.

Era mediodía, el sol caía a plomo y les obligaron a ponerse dos chamarras gruesas y a sostener el cuerno de chivo en posición de disparo durante una hora. Bajo ninguna circunstancia podían moverse. Les acercaron los restos de los pollos asados a los pies y, al momento, las hormigas rojas comenzaron a trepar por sus piernas.

 “Nos empezaron a picar horrible”, recuerda Francisco. El escozor hizo que uno de los hombres levantara un pie.

-¿Quién te dijo que levantaras el pie? -le recriminó el jefe de plaza. Si lo haces, se te va a ir un tiro y vas a matar a un compañero.

“Yo sentí que mi pie se durmió de tantos piquetes de hormiga, pero no podía bajar el rifle. Ellos pasaban por detrás, mirándote, y te pegaban: ¡Sube más el rifle! ¿Quién te dijo que lo bajaras? Y lo pies colorados con piquetes de hormigas. Escuchas el cerrojo de su rifle que truena. Sabes que, si no lo haces, te matarán”

Esa prueba de resistencia al dolor les serviría, según los comandantes, para prepararles en caso de resultar heridos en un enfrentamiento. Si querían salvar la vida era fundamental, decían, apartar el dolor de su mente.

Francisco se acuerda de las hormigas de fuego y de las noches heladas. A medianoche, con temperaturas de dos o tres grados centígrados, los instructores llenaron unos tanques con agua. Les metieron dentro del tanque, en posición de disparo. “El frío en tus pies, imagínate. Cuando salí, media hora después, me tuvieron que ayudar porque no podía poner un pie en el suelo. Yo sentía que los dedos se me iban a quebrar”.

Otras veces, les obligaban a armar y desarmar el arma con los ojos vendados:

“Decían: a ver tú, desármame la beretta (un arma corta usada en todo el mundo por cuerpos policiales y militares) ¿Ya están todas las piezas? Ahora, la vuelves a armar”. Golpeaban a quienes no lo conseguían. Francisco lo logró en 40 minutos.

Además de sufrir los rigores de los entrenamientos, los reclutas debían respetar siempre lo que los comandantes llamaban las “reglas de oro” impuestas por el líder del cártel, Nemesio Oseguera, “El Mencho”:

-No ser chismoso.

-Matar a los chismosos.

-No consumir alcohol ni drogas.

-No encariñarse con ningún compañero.

-Decir siempre la verdad.

-No mostrar el arma en público.

-No matar sin una orden del jefe.

-No reclutar a mujeres o a niños menores de 12 años.

Los encargados de hacer respetar la disciplina eran expertos en tácticas militares contratados por “el Mencho”. Eran, según Francisco, desertores de fuerzas de seguridad mexicanas y extranjeras. “El alto mando se había comprado a marinos de un grupo de élite. Hay navys de los Estados Unidos, hay fuerzas Delta, hay de todo ahí”.

Consultado por Noticias Telemundo Investiga, el Departamento de Defensa estadounidense respondió en un correo electrónico que “desconoce las actividades de los militares que ya no están en activo”, como los que conoció Francisco.

Un ex comandante de investigaciones de la policía mexicana, con experiencia en la lucha contra este cártel, aseguró a Noticias Telemundo Investiga bajo condición de anonimato que entre los adiestradores también hay miembros de las fuerzas del orden de México: “El entrenamiento que reciben en los campamentos es profesional. También se sabe que hay policías en activo que pertenecen al cártel”.

En octubre de 2018, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos clasificó al cártel como una de las cinco organizaciones criminales más peligrosas del mundo. Comparte el podio con la MS-13, el Cartel de Sinaloa, el Clan del Golfo y Hizbollah. En su historial criminal hay secuestros y asesinatos, y sus métodos de propaganda, haciendo circular vídeos de decapitaciones y cuerpos desmembrados, recuerdan a los que usa Estado Islámico (ISIS) para aterrorizar a la población y a los cárteles rivales.

El cártel tampoco se ha amedrentado cuando el adversario es el Ejército mexicano o la policía. Prueba de ello son los ataques que han perpetrado en Jalisco, como el de Guachinango en 2014, con un resultado de cuatro soldados muertos; la emboscada en San Sebastián del Oeste en 2015, con un saldo de 15 oficiales caídos y, el mismo año, un ataque a la policía federal en Ocotlán que acabó con la vida de cinco hombres.

