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Comieron tacos de sangre y fueron a quemar la ciudad. Pero El Chapo huyó: tenía un secreto

Horas antes de la operación, los marines mexicanos se reunieron frente a una fogata. Temían un baño de sangre. Por fin iban a atrapar a El Chapo. Pero el narco guardaba un último truco

“No se disparó ni una sola bala. No podía creérmelo. Podría haber sido una balacera en cada puerta. Pero no lo fue. Joaquín El Chapo Guzmán, el narcotraficante más buscado del mundo, considerado el “enemigo público número uno”, fue arrestado poco antes de las siete de la mañana del 24 de abril de 2014 en un apartamento de Mazatlán (México). Terminaba así una persecución de 13 años liderada por Andrew Hogan, agente de la Administración estadounidense para el Control de Drogas (DEA), que ahora ha narrado su historia en un libro (que pronto será película) y ante las cámaras de NBC.

Hogan se unió a la DEA en 2007, con sólo 25 años. Ahora tiene que vigilar su espalda a cada momento, pero El Chapo (que volvió a fugarse en julio de 2015 pero fue arrestado seis meses después y extraditado a Estados Unidos) espera juicio en una cárcel de máxima seguridad de Nueva York. Era uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Había pasado de vender naranjas en la calle a controlar el cartel de Sinaloa. En México, Guzmán era una leyenda. Siempre lograba escapar a sus perseguidores. Siempre encontraba la puerta de atrás.

Su truco se escondía debajo de una bañera.

Cuando El Chapo estaba ya en la cumbre, Hogan estaba empezando a familiarizarse con la cultura del narco en una ciudad fronteriza, ayudado por un policía local, Diego. Junto a él logró infiltrarse en el cartel, trabajando para El Chapo, moviendo droga y dinero como si fueran unos criminales más. Hogan se mudó a la Ciudad de México con su familia, y empezó a cerrar el cerco alrededor de la Sierra Madre, alrededor de Culiacán, la capital del narco, el fuerte del Chapo.

Logró interceptar las comunicaciones de cientos de personas en el cartel. “Leía todos sus mensajes de texto”, ha contado a NBC. Trabajaba solo, al margen del Gobierno mexicano. Pero cuando averiguó donde se reunía El Chapo con sus lugartenientes, confió en los marines mexicanos, el SEMAR, para lanzar una operación y atraparlo. El Chapo “lo supo al instante” y huyó.

Sólo quedaba una opción: atraparlo en Culiacán. “Era el ultimo lugar al que quería ir a buscarlo”, explica, “pero teníamos que movernos, ir a territorio enemigo y sacarlo”. “El Chapo ahora sabía que algo iba a ocurrir”, añade. El tiempo se acababa. Pero, añade, “pensábamos que iba a ser un absoluto baño de sangre”.

“Prácticamente todos los narcotraficantes más infames de México habían considerado Culiacán su hogar”, explica en su libro. “Pensar en entrar en la capital de Sinaloa era intimidante, como intentar quitarle el control de Chicago a Al Capone”, añade, “sabíamos que era la única opción, pero también sabíamos de los inmensos peligros que nos esperaban”.

La noche antes, los marines mexicanos hicieron una fiesta en una base remota, entre palmeras y cardones. Alrededor de una fogata, comieron carnitas, tacos de barbacoa y tacos de sangre. Al día siguientes, el 16 de febrero, salieron: “Vamos a quemar la ciudad”, le dijo Hogan a su padre por teléfono.

Lograron entrar en las fortalezas del Chapo, donde escondía su droga, edificios con muy pocos lujos pero puertas blindadas. Los marines tardaron 15 minutos en tirarlas abajo. El narco ya había huido. Bajo la casa descubrieron un sistema de túneles que llevaban directamente a las alcantarillas. Se accedía a ellos desde una bañera que se elevaba con un mecanismo hidráulico.

El Chapo fue el primero en construir túneles bajo la frontera estadounidense para pasar drogas. Con un túnel logró escapar de la prisión de máxima seguridad de El Altiplano, una fuga efímera pero que asombró al mundo y sonrojó a las autoridades mexicanas, hasta el punto de que aceptaron que fuera extraditado a Estados Unidos. Y con un túnel logró escapar de Hogan en Culiacán. Pero no por mucho tiempo.

Su jefe de seguridad le llevó a toda velocidad hasta Mazatlán, pero sus teléfonos seguían intervenidos. Los marines continuaron la cacería con Hogan a la cabeza. A las 5.30 de la mañana rodearon el hotel Miramar, donde se escondía El Chapo en el cuarto piso. Temían una balacera mortal. No se disparó ni un tiro. “Tenemos el objetivo, lo tenemos”, escuchó por la radio. La caza había terminado.