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“TPS no son sólo tres letras: es la vida de mi familia”

Familia hondureña implora que les permitan seguir viviendo y criando a sus hijos en Estados Unidos, ante inminente decisión del gobierno de Trump sobre el programa de protección

Familia hondureña implora que les permitan seguir viviendo y criando a sus hijos en Estados Unidos, ante inminente decisión del gobierno de Trump sobre el programa de protección.

Juan y Sarah se enamoraron en 1998 tras llegar indocumentados a Estados Unidos luego del Huracán Mitch, que desoló a su país, Honduras.

Los dos aún eran menores de edad cuando se conocieron en San Diego, en una corte de inmigración. Ambos habían venido a este país buscando a sus respectivas madres, que se habían marchado antes.

De eso hace exactamente 20 años.

Los dos hondureños formaron una familia estable y tienen dos hijos: Johnny, de 14 años y Marie, de 8.  

Para Juan, su familia y su vida en Estados Unidos fue el equivalente a un final feliz para una difícil niñez y adolescencia marcada por abusos y separaciones. Primero, fue el terrible abuso de su padre a su madre, que dejó imágenes indelebles en su mente.

Y luego, la emigración de ella, y no verla durante años.

Pero todos esos esfuerzos podrían esfumarse en un momento, porque los dos tienen TPS, el estatus temporal de protección que recibieron por primera vez en 1999 y que, ahora, el gobierno de Donald Trump está considerando suspender, como lo ha hecho con nicaragüenses y salvadoreños.

“Realmente estamos devastados de pensar que podríamos perder nuestro estatus legal”, dijo Juan, quien se identificó para La Opinión, pero pidió no usar su nombre verdadero. “Aquí tenemos raíces. Yo vine a los 16 años, aquí conocí a mi esposa y formamos una bella familia”.

Juan está ávido de que su historia se escuche. “Por favor, dile a la gente que para nosotros el TPS no son sólo tres letras, es  mi familia, son mis hijos, es mi vida…”.

Marie, cuando era algo más pequeña. Foto proporcionada. 

El gobierno de Trump va cerrando las puertas

Si Estados Unidos los manda de regreso a Honduras, dice Juan, “no tenemos nada a lo que regresar”.

“Hace muchos años no hablo con la familias que me queda allí. Tengo dos hijos que no hablan español y uno de ellos es autista, necesita mucho apoyo nuestro y de su escuela. Allá no hay nada de eso”.

La familia de Juan y Sarah no es la única en esta situación. Son alrededor de 60,000 los hondureños protegidos por TPS desde 1999 y que ahora se ven en la posibilidad de perderlo todo.

Johnny, de 14 años y Marie, de 8, junto a su madre

Alrededor de ellos hay gente que los apoya, como Jen Little, compañera de trabajo de Juan, que se ha convertido en activista en pro de los “tepesianos” a raíz de la angustiosa situación que él está viviendo.

“Hasta conocer la situación de Juan no sabía lo complicado que era para los inmigrantes”, dice Little, una activista y colega de Juan en su lugar de empleo. “No sabía lo complicado que es lograr una residencia y también se que estas son personas buenas que tienen su vida en un limbo. No puedo creer que esto es lo que está haciendo mi país”.

A finales del año pasado, el Departamento de Seguridad Nacional anunció que aún seguía considerando qué hacer con respecto a los hondureños y le dio a los “tepesianos” de ese país seis meses más de protección. 

En las próximas horas, la Secretaría de Seguridad Nacional Kirstjen Nielsen debe anunciar su decisión respecto a Honduras. Las esperanzas de grupos pro inmigrantes no son muchas, especialmente porque, antes que Honduras, este gobierno ha cancelado TPS para Haití, Sudán, Nicaragua y El Salvador.

La actual protección para hondureños expira el 5 de julio de este año y, de cancelarse el TPS para este grupo, se espera que reciban otro período de un año o dieciocho meses, como ha ocurrido con los otros grupos nacionales.

 

Con raíces largas y profundas

Tras un mínimo de 20 años en este país, los centroamericanos tienen profundas raíces en los Estados Unidos, incluyendo familias, hijos, carreras y propiedades, dijo Nicole Svajlenka, analista de inmigración del Centro para el Progreso Americano en Washington.

“Estas personas han criado a hijos estadounidenses en casas que muchos de ellos compraron, contribuyen a la economía y son integrantes cabales de su comunidad”, dijo Svajlenka. “Ellos también dan apoyo financiero a Honduras, un país que aún no se recupera y aún sufre de inestabilidad”.

Según el Concilio Americano de Inmigración, los hondureños con TPS tienen más de 53,000 hijos estadounidenses, producen más de 31,000 millones de dólares para la economía estadounidense, 9,500 tienen hipotecas y han vivido en este país por un promedio de 22 años.

Johnny, de 14 años, es autista y sus padres temen por su vida al regresar a Honduras, donde los jóvenes de su edad son objetivo de reclutamiento de las pandillas. 

En octubre pasado, la Cámara de Comercio de los Estados Unidos escribió una carta a la entonces secretaria interina de DHS Elaine Duke, pidiéndole que no cancelaran el programa TPS para Salvadoreños, Haitianos, Hondureños y otros.

“La participación en la fuerza laboral de estos grupos es de más del 80%”, dijo Neil Bradley, vice presidente del grupo empresarial. “Hay industrias que serán muy afectadas por la pérdida de estos trabajadores, que ya no tendrían un permiso de trabajo, entre ellas construcción, comida, hospitalidad y servicios de asistencia de salud en el hogar”.

Pero hasta ahora, en casi cada caso-con excepción de Siria- el gobierno de Donald Trump ha ido cancelando el TPS para cada nacionalidad, alegando que las condiciones que causaron su creación han mejorado mucho.

En al menos un caso ha trascendido que los líderes de DHS ignoraron reportes preparados por personal gubernamental, en el que señalaban que las condiciones del país seguían deficientes. Este es el caso de Haití, donde el anuncio de cancelación de TPS contradijo directamente un reporte interno sobre las condiciones del país.

“Es cruel poner a un padre en esta situación”

En casa, Juan y Sarah han hablado mucho de lo que harán si pierden su TPS y sus permisos de trabajo.

“Es difícil hasta hablar de eso”, cuenta Juan. “Mi hija, que tiene ocho años, no quiere ni mudarse a otra casa, imagínate lo que sería decirle de irnos a otro país”.

La pareja ha contemplado todas las opciones. Regresarse con los hijos a Honduras, dejarlos con alguien en Estados Unidos, que terminen en manos de los servicios sociales…todas las opciones son impensables para ellos.

“Son estadounidenses, allá no tendrían las mismas oportunidades”, dijo Juan, a quien le aterroriza la idea de llevar a sus niños a un país que tiene la tasa de homicidio más alta del hemisferio y un severo problema de pandillas.

Pero ¿irse y dejarlos? Es algo que no pueden siquiera imaginar.

 

“Es algo muy cruel poner a un padre o a una madre en esta situación. Si nos vamos a Honduras tengo miedo por mi hijo que tiene 14 años. Aunque es autista, yo sé que a los pandilleros no les importa eso, igual querrían reclutarlo. La gente está escapando ahora mismo de eso”.

En ese dilema es donde se le va la vida a Juan y Sarah.  “Llevarme a mis hijos a esas condiciones de vida sería ridículo y, al mismo tiempo, no me perdonaría por dejarlos aquí”.