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Cubanos que abandonaron la isla recientemente sufren por los que quedan atrás

"He vivido toda mi vida en Cuba y nunca soñé con tener un carro. En tres meses, mi vida ha cambiado por completo"

Julio Oñate creció escuchando al rapero Eminem, grabó sus propias canciones y soñaba con llegar a la cima. Pero el éxito no llegó y su paciencia se agotó. "Me voy de Cuba", le dijo a su madre. "Me voy a los Estados Unidos".

Mirta Mesa quedó devastada, pero le dijo a su hijo que lo apoyaba. "Le dije: 'Bueno, mi hijo, si es mejor para ti, si es para cumplir tus sueños ... Estoy de acuerdo".

Oñate, de 28 años, se fue en septiembre, siendo uno de los que forma parte de la mayor oleada de inmigrantes cubanos desde los años 1990. Ahora, al igual que un sinnúmero de cubanos, él y sus familiares en la isla estarán separados este principio de año.

"Si pienso mucho en mi madre, me deprimo", afirmó. "Así que trabajo y trato de no pensar en eso." Una vez que llegó a los EE.UU., se instaló con su novia en Miami, empezó a trabajar en la construcción y se compró una camioneta verde. "Es un carro viejo, pero muy bueno", señaló Oñate.

"Creo que voy a terminar de pagarlo a finales de enero. He vivido toda mi vida en Cuba y nunca soñé con tener un carro. En tres meses, mi vida ha cambiado por completo. Es increíble cómo puede cambiar tu vida en un momento".

En total, 43,159 inmigrantes cubanos entraron a los EE.UU. en el año fiscal 2015, que terminó el 30 de septiembre. Eso significó un aumento del 78 por ciento en relación a los 24,278 migrantes del año anterior, según el Centro de Investigación Pew.

Algunos funcionarios cubanos han dicho que la migración se disparó debido a que muchos cubanos temen que sea derogada la Ley de Ajuste Cubano de 1966. Según esta ley, los migrantes cubanos sólo tienen que tocan suelo estadounidense para ser elegibles para la residencia.

Los cubanos son los únicos que gozan de tal privilegio. El resto de los migrantes debe primero obtener la visa estadounidense, un proceso que puede durar desde unos pocos meses a un máximo de 23 años, según el Departamento de Estado.

Dichos funcionarios consideran que la ley, una reliquia de la Guerra Fría, debe desaparecer porque es un estímulo para que los inmigrantes arriesguen sus vidas para llegar a Estados Unidos.

Joandri Crespo, habanero de 39 años, conoce los riesgos. Él y tres amigos llegaron en noviembre después de un peligroso viaje desde Ecuador. El recorrido a través de Colombia fue especialmente aterrador, reconoció. "Me preocupaba que nos mataran y vendieran nuestros órganos. Ese era mi miedo. Creo que uno de mis riñones valía $ 10.000".

"Aun así, si tuviera que pagarle a los contrabandistas cientos de dólares, los hubiera pagado. Eso no fue un campismo. Nada de eso". Los contrabandistas ven a los migrantes como mercancía y nada más, añadió Crespo.

"Era un negocio. Todos tenían pistolas. Nunca olvidaré a esas personas. Olían a alcohol y tenían los dientes partidos. Eran bandidos". Dijo que la policía no era mucho mejor ya que durante el viaje los extorsionaron por dinero. Crespo dijo que cuando los migrantes protestaban, la policía les decía: "No se quejen o los deportamos".

Aunque escondió su dinero en su mochila, los zapatos, pantalones, incluso en su ropa interior, la policía siempre lo encontraba. Algunas mujeres ponían el dinero en trozos de algodón escondidos en la ropa interior. Para evadir la inspección, se pinchaban los dedos y manchaban el algodón de sangre. Eso les funcionaba, dijo Crespo.

Desde el momento que atravesó Colombia, dijo haber perdido la tranquilidad de La Habana. "En Colombia, vi mucha violencia. En Ecuador, también. Oía los disparos, ¡Pow! ¡Pow! de las pandillas callejeras.

Tengo que reconocer que Cuba tiene eso bajo control". Crespo explicó que viajó en canoa desde la costa de Colombia a Panamá. Cada canoa, que llevaba hacinados cerca de 20 inmigrantes, estaba impulsada por un motor fuera de borda.

Por lo menos 16 o 17 de esas embarcaciones salían para Panamá todos los días. Dos días antes de que hiciera su viaje, contó que un niño se resbaló de las manos de su madre y cayó al mar. El conductor de la canoa regresó a buscar al niño, pero no lo encontró. La madre llegó a Panamá, pero se sentía culpable. "En la primera oportunidad que tuvo, se ahorcó", dijo Crespo.

