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Tras la reversión de la política de Trump, las familias inmigrantes no son divididas, sino monitoreadas

Estas tres mujeres y sus hijos evitaron la separación familiar y el enjuiciamiento inmediato al ingresar a Estados Unidos justo antes del caos que siguió a la orden de Donald Trump del pasado miércoles.

Alan Iván, de seis meses, se movió en los brazos de su madre, hacia arriba y hacia abajo, con sus mejillas redondas mostrando una sonrisa. Era un bebé feliz, ajeno a la distancia que acababa de recorrer o a lo que esto podría significar para su futuro.

Durante casi diez días, Micaela, de 20 años, y su hijo, habían dormido en autobuses en todo México, tras abandonar su hogar en una región montañosa de Guatemala para tratar de unirse con el esposo y la hija de Micaela en Alabama. Pero al igual que miles de familias que intentan ingresar a Estados Unidos, fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza. Esa noche durmieron en el piso de una celda fría de retención.

"Ahí sí sufrimos", dijo.

Micaela y los que durmieron junto a ella podrían haber estado entre los afortunados, pues llegaron en un momento de limbo, entre el final de una política federal que separaba a las familias y el comienzo de los planes de la administración Trump para lo que podría convertirse en un sistema de detención para albergar a miles de familias inmigrantes.

Micaela, de 20 años, sostiene a su bebé de seis meses mientras espera que un pediatra voluntario lo examine. Ella ingresó a EEUU junto con otras mujeres y niños, todos de Guatemala. Tras colocarle un monitor en el tobillo, a ellos se les permitió permanecer en el país, en espera de que avance su caso migratorio. Foto: Hannah Rappleye / NBC News

Desde abril, cuando el Fiscal General Jeff Sessions dio a conocer la política de "tolerancia cero", el gobierno ha presentado rutinariamente cargos penales federales contra los inmigrantes detenidos que cruzan la frontera sin autorización, incluidos los padres que viajan con niños.

Estos han ido a parar a la cárcel mientras sus hijos fueron diseminados ​en una vasta red de refugios en todo el país para "menores no acompañados".

Pero este miércoles, el día después de la detención de Micaela, el presidente Trump firmó una orden ejecutiva que pone fin efectivamente a las separaciones familiares que su propia administración había instaurado.

El cambio en el presidente se produjo después de una tormenta de protestas contra la insensibilidad y la agitación social que provocó separar a 2.300 niños de sus padres, aunque también ha provocado una nueva confusión.

En El Paso, Texas, un pediatra voluntario le aplica una crema en la piel de la espalda a Juan, de 3 años, un niño migrante que proviene de una zona rural en Guatemala. Foto: Hannah Rappleye / NBC News

Abrumados, los tribunales desestimaron los casos pendientes. Los inmigrantes que habían sido detenidos mientras la orden era aplicada todavía enfrentan procedimientos migratorios, pero al menos han evitado que los separan.

En medio del caos, se superó la capacidad del gobierno para albergar a las familias completas. Las agencias en la frontera comenzaron a procesar y a liberar a las familias tras colocarles monitores en los tobillos, tal como lo habían hecho antes de que la política de "tolerancia cero" entrara en vigor.

Madres, padres y niños han abordado autobuses y aviones para reunirse con amigos y familiares, mientras sus casos se abren camino en el sistema judicial, lo que puede llevar años.

Micaela y las otras dos mujeres con quienes viajaba se encontraban entre los migrantes que, debido al momento en que llegaron, evitaron la separación familiar, las detenciones y el enjuiciamiento penal.

Este viernes, todos llegaron a la oficina de Cynthia López, una abogada de inmigración que forma parte de una red de voluntarios de la ciudad de El Paso que están ayudando a familias inmigrantes. El personal de López había reunido artículos donados, como pañales y libros para colorear, y planeaba llevar más tarde esa noche a las mujeres y a los menores a la estación de Greyhound, donde abordarían los autobuses con destino a Alabama.

Alan Iván, de seis meses, es examinado por un pediatra voluntario. Esta semana, él y su madre viajaron desde Guatemala hasta El Paso y se les permitió quedarse en Estados Unidos. Foto: Hannah Rappleye / NBC News

Entre las tres mujeres indígenas de la sierra guatemalteca, donde muchas solo hablan lenguas mayas, María Salazar, de 23 años, era la única que hablaba español con fluidez. Ella aseguró que todas llegan a trabajar y a tener una vida mejor. "Allí, no tenemos dinero ni tierra para trabajar", relató.

Había abandonaron su hogar ocho días antes de ser detenida junto a Miguel, su hijo de tres años. Tras desplazarse en varios autobuses por el territorio mexicano, cuando llegaron a Ciudad Juárez el martes pasado, comenzaron a caminar, cruzando bajo un puente internacional hacia El Paso. La Patrulla Fronteriza los encontró momentos después de llegar a Texas y los agentes los condujeron a un centro de detención, y luego a otro.

"Había muchas mujeres con niños, y también hombres, como mil, creo, tal vez más -estimó Salazar.

Allí durmieron 13 personas en una celda. “En el piso, sin mantas -recuerda-. Y hacía mucho frío”.

Juan, de tres años, llora cuando un pediatra voluntario lo examina el oído. Juan llegó a EEUU con su madre y su hermana después de viajar muchos días en autobús a través de México. Foto: Hannah Rappleye / NBC News

Desde allí, los oficiales los llevaron a un centro de procesamiento, donde fueron equipados con monitores de tobillo. Al día siguiente, fueron llevados en autobús a un refugio en una iglesia local, donde se les entregó ropa fresca y se les ayudó a ponerse en contacto con familiares y amigos.

Unas horas antes de que estas mujeres dejaran El Paso, un médico voluntario examinó a los niños cansados ​​para asegurarse de que estuvieran sanos. Juan, de tres años, se animó cuando uno de los voluntarios le ofreció un helado verde brillante.

Cuando el Dr. Ittay Moreno le quitó la camisa a Juan, el niño comenzó a llorar. Su madre lo calmó, hablando en Q'anjob'al, su idioma maya. Algunos rasguños marcaban su espalda estrecha, eran los recuerdos dejados por la maleza en la frontera. Un voluntario distrajo a Juan con una galleta mientras Moreno le frotaba un ungüento sobre su piel desnuda.

El hijo de Micaela, Alan Iván, fue el último niño en la fila. El doctor Moreno revisó sus ojos, tomó su temperatura y lo colocó suavemente en una balanza cubierta por una toalla azul. El bebé se sintió incómodo durante el momento en que se quedó solo. "Lo siento, amiguito", le dijo el galeno mientras lo cargaba.

Moreno les aseguró a las madres que a pesar de estar cansados y ligeramente por debajo del peso normal, sus niños estaban sanos. También les dio crema para las picaduras de insectos que se esparcían por sus brazos y sus torsos.

Luego, un voluntario reunió a las mujeres e intentó explicarles la siguiente etapa de su viaje. Primero irían a Dallas, y desde allí, pasarían a otro autobús. En Alabama, Micaela tendría que tomar un tercer autobús para llegar a la ciudad donde su esposo y su hija de dos años los esperaban. Su monitor de tobillo la seguiría hasta el final, de esa manera el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) podría localizarla cuando llegara la fecha de su juicio.