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“Quiero quitarme la vida”. El dolor de niños encarcelados por meses y ya sin esperanza

Llegaron a Estados Unidos con el sueño de una vida mejor. Ahora están solos, sin sus familias, encerrados por el Gobierno de Trump. Sólo les queda llorar y escribir cartas. Esto es lo que cuentan.

“Quiero quitarme la vida”, dice un adolescente guatemalteco de 16 años que lleva 584 días encerrado en un centro para inmigrantes de Chicago. 584 días son más de 19 meses, son más de un año y medio. Está desesperado. No es el único. Otro joven, un guineano de 17 años, se negó a ingerir alimento alguno hasta que le permitiera salir de allí. Llevaba nueve meses en el centro. Desesperación y violencia. Violencia como la que sufrió un bebé de 10 meses, separado a la fuerza de sus padres en marzo tras cruzar la frontera, que fue mordido en repetidas ocasiones por otro niño y luego tuvo que ser hospitalizado al caerse de una silla.

El medio de investigación periodística ProPublica ha obtenido cientos de registros confidenciales sobre nueve centro de detención para inmigrantes en Illinois, que reciben fondos federales para mantener bajo custodia a los menores llegados al país de forma ilegal. Están operados por la organización sin ánimo de lucro Heartland Human Care Services; algunos llevan años operando, y otros acaban de abrir, tras la oleada de niños separados por sus padres en mayo y junio debido a la política de tolerancia cero del Gobierno de Donald Trump.

Estos documentos ilustran el tedio y temor en el que viven estos menores, a veces durante meses si no años, esperando el día en que saldrán de allí y que parece no llegar nunca. Denuncian los presuntos abusos de los empleados, y sus llantos y desesperación, que en ocasiones les lleva a autolesionarse. Y cuanto más tiempo pasan allí encerrados, en peor estado se encuentran.

La estancia media fue de 34 días durante el año fiscal de 2017, pero se elevó a 57 días tras la puesta en marcha de la política de tolerancia cero. Ahora roza los dos meses. Pero ésa es la media, y la media siempre oculta los extremos. Hay niños que llevan encerrados más de 200 días, y algunos, como el mencionado guatemalteco, casi tres veces más.

Son niños que, en ocasiones, aún están tratando de asimilar el trauma causado por la violencia, los abusos e incluso las violaciones sufridas en sus países de origen o durante su travesía hasta Estados Unidos. Desesperan en estos centros, a la espera de que los trabajadores sociales les encuentren un hogar que los adopte. Si no tienen familiares o amigos de sus familias en el país, puede ser complicado.

Los mayores viven además con el miedo constante a cumplir 18 años y ser detenidos por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés).

Los menores “se frustran y pierden su esperanza y motivación”, reconocía la organización sin ánimo de lucro en su reporte de 2017 al Gobierno federal.

“Te levantas a las siete de la mañana, te duchas, y luego te dan de desayunar”, cuenta un joven nigeriano de 16 años que llevaba dos meses encerrado. “Voy a muchas clases tres o cuatro por la mañana, y tres más después de comer”, cuenta otro, brasileño, de 15 años. No todo es malo: una docena de menores recién liberados expresó a ProPublica su agradecimiento por el trato. En la mayoría de los casos, aseguran que los empleados eran amables.

Pero la tía de un joven indio de 16 años liberado tras 114 días resume el principal problema: “Estaba solo y sin familia, así que fue muy duro para él”. Algunos niños están tan tristes que ni siquiera participan en las actividades programadas. Algunos, como el guatemalteco mencionado al inicio de este artículo, piensan en quitarse la vida. Había llegado a Estados Unidos tras ser atacado a tiros en dos ocasiones por una pandilla. Fue liberado hace cuatro meses. No está claro adónde fue.