Este nivel de violencia sólo es posible con un ejército de reclutados. Art Fontes, agente retirado del la Oficina Federal de Investigaciones estadounidense (FBI, en inglés) calcula que “sólo en Jalisco, en los años 2013 y 2014, “el Mencho tenía a 3.000 hombres trabajando para él”

El CJNG ha conseguido crecer hasta desplazar al Cártel de Sinaloa y, después de que Joaquín Guzmán Loera “el Chapo” fuera encarcelado, Nemesio Oseguera, “el Mencho” de 52 años, se ha convertido en el hombre más buscado en México. En Estados Unidos, el Departamento de Justicia ha puesto a su cabeza un precio de 10 millones de dólares. Cualquiera que tenga información que pueda conducir a su captura, puede enviarla a la dirección de correo electrónico MENCHOTIPS@usdoj.gov

Desde el año 2011, el CJNG se disputa el territorio mexicano con Los Zetas, y Francisco ha sido testigo de ello: “Los secuestros de Los Zetas habían golpeado duro al estado de Jalisco. Estando en el campamento, empezó a llegar armamento que yo nunca había visto: granadas, cohetes, y todo eso. Empezaron a llegar equipos tácticos, pecheras, lentes infrarrojos, miras telescópicas. Todo listo para una guerra”.

Durante un enfrentamiento reciente entre ambos grupos, 13 personas perdieron la vida -entre ellas un bebé de un año- en Minatitlán, Veracruz, el pasado abril.

A pesar de lo feroz del cártel, Francisco también habla de los buenos momentos, como la “fiesta de graduación” al terminar su entrenamiento: “Nos devolvieron el teléfono y nos dijeron: No cometan pendejadas. Llegamos al pueblo (Talpa) y había meseros, grupos norteños, puro whisky etiqueta azul, camarones, carnes, quesadillas y 20 mujeres pagadas que eran prostitutas”

Esa noche Francisco lo celebró. Hasta aquella fecha, mayo de 2018, aún no había matado a nadie.

Capítulo 3: “Algunos estaban vivos cuando les metíamos en la fosa para incinerarlos”

Francisco, un mexicano de 34 años entrenado como sicario del Cártel Jalisco Nueva Generación, ha confesado a Noticias Telemundo Investiga cómo se deshacían de los cadáveres de sus víctimas en el campamento donde vivió durante tres meses en Talpa de Allende, Jalisco. Los hombres del cártel lo llaman “la cama de tinto”.

“Se llama así porque el color de la sangre pintaba la tierra donde se colocaban los cuerpos”, asegura Francisco. Según su descripción, se trata de un terreno circular excavado en la tierra, de un metro de profundidad.

Los reclutados del campamento eran los encargados de acarrear troncos de madera para colocarlos también en su interior y preparar el fuego para incinerar los cadáveres. “Algunas personas todavía estaban vivas cuando las metíamos ahí”, recuerda. “Tardaban un día en quemarse y después esparcíamos las cenizas”.
Jalisco, la tierra del tequila y la música, también es el bastión del CJNG, la organización criminal más poderosa y temida de México. En este estado mexicano hay 7,000 personas desaparecidas, de acuerdo a cifras oficiales.

Sin embargo, según el relato de Francisco, en Talpa de Allende no hay secuestros, ni robos, ni violaciones. Noticias Telemundo Investiga ha preguntado a las autoridades municipales y a la fiscalía de Jalisco sobre los hechos descritos, pero no ha obtenido respuesta.

Francisco afirma que Talpa es el corazón del cártel y que allí no hay más ley que la que impone el jefe de plaza: “La gente les tiene respeto a ellos por lo que hacen por el pueblo. Aquí no hay secuestradores, ni violadores. No hay rateros porque ellos los capturan rapidito y los matan. Por robar son 14 tablazos y si lo vuelves a hacer, te matan. Funcionan como justicieros”

El jefe del cártel, Nemesio Oseguera “el Mencho”, puede pasearse por las calles sin temor a ser detenido o delatado. A cambio, el grupo criminal atiende las necesidades de la población: “Había gente que le pedía muletas o una silla de ruedas o penicilina. Él pasaba y pagaba. Y claro, cuando había operativo del Ejército, la gente te dejaba entrar en sus casas para esconderte”.

