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Rodeada por las llamas, esta mujer sabe que va a morir. Entonces empieza a hacer llamadas de teléfono

“No, no lo entiendes”, dice llorando a su hija, “no voy a sobrevivir”. “Fui la mejor madre que pude ser. Lo siento por los errores que cometí. Lo siento tanto”, añade. Pero su historia aún no ha concluido.

“Estoy atrapada en el incendio. Me rodea por completo. Te quiero. Cuida a Brayden y Allyson y Brooklyn. Asegúrate de que sepan cuánto les quise”.

La primera llamada se la hace a Clarissa, su hija mayor, de 24 años. La segunda, a Savannah, que está a punto de cumplir 22. Las dos le responden igual: no, no, no, lo vas a lograr, estás bien, estás bien, vas a estar a salvo.

Pero Tamara Ferguson, de 42 años, no está a salvo. Está frente a la casa de alguien a quien no conoce, el aire está lleno de humo, y el cielo está naranja como después de una explosión nuclear. El viento ardiente le golpea el cuerpo, según reporta el diario Los Angeles Times, que ha narrado este jueves su historia.

La mujer acaba de ver cómo se derrite una ambulancia por el calor del fuego que está arrasando la ciudad californiana de Paradise. Los incendios se han cobrado ya más de 80 vidas, y hay cientos de desaparecidos. Pero ese día, la única vida que le importa a Ferguson es la suya, que está a punto de perder.

Pero no: eso es mentira. A Ferguson le importa también sus seres queridos. Por eso, con las llamas cercándola, a punto de morir, decide telefonear a sus hijas.

A su alrededor, arden casas y árboles, los transformadores eléctricos estallan, las llamas danzan a ambos lados de las carreteras por las que carros intentan huir del infierno. Pero ella está atrapada en un anillo de fuego.

Además de tener cinco hijos, Ferguson es enfermera, y ese día, 8 de noviembre, no debería estar allí. Su turno en el hospital de Feather River comenzaba poco antes de las siete de la mañana, pero una hora y media después recibió orden de evacuar el centro. Podría haber montado en su carro, podía haber huido. Pero atrás habrían quedado casi 70 pacientes que necesitaban ser evacuados.

Cuando saltó al fin a una ambulancia del hospital y trató de escapar junto a varios enfermos, médicos y bomberos, apenas pudo avanzar una milla antes de ver como otra que viajaba por delante se incendiaba. Se detuvieron entonces junto a una casa y se refugiaron en su garaje.

Con las llamas aproximándose, fue entonces cuando decidió llamar para decir adiós.

“No, no lo entiendes”, dice llorando a su hija, “no voy a sobrevivir”. “Fui la mejor madre que pude ser. Lo siento por los errores que cometí. Lo siento tanto”, añade. 

Luego, se pone manos a la obra. Bajo la dirección de David Hawks, un oficial de los bomberos de California, Ferguson y el resto de personas atrapadas por el fuego comienzan a limpiar el perímetro de madera y regar el tejado. Tienen tiempo incluso para tomarse una foto. 

Entonces la casa de al lado comienza a arder, así que Hawks decide que todos deben volver al hospital. Pero parte de ese edificio ya está en llamas. Se refugian en el helipuerto, una superficie de cemento que está rodeada de tierra quemada.

Es entonces cuando aparece una caravana de vehículos del sheriff. El fuego se está moviendo de lugar. Son evacuados al hospital de Oroville. Ferguson al fin puede reunirse con sus hijos: Clarissa y Savannah, y también Allyson, de 13 años, Brayden, de 14, y Brooklyn, de 6.

Todos la abrazan. No la dejan ir. Le dicen, no tienes que pedir perdón por nada, eres increíble, has criado a cinco hijos tú sola. Lo eres todo para nosotros.