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Esta inmigrante evitó su deportación al esconderse a pocas millas de la Casa Blanca

“Es un lugar santuario que ellos respetan”, explicó la mujer sobre su escondite. Así decidió tomar esta decisión.
Rosa Gutiérrez López muestra un brazalete electrónico en su tobillo en la iglesia Cedar Lane Unitarian Universalist de Washington DC el 7 de diciembre de 2018.
Rosa Gutiérrez López muestra un brazalete electrónico en su tobillo en la iglesia Cedar Lane Unitarian Universalist de Washington DC el 7 de diciembre de 2018.AP / AP

Cuando llegó el 10 de diciembre, Rosa Gutiérrez López no regresó a El Salvador como le había ordenado el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés). En su lugar, logró hospedaje a apenas nueve millas de la Casa Blanca.

Según activistas, la salvadoreña se convirtió en la primera inmigrante indocumentada en refugiarse en un templo religioso del área metropolitana de Washington DC con la esperanza de permanecer definitivamente en el país junto a sus tres hijos, estadounidenses por nacimiento.

“Me siento bien porque pienso que migración no puede entrar acá”, dijo Gutiérrez a la agencia de noticias The Associated Press en la capilla de la iglesia Cedar Lane Unitarian Universalist, cuya sede en un suburbio capitalino abarca 28.000 metros cuadrados.

“Es un lugar santuario que ellos respetan”, agregó.

Si bien Rosa es legalmente una fugitiva que puede ser arrestada en cualquier momento, ICE suele considerar a las iglesias como “lugares sensibles” y generalmente no persigue a personas que se encuentren en su interior.

La centroamericana, de 40 años, viajó por tierra durante 72 días en 2005 desde su hogar en el departamento salvadoreño de La Paz hasta la frontera de Texas, donde las autoridades de Estados Unidos la arrestaron, liberaron y citaron para comparecer semanas después ante un tribunal migratorio. Al no asistir a su audiencia, el tribunal ordenó al año siguiente su deportación.

Rosa se mudó poco después a Fredericksburg (Virginia), y concibió tres niños antes de que descubriera en 2014 que las autoridades la buscaban. Agentes de ICE detuvieron en la calle a quien entonces era su pareja para preguntar por su paradero, así que ella se buscó un abogado y acudió a una oficina de ICE a averiguar detalles. La mujer continuó trabajando mientras comparecía periódicamente ante una oficina de ICE hasta que la situación cambió drásticamente en mayo de 2017, cuatro meses después de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca.

ICE le colocó un brazalete electrónico en el tobillo izquierdo –un aparato que le crea una ampolla permanente y que ella suele ocultar bajo la ropa–, y le ordenó abandonar el país el 10 de diciembre. Sin embargo, ella se rehúsa abandonar a sus tres hijos, especialmente al menor, que requiere terapias semanales por padecer el síndrome de Down a sus seis años de edad.

También descartó llevarse a los niños con ella porque sostiene que las pandillas han asesinado a tres de sus parientes en El Salvador en los últimos dos años y ella teme por su vida.

“Yo no merezco ser deportada”, indicó, “merezco estar aquí en este país con mis hijos porque ellos son ciudadanos estadounidenses”.