Camilo Montoya huyó de Colombia a Canadá en octubre de 2012 porque tenía miedo. “Un tipo vino a por mí, me hizo saltar a un carro y me tuvo por dos días”, explica, “sólo me golpeaban, me insultaban, me trataban como basura, todo el tiempo me decían que me iban a matar, que me iban a matar, que me iban a matar”.
Según cuenta, eran miembros de la guerrilla de las FARC, que le torturaron y extorsionaron para que pagara miles de dólares que no tenía. Aquel día le dejaron marchar, pero nunca se curó del miedo por sí mismo y por su familia, así que decidió emigrar a Canadá junto a Bettsy, de 31 años, como él, y su hijo de un año, Martín. Con ellos viajaron también los padres de Camilo, Henry y Dora, y su hermana pequeña, Luisa, de 26, que fue la primera en llegar, cinco meses antes, para presentar la solicitud de asilo de la familia.
Seis años después, el matrimonio ha tenido otro hijo, Thomas; tienen una propiedad, gestionan un negocio, y hacen voluntariado en su comunidad. Su solicitud de asilo tardó años en ser procesada, por el colapso de las autoridades migratorias, y fue finalmente rechazada, en parte porque las condiciones en Colombia han mejorado. La familia reclamó que era injusto, porque ahora su hogar era ya Canadá, pero la agencia decidió deportarlos. Su fecha de salida sería Nochebuena.
Su historia, narrada por la cadena informativa Global News, llegó sin embargo a oídos del ministro de Inmigración, Ahmed Hussen, que decidió intervenir a su favor, concediéndoles la residencia temporal y permisos de trabajo por 18 meses. En este plazo, las autoridades migratorias tendrán tiempo además para re-examinar las solicitudes presentadas por la familia.
“Me siento genial, no creo que me haya sentido nunca mejor”, ha explicado Luisa Montoya a Global News, “es lo que esperábamos, pero estábamos tan asustados”. La joven ha expresado su gratitud a Hussen por tratarles “no como números sino como personas”.