Crespo se quedó sin dinero en Panamá. Él y sus amigos tuvieron que escarbar en la basura para poder comer y vendieron las pocas pertenencias que tenían. "Pasamos por una tremenda odisea. No se lo deseo ni a mi peor enemigo". Francis, la madre de Crespo, le envió dinero para que pudiera continuar su viaje hacia el norte. Finalmente, el 14 de noviembre llegó a Brownsville, Texas.

Al día siguiente, Crespo tomó un vuelo a Nebraska, donde su madre trabaja en una planta empacadora de carne. "Estaba tan feliz de que mi hijo llegara," exclamó. Crespo perdió 20 libras, pero finalmente está a salvo. Dijo que tuvo la suerte de atravesar Centroamérica antes de que Nicaragua, Belice, y Guatemala dejaran de otorgar un paso seguro a los migrantes cubanos.

Miles de inmigrantes cubanos quedaron varados en Costa Rica. El Ministerio de Relaciones Exteriores de ese país anunció el lunes que los inmigrantes iban a ser transportados a El Salvador en avión, y luego llevados a México en autobús, lo que garantiza la llegada a EE.UU. Jesús Arboleya, un ex diplomático cubano, dijo que no debe sorprender que los jóvenes abandonen Cuba.

La nación produce más capital humano que lo que el mercado laboral puede absorber, convirtiendo al país en una "fábrica" de potenciales migrantes, apuntó. Es probable que la única cosa que va a disuadir a los migrantes en el futuro, sea un mayor desarrollo económico, agregó Arboleya, quien es también autor de un libro sobre la emigración cubana.

Muchos cubanos que llegan publican fotos en Facebook mostrando escenas de su nueva vida americana: visitando Walmart, manejando un carro, probándose un par de botas de trabajo, cocinando pollo en el asador del patio trasero.

Ellos sonríen a la cámara, pero reconocen que el estado de ánimo es agridulce porque recuerdan a los familiares que dejaron atrás.

Como muchos inmigrantes, Crespo salió de Cuba por razones económicas. Dijo que una vez que tenga el permiso de trabajo de Estados Unidos, se unirá a su madre en la planta de carne en Schuyler, Nebraska. "Tengo la intención de trabajar duro", comentó.

"Es difícil, pero así es como empiezan los inmigrantes. Tengo en la mente el futuro de mis hijos".  Emily, su hija de 9 años, y su hijo de 7 años, Elvis, están en La Habana con su madre, Yarisley Rivero, de 31 años.

Rivero contó que su esposo quería solicitar la visa para Estados Unidos, pero ni siquiera podía tener una entrevista con los funcionarios de inmigración hasta el año 2027. Así que decidió hacer el peligroso viaje desde Ecuador hasta la frontera de México y Estados Unidos. "¿Qué iba a hacer?" Se pregunta Rivero. "Me dolió al principio... pensar que iba a estar sola con los niños, pero yo no podía impedirle que se fuera. Lo extraño mucho. Él me ayudaba con los niños, con la escuela, la casa, y ahora estoy sola".

Ella espera que su marido pueda sacarla de Cuba con los niños en un año o dos. Muchos jóvenes de su barrio, llamado el Cerro, también quieren irse. "Todo el mundo viene a mi puerta Se sientan a hablar de lo mismo: Las cosas están mal, quiero salir del país, cada día es lo mismo", explicó Rivero.

"Yo no puedo dar un número exacto, pero muchos se han ido. La mayoría de ellos son jóvenes". Las salidas afectan mucho a las familias. Rivero dijo que su hija llora cada vez que su padre la llama. Su hijo le pregunta: "¿Cuando regresa mi papá a la casa?" "Cuando mi hijo se enoja conmigo, me dice: Yo debería haberme ido con mi padre".

Rivero espera que su marido no se olvide de ella y de sus hijos ahora que está en Nebraska. "Sólo puedo esperar a ver qué pasa", comentó. "Puede ser que Joandri no se olvide de mi... y me saque. Pero tal vez no. Muchas personas hacen promesas, pero al final se olvidan de sus familias. Se olvidan de todo el mundo".

Mirta Mesa, que vive en el barrio del Vedado en La Habana, dijo estar segura de que su hijo Julio, el músico, regresará. Ella no sabe cuándo, pero tiene fe en que volverá. Entró a su cocina y mostro un cartel de su hijo. "Este es mi pequeño Julio", dijo con orgullo. "Él nunca se ha apartado de mi lado. Él siempre ha estado muy cerca de mí". Por eso fue tan difícil verlo partir, reflexionó. Pero ella no quiere que él se preocupe. "Dile que estoy bien", agregó. "Todo está bien".