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Pete Buttigieg, el candidato demócrata sorpresa lucha por confirmarse como alternativa seria

Alcalde de una pequeña ciudad pero con perfil presidenciable, ha logrado la atención de los medios por su apellido, su don de lenguas y su historia personal.
/ Source: TELEMUNDO

En no pocas ocasiones, la mejor manera de conocer a una persona es conocer a la persona a la que ama.

Chasten Glezman es el menor de tres hermanos, criado en una familia católica conservadora de Traverse City, un pueblo a las orillas del lago Michigan. Su padre era pobre (tan pobre que siempre llevaba su abrigo en el colegio para ocultar sus ropas sucias); su madre tenía tres hijos con sólo 22 años.

En su escuela no había nadie homosexual, y él no le dijo a nadie que le gustaban los chicos; aún así, le hicieron la vida imposible hasta el punto de que aplicó para estudiar un año en Alemania y huir de aquello.

Tenía 18 años cuando le dijo a sus padres que era homosexual: “No recuerdo que me dijeran que no podía seguir viviendo en casa, pero se me hizo pensar que tenía que irme”.

Así que se marchó, y vivió en casa de amigos, y vivió en su auto, pero fue a la universidad, aunque hubo noches en las que durmió en un estacionamiento junto al edificio en el que, al amanecer, tomaba clases.

Se graduó en teatro y estudios internacionales, obtuvo un trabajo como profesor sustituto en una escuela pública de Chicago, al tiempo que servía cafés en Starbucks para completar su sueldo y estudiaba un máster en educación (aún arrastra una enorme deuda estudiantil).

En 2015, con 25 años, conoció a un hombre en una app de citas en Internet (Hinge), un hombre bien parecido pero que vivía en otro estado. Charlaron a través de Facetime, y unas semanas después, en agosto, Glezman se ofreció pasarse a visitarle a su ciudad, South Bend, en Indiana pero a sólo 95 millas de Chicago.

Su ciudad, literalmente, porque su cita era alcalde de la ciudad. Glezman temía encontrarse con un político populista y ampuloso: “Y lo que me impresionó fue que”, cuenta, en público que en privado “era el mismo hombre”.

El hombre que le cambió la vida.

“Había mucho pasado, mucho dolor, y él fue muy paciente”, añade con lágrimas en los ojos, “nunca me había sentido tan atendido”.

En su primera cita fueron a un partido de béisbol y a un bar irlandés. Hubo incluso fuegos artificiales: “Sé que es ridículo, pero me enganché”.
Tres años después, en junio, se casaron en la catedral episcopaliana de South Bend.

Parece sencillo pero no lo es. Hasta 1977, las relaciones homosexuales eran un crimen en Indiana. Hasta octubre de 2016, las bodas homosexuales estaban prohibidas. Hasta abril de 2017 se podía perder el trabajo por ser homosexual.

Parece sencillo pero no lo es. Los padres de Chasten Glezman le pidieron que volviera a casa meses después de que se fuera. Hablaron y fue mejor. El día de su boda, estaban allí para entregarle a su marido.

Parece sencillo pero no lo es. Hace tan sólo 10 años, seis de cada 10 estadounidenses se negaban a permitir las bodas entre personas del mismo sexo. Ahora son la mitad.

Pero uno de cada cuatro votantes demócratas sigue oponiéndose (especialmente entre los afroamericanos)

Y esto puede ser un problema para el marido de Chasten Glezman, porque quiere ser presidente de Estados Unidos.

Cuando se lo dijo, Glezman estaba doblando la ropa tras la colada. “Me reí, era como, ‘no, no, no, ¿en serio? Bueno, ¿de qué estamos hablando entonces? Te amo. Creo en ti. Eres increíble. ¿Crees que puede funcionar?”.

Por ahora, no va demasiado mal.

Pete Buttigieg, o lo que es lo mismo, el marido de Chasten Glezman Buttigieg, es uno de los aspirantes a la candidatura demócrata para las elecciones de 2020.

Quizá no sea uno de los favoritos dentro de la veintena de nombres que ya se han postulado, pero sí uno de los que mayor atención ha atraído en este principio de la carrera electoral.

En las encuestas, cabalga en ocasiones a la cabeza del segundo grupo, muy alejado de la cabeza (con Joe Biden como claro favorito, y Bernie Sander por detrás), pero disputando el tercer puesto a Kamala Harris, Elizabeth Warren o Beto O’Rourke.

La prensa (y la ciudadanía) suele reducir a los candidatos, sobre todo en una batalla con un número históricamente alto, a una o a lo sumo dos pinceladas.

En el caso de Buttigieg, se destaca habitualmente que es gay, cuando no lo difícil que resulta pronunciar su apellido. Hay una tercera opción: habla varios idiomas.

En realidad, muchos idiomas. Entre seis y ocho, como él dice, dependiendo de lo bien que haya que hablarlo para considerarse que uno lo habla. Además de inglés, español, francés, italiano, noruego (lo aprendió para leer a uno de sus escritores favoritos, dice), maltés (su padre emigró de esta isla europea), árabe, dari

Éste último lo aprendió cuando estuvo desplegado en la guerra de Afganistán durante su etapa en el Ejército (2009-2017).  

Buttigieg, de 37 años, se graduó el primero de su escuela secundaria (en su ciudad natal, la ciudad de la que llegó a ser alcalde), estudió historia y literatura en las prestigiosas universidades de Harvard y Oxford, y obtuvo la reconocida beca Rhodes.

En 2010 se presentó como candidato a tesorero estatal en Indiana y perdió. Un año después ganó las elecciones locales en South Bend, donde aún es alcalde.

Y el pasado mes de enero desveló que quiere ser presidente.

Pero por ahora su carrera electoral tiene más que ver con su vida (en su página sólo está su biografía) que con sus políticas concretas, como por otra parte sucede con la mayoría de los candidatos en este momento tan temprano.

Aun así, ya se conocen algunas de sus ideas: cree que el cambio climático es una emergencia nacional que debería ser combatida casa a casa; y está a favor de los sindicatos, de un mayor control de las armas de fuego, de un seguro médico público parecido al de Europa y Canadá, y de una ley en contra de la discriminación y por derechos civiles.

En cuanto a la inmigración, quiere otorgar la nacionalidad a los soñadores (los jóvenes que llegaron al país de forma ilegal de la mano de sus padres cuando eran niños, y ahora están protegidos por la condición DACA).

Y se implicó en la defensa de Roberto Beristaín, que llegó al país ilegalmente con 17 años, comenzó a trabajar aquí como mozo y terminó como dueño de un restaurante, formó una familia, tuvo hijos y en 2017 fue detenido por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés) y deportado a México.

“Se siente como un fracaso de nuestra comunidad”, dijo Buttigieg, “tenemos que encontrar una forma, una respuesta que no sea ‘váyanse”.