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Aeronaves rocían a Miami con insecticidas y pesticidas prohibidos en Europa

El naled, usado contra el zika, es uno de ellos, pero la lista es mucho más larga.

En medio de la preocupación por la aparición de un foco del virus del zika en el barrio miamense de Wyonwood -antes una zona deprimida y ahora un espacio emergente de restaurantes, galerías de arte y boutiques--, a unos cuantos les surgió una gran interrogante: ¿cuáles serían los efectos nocivos del químico empleado en las fumigaciones masivas que se están produciendo en esa esquina cada vez más visitada de la Ciudad del Sol?

Hasta el momento, cada vez que ha sido necesario, se había continuado un estilo histórico de fumigación a pie de calle, con el objetivo de eliminar las poblaciones de mosquitos adultos, así como las colonias de larvas en evolución en aguas empozadas pero el anuncio a inicios de agosto del comienzo de unas fumigaciones aéreas dio pie a no pocos cuestionamientos.

En el centro de la polémica se encuentra un químico conocido como Naled, que es esparcido en un área precisa de diez millas cuadradas sobre Wynwood y Edgewater, mediante una aeronave que sobrevuela la zona rociando el insecticida a través de unas boquillas adaptadas a sus alas.

Utilizado en Estados Unidos desde 1959, el Naled se empleó en 2004 sobre un área de ocho millones de acres a lo largo del estado de Florida, como prevención de mosquitos durante la temporada ciclónica, y al año siguiente, tras el paso del huracán Katrina, sobre cinco millones de acres en los estados de Luisiana, Misisipi y Texas.

Pero que el Naled tenga un largo historial de uso no lo exime de supuestas responsabilidades ni lo excluye de las preocupaciones de especialistas y residentes.

Porque a pesar del extendido uso del Naled en áreas densamente pobladas del sur de Estados Unidos, no pocos lo vinculan con trastornos que van desde simples episodios de alergia, hasta malformaciones en fetos, una teoría defendida por un estudio llevado a cabo en 2010 por la Universidad de Emory, de Atlanta.

A mediados de julio, luego de numerosas protestas cívicas, el gobernador de Puerto Rico, Alejandro García Padilla, se opuso a la fumigación aérea con este pesticida y comunicó que devolvería el cargamento que se le había asignado a la isla para reemplazarlo por un larvicida orgánico llamado Bti. 

Detrás de esa decisión se encuentra un grupo de científicos puertorriqueños agrupados en el Frente Unido en Contra de las Fumigaciones Aéreas, desde donde se asegura que el Naled, como todos los fosforados, podría afectar los  sistemas epidérmico, respiratorio y nervioso, y hasta se le vincula con ciertos tipos de cáncer.

Para colmo, este químico –como les recordaron los propietarios de negocios de Wynwood a los técnicos del condado—está terminantemente prohibido en la Unión Europea, lo que hace más convincente la teoría de su posible carácter nocivo para los humanos.

Otros químicos prohibidos fuera de Estados Unidos

Detrás de toda esta polémica puntual se encuentra un tema mucho más grande: el de las sustancias químicas que son empleadas de manera asidua en nuestro país, mientras que su uso está prohibido en otras naciones.

Una nota publicada por The New York Times recordaba que no son pocos los químicos que, por ejemplo, la Unión Europea prohíbe.

Entre estos estaría la atrazina, de la cual se emplean en Estados Unidos unos 78 millones de libras como herbicida en plantaciones de maíz, a pesar de la advertencia europea sobre su vínculo con la contaminación de aguas subterráneas.

Similar efecto nocivo tendría la simazina, de la cual se comercializan siete millones de libras en el país para atacar las malas yerbas en cultivos de verduras de raíces profundas como las alcachofas y los espárragos.

También se encuentra la difenilamina (DPA), un inhibidor de crecimiento utilizado en manzanas almacenadas para evitar el surgimiento de manchas de color marrón, que podría ser cancerígeno y sobre el cual las autoridades norteamericanas ni siquiera indican ninguna advertencia.

Por último, ambos considerados como “probable carcinógeno para humanos”, se encuentran el acetoclor (33 millones de libras al año), utilizado como alternativa a la atrazina en cultivos de maíz, y el acefato (4 millones de libras), empleado en plantaciones de flores y cultivos ornamentales para matar a los áfidos y a otros insectos.

En una lista cada vez más preocupante se hallan los neonicotinoides (imidacloprid, clotianidina y tiametoxam), sospechosos de la desaparición misteriosa de una masa de colonias enteras de abejas; el paraquat, un pesticida altamente tóxico, relacionado con la enfermedad de Parkinson, prohibido en la Unión Europea (2007) y hasta en China (2012); y el glifosato, el plaguicida más utilizado en Estados Unidos.

Lo cierto es que por debajo de nuestras cocinas y de nuestras mesas, detrás de cada producto que ingerimos, hay una maquinaria de producción y una señal de alarma que se dispara cuando se trata de velar por la salud humana. Y mientras en otros países se regula y se prohíbe a los químicos que se consideran nocivos para nuestra salud, de este lado del Atlántico los productores de quejan de la ausencia de alternativas y el resto de la población no deja de hacerse muchas preguntas.