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El piloto de El Chapo relata la leyenda de uno de los narcos más temidos de la historia

“Cuando fui detenido nunca dije nada del sr. Guzmán, protegí a su familia, cuidé sus negocios y aun así sufrí cuatro intentos de asesinato, imagínense”.

El juicio contra Joaquín Guzmán Loera continúa en la corte de Brooklyn (Nueva York) este miércoles con el turno de la defensa para interrogar al testigo que la semana pasada se introdujo como el piloto de El Chapo: Miguel Ángel Martínez.

Esta semana, Martínez, también conocido como El Tololoache o El Gordo, fue presentado por la fiscalía entre fuertes medidas de seguridad, incluida la prohibición a los artistas de la corte de dibujar su rostro. El testigo de la fiscalía incluso dijo que El Chapo había atentado contra su vida más de una vez, comentario que la defensa objetó y por el cual el juez, Brian Cogan, tuvo que llamar a un receso para hablar en privado con las partes.

“Cuando fui detenido nunca dije nada del sr. Guzmán, protegí a su familia, cuidé sus negocios y aun así sufrí cuatro intentos de asesinato, imagínense”, dijo Martínez al jurado este miércoles.

En una ocasión, mientras estaba preso en el Reclusorio Sur de la Ciudad de México, narró Martínez, una de las canciones favoritas de El Chapo comenzó a sonar una y otra vez. Desde fuera del reclusorio una banda norteña inundaba el ambiente de la cárcel con la canción “Un puño de tierra”, que se repitió unas veinte veces. Un par de horas después un sujeto ingresó a la prisión con un par de granadas. De milagro, el guardia que custodiaba la celda salvó la vida de Martínez, según el sorprendente relato del testigo.

El martes, El Gordo dijo que su antiguo jefe pagaba sobornos mensuales de hasta 40 mil dólares a uno de los custodios de la prisión de El Altiplano para que lo dejara tener un teléfono celular y recibir visitas conyugales “de sus cuatro o cinco esposas”.

En estos días, El Gordo ha descrito cómo Guzmán subió los peldaños de la resbaladiza escalera del crimen, desde su tiempo como esbirro de los hermanos Arellano Félix, poderosos narcotraficantes en la década de los años ochenta y noventa, hasta su ascenso como máximo líder de su propia organización criminal, el Cártel de Sinaloa.

Según Martínez, a El Chapo comenzaron a apodarle El Rápido por su capacidad para trasladar la cocaína que llegaba a México de Colombia hasta Estados Unidos en menos de 24 horas. Una hazaña que Guzmán logró gracias a los túneles que construyó en la frontera de Nogales con Arizona.

Martínez vivió un tiempo en Estados Unidos, donde tomó cursos de aviación. Después se dedicó al contrabando, no de drogas, sino de electrodomésticos y no de México a Estados Unidos, sino a la inversa. En este ambiente Martínez se familiarizó con los contrabandistas de droga que utilizaban las mismas pistas áreas clandestinas, ocultas en los vastos desiertos del norte de México. Cuando un contacto le avisó de una junta en la Ciudad de México con oportunidades para un brillante negocio, Martínez asistió. Fue así como conoció a El Chapo.

En el trienio de 1987 a 1990 El Chapo y Martínez movieron alrededor de 30 toneladas de droga a través del túnel secreto de Nogales, antes de que un error estropeara la fiesta de los narcotraficantes. Uno de sus colegas, un tal Francisco Camarena, olvidó un día cerrar la entrada al túnel, al que se accedía jalando una palanca que activaba un mecanismo hidráulico con el que se abría una entrada en el suelo bajo una mesa de billar. De este modo un oficial que pasaba por la bodega observó algo extraño y al poco tiempo la policía hizo una redada donde descubrió el pasadizo secreto de los traficantes.

La siguiente idea que tuvieron para pasar la droga, narró El Gordo, fue ocultarla en latas de chile apócrifas. La estratagema funcionó y tras comprar maquinaria vieja en Estados Unidos, comenzaron a enlatar cocaína junto a latas de chile marca “La comadre”, una empresa legítima sin relación alguna con el cartel que contaba con permisos de exportación. De este modo volvieron a mover alrededor de 30 toneladas de droga en otros tres años. Hasta que los volvieron a descubrir.

Mientras tanto, El Chapo fue amasando una fortuna considerable y su ambición también fue creciendo.  Se hizo de una flotilla de jets privados con los que trasladaba el dinero de la venta de drogas de Tijuana a la Ciudad de México. Ahí, Martínez depositaba una parte en bancos bajo el pretexto de ser un productor de tomates. Otra parte de la fortuna mal habida se escondió en compartimientos secretos, dentro de casas y terrenos a lo largo y ancho del país, una operación que volvió a requerir a un arquitecto que estaba en la nómina de El Chapo.

Mientras El Chapo acumulaba propiedades y personas por igual, yates, casas con zoológicos con tigres, panteras y leones, piscinas y canchas de tenis, novias, esposas y numerosos vástagos, la guerra con el cártel de los Arellano Félix, sus antiguos patrones, se fue gestando.

En noviembre de 1992 Guzmán intentó liquidar a uno de los hermanos Félix, que se suponía estaría en una discoteca de Puerto Vallarta, pero la noche en que los 12 sicarios de El Chapo se dispusieron a atacarlo, ya los estaban esperando. La balacera cobró la vida de varios civiles inocentes. En respuesta, los Félix intentaron asesinar a El Chapo en el aeropuerto de Guadalajara. En lugar del narcotraficante, los hombres del cártel de Guadalajara mataron al cardenal Juan Jesús Posada Ocampo. Fue el inicio de los largos años de El Chapo en fuga.

El Chapo y su piloto se volvieron amigos durante los años en los que hicieron negocios juntos; el de Sinaloa incluso fue el padrino de uno de los hijos de El Gordo; pero todo cambió cuando apresaron a su compadre, el piloto, en el 2007.