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Beto O'Rourke, el candidato demócrata de la frontera tiene un plan para los migrantes

Ganó celebridad nacional durante las elecciones al Senado de Texas, pero ahora lucha por recuperar el foco público como único candidato proveniente de la frontera
/ Source: TELEMUNDO

“En el futuro, todo el mundo será famoso durante 15 minutos”, afirmó en 1968 el artista Andy Warhol, al que quizá recuerde usted por sus coloridas imágenes de la actriz Marilyn Monroe o por sus latas de tomate Campbell (no lo subestime: una obra suya se vendió por el precio récord de 105 millones de dólares en 2013).

Cuando Warhol murió en un hospital de Nueva York, Robert O’Rourke era un adolescente de 15 años en El Paso (Texas) al que su familia apodaba Beto (por el diminutivo español de Roberto), y que él mismo se apodaba Señor de la Guerra Psicodélico (en inglés) en sus poemas y otros textos francamente cuestionables de los que ahora dice estar arrepentido.

Formaba parte además de un grupo de piratas informáticos legendario, El Culto de la Vaca Muerta (en inglés), con el que ha admitido haber realizado actos ilegales, y que asegura haber abandonado cuando cumplió 18 años y se trasladó a la prestigiosa universidad de Columbia (en Nueva York).

Lo que no abandonó fue la música: tocaba el bajo en El Paso, y en la universidad formó parte junto a amigos del grupo Foss. “Para mí fue una gran oportunidad de recorrer el país, tocábamos literalmente para pagar la gasolina, en bares, clubs o en el sótano de alguien”, ha explicado O’Rourke.

“A juzgar por las carreras posteriores [del resto de miembros del grupo], yo era de lejos el menos talentoso”, añadió.

Su batería, por ejemplo, llegó a lograr un premio Grammy. Él prefirió crear su propio negocio informático tras la universidad (aún lo dirige su esposa, Amy), y en 2005, con 32 años, entró en política.

Su padre había sido comisionado y juez de condado en El Paso, y él ganó un asiento en el consejo local con una campaña basada en las drogas (abogando por la legalización de la marihuana) y la frontera (al otro lado del río Grande estaba Ciudad Juárez).

Fue precisamente la falta de empatía que percibió en su congresista, Silvestre Reyes, sobre la violencia en la ciudad mexicana lo que le llevó a desafiarle en 2012.

Lo derrotó en las primarias demócratas, pese a que Reyes llevaba 16 años en la Cámara de Representantes y contaba con el apoyo de Barack Obama.

Y lo derrotó pese a que su rival utilizó un episodio que nunca dejó de perseguir a O’Rourke: a las tres de la mañana del 27 de septiembre de 1998 la policía acudió ante el reporte de un accidente en el condado de El Paso en el que un conductor borracho había chocado contra otro vehículo y luego, según un testigo, había intentado huir.

O’Rourke, que aquel día acababa de cumplir 26 años, ha lamentado su “terrible error” al manejar borracho, pero ha negado que intentara huir tras el accidente.

El caso es que ganó las elecciones en 2012, y la reelección en 2014 (ese mismo año se opuso a la condición DACA para los soñadores pese a reconocer que era “noble”, por cómo había sido aprobada al margen del Congreso).

En 2016 volvió a ser reelegido, pero abandonó su asiento un año después para concurrir al Senado.

Y ahí fue donde O’Rourke tuvo sus 15 minutos de fama.

Su carrera por un asiento en la Cámara Alta ante el republicano Ted Cruz concitó la atención nacional porque O’Rourke era muy poco conocido y partía con una enorme desventaja, y porque su rival era una prominente figura republicana (fue un sólido aspirante republicano a la candidatura en 2016) que de repente se veía en serias dificultades para mantener un bastión conservador.

Una lectura simplificada: si Cruz perdía, quizá el presidente, Donald Trump, y el Partido Republicano en general pudieran estar en problemas.

En 2012 Cruz había ganado sus primeras elecciones al Senado con el 56% de los votos, 16 puntos porcentuales por delante de su rival demócrata. En 2018, se impuso finalmente a O’Rourke pero sólo por 220.000 votos de un total de más de ocho millones (2,6 puntos porcentuales).

Cruz así pues no perdió. El Partido Republicano sí se metió en problemas ese noviembre al ceder la Cámara de Representantes a los demócratas. Y la suerte de Trump se decidirá en 2020.

O’Rourke, por su parte, sí perdió, pero decidió emplear su recién adquirida relevancia nacional para disputar la candidatura demócrata por la Casa Blanca.

Durante unos meses, mientras tanteaba si dar el paso, mantuvo el interés como principal relevo generacional ante los grandes favoritos, el ex vicepresidente Joe Biden y el senador Bernie Sanders.

Pero, con una veintena ya de rivales, todos ellos con historias interesantes que promocionar, algunos de ellos con características similares a las que despertaron el interés nacional por O’Rouke (su juventud, su frescura, su talante dialogante, su discurso comprometido), los focos fueron abandonándole.

Sigue entre los primeros puestos del segundo batallón de candidatos en las encuestas, muy lejos de Biden y Sanders, pero compitiendo casi en igualdad de condiciones con Kamala Harris o Pete Buttigieg. Y los sondeos le pronostican una victoria clara ante Trump en caso de llegar a medirse con él en 2020.

Ha rehecho su equipo de campaña, y ha apostado por la lucha contra el cambio climático como su principal puntal en estas etapas previas (en el único tema que merece una pestaña en su página web).

Pero ha detallado también el resto de su ideario a un nivel que no muchos de sus rivales igualan aún. En inmigración, en concreto, repudia el muro y el despliegue de tropas en la frontera, y pide “dignidad y respeto” tanto para los indocumentados como para los patrulleros.

Apuesta por cambiar las leyes migratorias, y ha sido uno de los primeros en presentar un plan completo: promete legalizar a la población indocumentada en sus primeros 100 días en la Casa Blanca. Además, reformaría el sistema de asilo, desplegaría 2.000 abogados en la frontera para ayudar a los migrantes, eliminaría los cargos criminales contra quienes trataron de cruzar ilegalmente, y bloquearía la deportación de soñadores y beneficiarios del estatus de protección temporal (TPS).

O’Rourke cuenta con la legitimidad añadida de hablar español de forma fluida y provenir de una ciudad fronteriza.  

“La frontera es segura”, ha dicho, “El Paso es la ciudad más segura de Estados Unidos, presumamos de ello y luego, creo, de ahí puede salir una buena política que incluya mejores resultados”.

Ahora sólo necesita otros 15 minutos de fama.