Francisco pudo comprobarlo cuando bajó por primera vez a Talpa, después de haber soportado dos meses de entrenamientos extremos y noches a la intemperie. Después de su fiesta de graduación como sicarios, les permitieron bañarse por primera vez y llamar por teléfono. Francisco llamó a su hijo.
-¿Dónde estás, papá?
-Estoy bien, no te preocupes.
-Nosotros también. A mi mamá le están depositando semanal 9,000 pesos en la cuenta.

El cártel ingresaba el dinero puntualmente, cada sábado, en pago por los servicios de Francisco. “Entonces recibí la inyección de ánimo y de adrenalina. Valía la pena estar ahí aguantando y viviendo el maltrato, el hambre, el miedo, saber que estabas de frente a la muerte a cada rato”, confiesa.

Como soldado del CJNG, tuvo que trabajar empaquetando metanfetamina: “En unas mesas grandes nos dieron bolsas y calcomanías. Había que pegárselas a una punta de la bolsa, cortadas en forma de triángulo para que quedara una dosis individual, como un caramelo”.

El negocio del grupo criminal no es la cocaína ni la marihuana. Es el cristal. “Lo producen barato y lo venden caro, a 200 pesos por caramelo”, asegura.

Y como sicario, Francisco tuvo que matar, aunque no ha querido revelar a cuántas personas mató ni cómo lo hizo. Un año después de su cautiverio, explica que ha querido contar su historia para ayudar a encontrar a los miles de desaparecidos que no han tenido, como él, la suerte de escapar con vida.

 
Carmen Rodríguez, una madre soltera de 43 años de Zapopan, Jalisco, sigue buscando a su hijo Antonio, de 23 años. El joven encontró una oferta de empleo en internet para ser guardia de seguridad en Jalisco. El 17 de mayo de 2017 se desplazó a Tala para empezar a trabajar:
“Bajé a la tienda, y cuando regresé, ya tenía sus dos mochilas preparadas y otro semblante. Estaba triste, cabizbajo, como amenazado. Ya no sonreía. Me dio un beso en la frente y en un minuto desapareció”, recuerda Carmen.

Un vehículo que transportaba a otros jóvenes pasó por la casa para recoger a Antonio. Todos, sin saberlo, irían a Tala para trabajar con el cártel en contra de su voluntad, según las averiguaciones de Carmen.

Lo primero que hizo fue abrir Facebook para buscar información sobre la oferta de empleo que había recibido Antonio. Lo que encontró fue cientos de casos de falsas ofertas de empleo que habían resultado en reclutamientos para la organización criminal. “Empecé a las nueve y eran las tres de la mañana y seguía viendo casos. Date una idea de todos los que están desapareciendo y siendo reclutados”

La Fiscalía de Jalisco confirmó el reclutamiento de jóvenes en Tala cuando desmanteló un narco campamento en esta localidad dos meses después de la desaparición de Antonio.

Carmen no quiere tener un hijo convertido en sicario: “Yo espero que esté muerto. No quiero pensar en que le golpeen o lo maltraten o que tenga que matar”

Francisco aún no ha tenido el valor para contarle a su hijo que durante tres meses fue un sicario del cártel más temido de México.

El final del cautiverio llegó cuando le enviaron a su pueblo natal para quedarse al frente de la plaza. Francisco pensó que no era buena idea: cualquiera podría reconocerle y todos los hombres del grupo quedarían expuestos. “Me dieron permiso para ponerme los tenis, que significa que puedes marcharte sin problemas”, asegura.

Vivió de hotel en hotel y de cuarto en cuarto durante un mes, sin atreverse a regresar: “Temía que otra gente del cártel que no estaba al tanto de que tenía permiso me reconociera y me fueran a matar como desertor o traidor”

Hoy vive escondido en un estado al sur de México, sin antecedentes penales. Resume así su paso por la “escuela del terror”:  “Es una familia. Y también es miedo, es enseñanza porque nunca nadie antes me había enseñado a usar un arma. Y es soberbia y pánico. Cuando juntas todo eso, lo que obtienes es un sicario”.