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El día que Fidel Castro fue un espalda mojada

En sus empeños organizativos para derrocar a Batista, Fidel Castro cruzó nadando el río Bravo en septiembre de 1956

Miami, FL.- En sus empeños organizativos de la expedición armada para derrocar al régimen de Fulgencio Batista, Fidel Castro llegó incluso a cruzar nadando el río Bravo y convertirse en un espalda mojada en septiembre de 1956.

El hecho es prácticamente desconocido y ocurrió luego de que las autoridades mexicanas detuvieran a Castro junto a una veintena de sus seguidores y le confiscaran armas adquiridas para los planes de insurrección en Cuba, el 20 de junio de 1956.


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Tras los interrogatorios policiales, casi todo el grupo quedó el libertad provisional, pero Castro y Ernesto “Che” Guevara permanecieron retenidos por más de un mes y fueron los últimos en salir en salir de la estación migratoria de la calle Miguel Schultz, gracias a gestiones de Lázaro Cárdenas con el presidente Adolfo Ruiz Cortines.

Pero su pasaporte quedó retenido por la Secretaría de Gobernación y se vio impedido de abandonar el territorio mexicano en un momento crucial de los preparativos del viaje. Sin embargo, Castro necesitaba intensificar las labores de recaudación para acelerar la compra de armamento, adquirir el barco y organizar la salida hacia la isla.


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Fue una carrera contrarreloj. Antes de salir de Cuba gracias a la amnistía decretada por Batista, Castro había lanzado  la promesa de que los hombres del Movimiento 26 de Julio regresarían antes de que terminara 1956. “Seremos libres o seremos mártires”, era su consigna.

El tiempo se acortaba y faltaba lo más importante para emprender una guerra: dinero. Tenían apenas cinco  mil dólares y requerían unos 50 mil a corto plazo, algo difícil de obtener solamente con donaciones de miembros del Movimiento 26 de Julio y simpatizantes desde Cuba de los emigrados.


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 “Teníamos que completar el número de hombres, conseguir el barco, preparar el punto de partida y hacerlo todo bajo vigilancia de la policía”, recordó Castro décadas después en su libro de memorias Guerrillero del tiempo (2012), de la periodista Katiuska Blanco.

Fue entonces cuando surgió la propuesta del ex presidente Carlos Prío Socarrás, derrocado por el golpe militar de Batista en 1952, para reunirse con Castro y facilitarle el dinero necesario en calidad de préstamo. 

Para el revolucionario que había fustigado la corrupción del gobierno de Prío se presentaba el dilema de aceptar el dinero que provenía de alguien a quien acusaba de malversador.  Castro optó por sacudirse de los pruritos éticos y apelar a la estrategia de la oportunidad: “Para mí era amargo, humillante, pero tenía que hacer un sacrificio personal y tragarme el orgullo, las consignas y todas las cosas, porque había que salvar la revolución, hacer la revolución. Así es que no lo dudé ni un segundo. Puesto en la disyuntiva, me decidí por la Revolución”.


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Pero la condición de Prío fue que la reunión se efectuara en Estados Unidos, pues a él tampoco le era posible viajar fuera del territorio norteamericano  por estar involucrado en un caso de contrabando de armas. Castro tomó la decisión: entraría a Estados Unidos como indocumentado.

La entrevista fue coordinada por Carlos Maristany y Juan Manuel Márquez, dos miembros del Movimiento 26 de Julio y cercanos colaboradores de Castro, quien inició el 29 de agosto de 1956 el trayecto en automóvil desde la colonia Condesa, en el Distrito Federal de México, rumbo a la frontera estadounidense. El encuentro se realizaría en un hotel de la ciudad de McAllen, Texas, adonde llegaría Prío desde Miami, acompañado por Márquez.

En el auto de Castro viajaron Jesús Montané, Faustino Pérez, Rafael del Pino, Melba Hernández e Inés Amor.  Los tres hombres se trasladaron a la ciudad de Reynosa, en el estado de Tamaulipas, el 31 de agosto.

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En la mañana del 1ro de septiembre, Castro realizó el cruce del río Bravo desde un lugar acordado por sus colaboradores. Amigos del ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez, explorador petrolero, lo acompañaron en un jeep hasta un punto desde donde se trasladó a caballo a un recodo en la margen del río. Allí se lanzó al agua y nadó hasta la orilla opuesta, donde lo esperaban Pérez y Del Pino con ropa seca, según el relato del historiador cubano Heberto Norman Acosta.

Vestido con apariencia de ingeniero petrolero, portando un sombrero tejano, Castro entró al hotel Royal Palm de McAllen, donde lo esperaba Prío, que se comprometió a entregarle en préstamo $50,000 pesos para la expedición, aunque el dinero no se lo entregaría hasta varios días después.

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Esa misma noche, Castro regresó a territorio mexicano cruzando el puente de Reynosa, sin tener que pasar por controles fronterizos.

Llevaba consigo la irrepetible experiencia de quien no tuvo reparos en convertirse en espalda mojada para abrirse paso en la historia.