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Los rituales satánicos de la MS-13

La Mara Salvatrucha aún mantiene un culto al diablo que viene de sus orígenes. En Houston, una niña fue sacrificada porque Satán "quería un alma"

En aquel apartamento de Houston (Texas), controlado por la pandilla callejera MS-13, la Salva Maratrucha, había un altar satánico. Y el diablo “requería un alma”.

Dos chicas fueron secuestradas. Sólo una de ellas sobrevivió.

Miguel Ángel Álvarez-Flores, de 22 años, y Diego Hernández-Rivera, de 18, ambos nativos de El Salvador, ambos inmigrantes indocumentados, comparecieron en marzo sonrientes ante el juez, acusados de secuestro y asesinato.

Una niña de 14 años denunció que una pandilla comandada por Álvarez-Flores la había mantenido retenida contra su voluntad durante 18 días, abusando sexualmente de ella. Durante su cautiverio, conoció a Génesis Cornejo-Alvarado, otra joven presuntamente secuestrada. Horas después de que Álvarez-Flores asegurara, según la menor, que el altar satánico requería el sacrificio de un alma, Génesis desapareció. Fue encontrada muerta en febrero, con un tiro en la cabeza y otro en el pecho.

La MS-13 se formó en Los Ángeles en los años 70 entre salvadoreños huidos de la guerra civil en ese país. Cuenta con más de 10.000 miembros en 40 estados, según el Departamento de Estado; desde 2005, han sido detenidos más 8.100 pandilleros de este grupo. Su marca es una violencia extrema: hace unos meses, asfixiaron, acuchillaron y decapitaron a una de sus víctimas. Luego le arrancaron el corazón, antes de enterrarla en una tumba poco profunda.

Además, según revela el diario The Washington Post, algunos de sus miembros presumen de seguir rituales satánicos.

Esta práctica se retrotrae a los orígenes de la pandilla, en los años 70. “Algunos de sus miembros eran satánicos irreductibles que adoraban al diablo, hasta el punto de realizar horribles sacrificios animales”, asegura el antropólogo Thomas Ward. Fueron ellos los que dieron su fama misteriosa y malvada a la banda, según este profesor universitario. 

“Fuimos a un cementerio y prestamos juramento bebiendo nuestra sangre. Nos cortamos las manos con un cuchillo y vertimos la sangre en una copa. Fumamos un montón de marihuana y luego cortamos las tripas a un gato”, relató un miembro a Ward.

Con los años, la pandilla se fue alimentando de salvadoreños huidos de la guerra civil, y se convirtió en un grupo callejero tradicional, según el diario, enfrentando a otros y demostrando, eso sí, una violencia inusual incluso en estos círculos. Y, en ocasiones, lazos satánicos que mantienen ese aire de misterio esotérico.