Wilda Wilkinson tenía 59 años y trabajaba como enfermera en un hospital de South Haven, un pueblito en la ribera del lago Michigan. Estaba divorciada y vivía sola, así que cuando empezó a faltar al trabajo, sus jefes telefonearon a una de sus hijas para que comprobara si estaba bien. Fue así como la hallaron muerta, estrangulada en su dormitorio.
Aquello ocurrió en el 29 de julio de 1986, pero el presunto asesino no ha sido arrestado hasta ahora. Y eso pese a que el hombre había confesado el crimen en al menos cuatro ocasiones: pero la policía no le creyó.
Michael Leon Curry, de 59 años, era vecino de la víctima, y fue considerado sospechoso pero nunca detenido, según el diario The Herald Palladium.
De acuerdo con los documentos referentes a su detención, Curry confesó el crimen en una carta escrita hace más de tres décadas. En agosto de 1986 fue arrestado por un robo, y en la cárcel del condado de Van Buren confesó el asesinato a su compañero de celda, y luego lo hizo por escrito; preguntado al respecto por la policía, volvió a confesar. Tres años después, en 1989, volvió a enviar otra carta con su confesión a la policía.
“Mucha gente no creyó [su confesión] en ese tiempo”, explica Tim Wydick, el detective que llevó la investigación en un principio, a la emisora WOOD. “La gente creía que estaba intentando conseguir atención”, añade.
En 1990, sí fue a la cárcel tras intentar acabar con la vida de su compañero de apartamento; fue liberado en 2017.
Casi un año después, el 28 de junio de 2018, ya en libertad y viviendo en California, Curry escribió en su cuenta de la red social Facebook: “No soy un ángel. Si me enfado, mato”, pero “nunca he matado a nadie que no, no se lo mereciera”.
La policía, que estaba siguiendo sus comentarios en Internet, acudió este mes a California a detenerlo, y el domingo 17 fue transportado a Michigan y acusado por el asesinato de la enfermera.