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“Hasta que Dios me de vida y la espalda aguante"

Millones de hispanos en Estados Unidos padecen de lesiones y dolores de la espalda debido a la naturaleza de sus trabajos; muchos se ven obligados a retirarse décadas antes que el resto de la población

Este reportaje fue realizado con el apoyo del Fondo Dennis A. Hunt. Un programa del Centro de Periodismo de Salud de la Universidad del Sur de California.

Vivir con dolor, sufrir en silencio... y resistir hasta que la espalda aguante es una triste realidad de millones de hispanos en Estados Unidos. 

Las lesiones y dolores en la espalda deshabilitan a millones de trabajadores cada año, y afectarán a ocho de cada 10 estadounidenses en algún momento de sus vidas; aunque no ha habido estudios especializados sobre la comunidad latina, los trabajadores son la base de muchos de los oficios de los "espaldas rotas". 

Araceli Hernández camina lento y encorvada. Se esfuerza por sonreír, pero su mirada angustiada y triste la delata. Hace hasta lo imposible para mostrarse fuerte e independiente como era hasta hace poco, de evitar miradas de lástima, pero su condición lo hace difícil.

Esta madre de tres depende de la ayuda de su hijo menor para hacerle de comer a su familia. Él le tiene que acercar la silla al fogón para que cocine sentada. Tiene 47 años, pero se siente de noventa.

Araceli Hernández cocina sentada debido a sus lesiones de espalda. Foto: Noticias Telemundo

"Yo vengo a mi casa, y cuando estoy sola, yo me acuesto en mi cama a revolcarme de dolor, y a llorar", dice de sus últimos seis meses deshabilitada por cuatro discos herniados que no se le curan. Sus dolores son producto de más de 26 años de trabajo en el campo, y de una lesión que no se cuidó. 

"Mi error, y el error de mi patrón fue que seguí trabajando", me dice llena de nostalgia, tratando una y otra vez de contener las lágrimas que durante años evitó mientras cosechaba fresas en Watsonville.

También trabajando encontré al caer la tarde a Armando Morales y a Juan Valenzuela. "Cuando tengo un dolor muy agudo ahí es cuando tomo algún calmante, pero no siempre... es un dolor que ahí está", me dice. Valenzuela trabaja el turno de la mañana como mesero de hotel, y  Morales distribuye mercancía en un supermercado, por las tardes son compañeros en la construcción. "Aunque no quiera dejar la espalda aquí, aquí la estamos dejando", me dice Morales. Ambos ríen a carcajadas cundo les pregunto si hacen algún tipo de ejercicio de calentamiento o para fortalecer sus músculos. “Mi gimnasio es gratis. Esta tarde levantamos más de 200 bultos de cemento de 80 libras cada uno entre los dos”, bromea Morales.

“Cuando se acaba el día solo nos queda energía para caer desmayados hasta el siguiente, añade su compañero.

Armando Morales alzando bultos de cemento: Foto: Noticias Telemundo

Los dolores y lesiones de espalda han llegado a niveles de crisis de salud pública; le cuestan al país más de 100.000 millones de dólares en cuidados médicos, servicios sociales, productividad y salarios perdidos, según cálculos del gobierno federal.

Los trabajadores con mayor riesgo son los que realizan grandes esfuerzos físicos en posiciones que desafían la anatomía humana, dice el doctor Stephen McCurdy, experto en salud pública.

“Nuestros cuerpos no fueron diseñados para que vivamos doblados, el ser humano debe vivir y trabajar en lo posible con la espalda recta”.

Durante tres décadas, McCurdy ha investigado los problemas de salud de los campesinos, uno de los oficios en que más dolores se cosechan.

“Un tercio de los trabajadores agrícolas reporta cada año una lesión o molestia de la espalda”, afirma.

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El doctor Stephen McCurdy, experto en salud pública. Foto: Noticias Telemundo.

La encuesta personal de la activista Anne López apunta a que sufren muchos más. “Están en dolor las 24 horas del día, nunca he conocido a uno que no se ha quejado de dolor de espalda". 

Añade que ahora más que nunca, bajo la persecución anti-inmigrante que le atribuye a la administración Trump, la mayoría calla porque no tiene papeles y teme dejar su nombre en cualquier tipo de registro, incluyendo el de un médico. 

Otros dicen expertos y reconocen trabajadores, deciden ignorar el dolor porque para que el seguro de salud sus empleadores (workers compensation) les cubra la enfermedad tienen que haber faltado a la labor al menos tres días en que no reciben paga, que significan para muchos, días de hambre, o no cumplir con la renta.

Es el caso de Benedicta de Jesús, que no quiso dejar ver su rostro. Todo el tiempo doblada, con la espalda al sol y de cara al suelo mientras se desplazaba a toda velocidad entre los surcos de fresa. Ella calcula que tiene 40 años, no recuerda la última vez que fue a un médico, pero sabe que trabaja por sus hijos. Pensando en ellos no le importa ir regando con su esfuerzo los campos. 

"Con lágrimas, despacio pero ahí va, tienes que ir trabajando. Hasta cuando se llega a la casa sigue doliendo, cuando se duerme se olvida un poquito”.

El dolor la despierta a veces, otras la mantiene en vela la noche entera. ¿Cuántos años cree que va a seguir piscando fresa? “Ya depende como se deja la espalda, si se deja aunque despacio ahí voy a andar, pero si no se deja pues ya no” contesta aun si levantar la mirada y ya algo molesta con la entrevista. Le pagan 1,45 dólares por una caja de cartón con cuatro de las transparentes que se encuentran en el mercado, y cada pregunta le puede estar saliendo cara. Antes de despedirse dice que todos sus compañeros sufren como ella, que los quejidos de dolor son parte del sonido del campo. 

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Benedicta de Jesús trabajando en el campo. Foto: Noticias Telemundo

La lechuga, el espárrago y la fresa están entre las cosechas más duras de los campesinos: de las 10 horas de labor, se pasan más de ocho doblados. Más tiempo del que duermen por la noche. 

“Es muy poco probable que una persona pueda trabajar 20 o 30 años en el campo y se retire con salud, la gran mayoría de estos trabajadores van a retirarse con problemas de espalda y de otros músculos”, afirma McCurdy.

Según su experiencia mientras la mayoría de la población se retira entre los 65 y 70 años, el campesino tiene como promedio, dos décadas menos de vida productiva. 

"Nos retiramos cuando ya no servimos ni para movernos, ni para hacer nuestras propias cosas, lo vi en mi papa, lo vi en mi mama, lo vi en una de mis tías, y ahora lo estoy viendo en mi misma”, dice Araceli Hernández. En uno de esos momentos de fortaleza que le ganan por minutos al dolor, reconoce que si la virgen le hace el milagro que día a día le pide con llanto, vuelve en cuanto puede al campo para que su hijo no tenga que sufrir.

"Yo soy capaz de partir mi espalda o quebrar mi espalda, con tal de que él llegue a ser una persona importante y a él no lo quiero trabajando en el field".