La falta de madurez emocional en los niños hace más complicada la tarea de detectar la depresión y tratarla a tiempo, ya que en muchas ocasiones no saben cómo explicar lo que les ocurre y pueden pensar que sus malestares psíquicos son normales.
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De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, el 3 por ciento de los infantes en todo el mundo padece depresión, pero está cifra podría aumentar considerablemente, ya que solo se toman en cuenta los casos diagnosticados.
Entre los síntomas que los especialistas toman en consideración para determinar que un niño o niña sufren este padecimiento se encuentran:
-El episodio depresivo debe durar por lo menos 2 semanas.
-Pérdida de interés hacia su entorno, juegos y actividades escolares.
-Falta de energía.
-Baja autoestima y desconfianza.
-Pensamientos o acciones autodestructivas.
-Falta de concentración.
-Alteraciones del sueño.
-Variación en su alimentación.
-Molestias físicas como dolor de cabeza o estómago.
Si tu hijo presenta una o más de estos signos lo recomendable es que no lo tomes a la ligera y lo lleves de inmediato con un experto.
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El doctor Octavio Ibarra, director del hospital de salud mental Villa Ocaranza, explicó en entrevista con el diario AM que el aumento en casos de pequeños con este trastorno es alarmante.
El psiquiatra indicó que la mitad de los pacientes que atiende diariamente son niños, situación que en años anteriores no ocurría. Ibarra señaló que entre los factores que han detonado la depresión en menores se encuentran la desintegración familiar y el uso excesivo de la tecnología.
No existe un tratamiento único para la depresión, ya que este padecimiento puede tener muchas causas como factores hereditarios, hormonales o neuronales; una mala convivencia familiar, la pérdida de un ser querido o problemas de autoestima.
El estrés, la tensión o la sobreexigencia en los pequeños puede provocar depresión y, aunque parezca increíble, hasta el cambio de estación sería un detonante este trastorno psicológico.
Lo recomendable es tratar cada caso por separado con un especialista que, según su criterio, podría utilizar terapias conductuales y cognitivas. También se acostumbra el uso de medicamentos antidepresivos y ansiolíticos.
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