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Fidel Castro y Miami, la ciudad que más lo odió

Miami, la ciudad que encarnó el mayor antagonismo contra Fidel Castro y su régimen por más de cinco décadas

Miami, la ciudad que encarnó el mayor antagonismo contra Fidel Castro y su régimen por más de cinco décadas,  conserva las huellas de su paso y su leyenda cuando aún era un joven abogado, inconforme y decidido a impulsar una revolución para devolver la democracia en Cuba.

Tres son las estancias registradas de Castro en Miami a lo largo de su vida, todas antes de la llegada al poder en 1959.

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La primera visita fue en viaje de placer, cuando llegó en luna de miel con su primera esposa, Mirta Díaz-Balart, en octubre de 1948. La pareja se alojó en un hotel de Miami Beach donde pasó 10 días antes de viajar a Nueva York, a fines de mes.

No se sabe exactamente el sitio donde permanecieron los recién  casados, pero todo indica que ocuparon una suite en “uno de los hoteles  más elegantes de Miami Beach”, según el testimonio de Rafael Díaz-Balart, cuñado de Castro, en su libro de memorias  Cuba: Intrahistoria. Una lucha sin tregua (2006).

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Por entonces los hoteles más lujosos de Miami Beach que atraían a los turistas cubanos con riquezas y posición social, como la familia Díaz-Balart, eran el Sans Souci, el Shelborne y el Casablanca. El matrimonio se efectuó en Banes, pueblo natal de los padres de la novia y la familia Díaz-Balart, el 10 de octubre de 1948, una fecha patriótica escogida para las nupcias por el propio Castro.

El matrimonio permaneció por varias semanas en Nueva York. También visitó las Cataratas del Niágara antes de retornar a Miami a bordo de un auto Lincoln Continental que Castro adquirió con el dinero de la boda, obsequiado por la familia Díaz-Balart.


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El periodista e historiador Norberto Fuentes apunta en La Autobiografía de Fidel Castro (2006), que Castro y su esposa siguieron su recorrido en automóvil hasta Cayo Hueso, donde tomaron el ferry de retorno a La Habana.

Al año siguiente, se produjo su segundo viaje a Miami, pero en circunstancias completamente diferentes, a fines de 1949.

Por entonces Castro estaba involucrado en una guerra entre grupos universitarios que protagonizaban violentos enfrentamientos armados en La Habana. Castro pertenecía a la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), que lideraba Emilio Tro, y que entró en una sangrienta disputa gansteril con el Movimiento Socialista Revolucionario (MSR), de Rolando Masferrer y Manolo Castro, sin vínculo familiar con él.

En medio de una polémica pública con sus rivales, recibió amenazas de muerte y temió por su seguridad. Se mantuvo oculto por unos días hasta que obtuvo un pasaje para volar a Miami y seguir rumbo a Nueva York, escapando del volátil panorama  habanero.



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La tercera visita a Miami ocurrió en noviembre de 1955 en plena campaña de recaudación y movilización política para la causa revolucionaria. Castro acababa de cumplir prisión en el Presidio Modelo de Isla de Pinos tras asaltar el Cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, y se benefició de una amnistía decretada por el gobierno de Fulgencio Batista, el 15 de mayo de 1955.

Para esa fecha, ya era una figura conocida y con seguidores entre la comunidad exiliada de Miami. Le dio una entrevista al diario local The Miami Herald sobre sus planes para derrocar a Batista y convocó a sus partidarios a una reunión en un teatro de la calle Flagler, efectuada finalmente el 20 de noviembre de 1955.

“De esa reunión se conservan unas fotos y un exaltado discurso de Castro, que quedó en la memoria de los que estuvimos allí”, recuerda el veterano periodista Luis Conte Agüero, ex cercano colaborador de Castro.

Algunas de esas fotografías, tomadas por Wilfredo Gort para Diario Las Américas, forman parte de la colección del Museo Histórico del Sur de la Florida.

Conte Agüero, en el exilio desde 1960, estuvo ese día entre las personalidades que ocuparon  asientos en la presidencia del acto político. Castro le había pedido personalmente que lo acompañara a Miami, junto a Guido García Inclán, otra prominente figura de la radio cubana, para aprovechar la influencia mediática de ambos en la movilización de partidarios de su movimiento en la ciudad.

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“El teatro tenía capacidad de unas 700 lunetas y se llenó, rememora Conte Agüero, autor de un libro de cartas cruzadas con Castro desde el presidio.  El teatro estaba en el centro de la ciudad, cerca del río Miami, pero ya no existe, aunque algunos exiliados creen erróneamente que el acto se efectuó en el Miami Dade County Auditorium”.

La recaudación fue notable. Castro vino acompañado de su hijo Fidelito, entonces de seis años. Conte Agüero rememora que el niño se puso a jugar con el dinero recaudado y el padre lo neutralizó con una frase grandilocuente: “Fidelito, con el dinero de la patria no se juega”.

Otra de las leyendas de su presencia en Miami ronda en torno a una casa de dos pisos, construida con piedras coralinas, y que aún está en pie en  una esquina del noroeste de la ciudad, en el barrio de La Pequeña Habana.  La vivienda fue utilizada para las reuniones de Castro con simpatizantes y miembros del Movimiento 26 de Julio en Miami, pero nunca pernoctó allí, alegando “motivos de seguridad”, según Conte Agüero.

Durante su estancia en la Florida, Castro también trató de emular los pasos del prócer José Martí durante la preparación de la guerra de independencia, en el siglo XIX. Se fue a encontrar con compatriotas exiliados en Tampa y Cayo Hueso, donde pretendió hablar, sin conseguirlo, desde los balcones del Instituto San Carlos, donde Martí había arengado a los tabaqueros cubanos.

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A mediados de diciembre abandonó Miami rumbo a México para organizar la expedición que lo llevaría a Cuba en el yate Granma. Regresó a Estados Unidos en varias ocasiones ya como hombre en el poder, pero nunca más volvería a Miami, la ciudad adonde escaparon sus más encarnados enemigos,  las víctimas de su régimen y los desencantados con su gobierno desde 1959 hasta los días de hoy.

Una oleada masiva de exiliados salió a festejar anticipadamente su funeral en las calles de Miami el 31 de julio de 2006, cuando se anunció la intervención quirúrgica que terminó alejándolo definitivamente de sus responsabilidades de gobernante.