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Esta mujer teme a los nazis. Por eso esconde en su casa a inmigrantes perseguidos por ICE

Este hombre dejó a sus hijas en la escuela. Horas después fue deportado. Su familia lleva huyendo desde entonces. Una mujer les esconde ahora en su casa. “Lo que nos hicieron no le puede pasar a otra gente”, dice. Es judía y se refiere al Holocausto.

Una mujer judía. Un sacerdote baptista. Una madre y sus dos hijos, inmigrantes, católicos, y perseguidos por el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, en inglés). Ésta es su historia.

La mujer lleva un colgante con la estrella de David y pendientes con una inscripción en hebreo. “No soy nada sino cenizas”, dice uno. “El mundo entero fue hecho para mí”, dice el otro.

Tiene un pequeño apartamento en una ciudad de California que se mantiene tan en secreto como la identidad de todos los personajes implicados en este reportaje de la cadena CNN.

Porque no es un apartamento: es un refugio.

“Crecí en un tiempo en el que el Holocausto no estaba tan lejano”, explica, “siempre estaba esa conciencia, como judía, de que es posible ser expulsados de un país que la gente considera su hogar”. “Y muchas de esas personas no sobrevivieron”, añade.

En su comunidad, relata, existe una certeza: “No podemos dejar que esto ocurra. Es nuestra responsabilidad, Lo que nos hicieron a nosotros no le puede pasar a otra gente”. Así que, cuando en su iglesia se le acercó alguien para ofrecerle “una labor para la comunidad”, dio un paso adelante, alquiló ese apartamento anónimo en un barrio anónimo, y lo convirtió en refugio para esta familia.

“No podemos hablar con nadie, no podemos decírselo a nadie”, dice una de las hijas, de 17 años. “¿Miedo? No te puedes librar de él. El status [migratorio] de mi madre no es legal”, añade. Su hermana tiene un año mas. Ambas son estadounidenses, de clase media. Vivían en una casa alquilada, su padre se había comprado un coche, soñaban con ir a la universidad…

“Fue hace un año más o menos. Era un día normal. Mi padre nos dejó en la escuela como siempre”, explica. Ellas le desearon suerte porque tenía su cita rutinaria con ICE. Tras años como inmigrante indocumentado, este hombre, mexicano, quería regularizar su situación. Le dijeron adiós y le desearon suerte: desde aquel día, no han vuelto a verlo. Fue detenido y deportado. Ese mismo día.

“Volvimos a casa, empacamos todas nuestras cosas, y nunca volvimos”, explica la hermana mayor, llorando. Allí se quedó el coche nuevo. Cogieron algo de ropa, y en menos de una hora se fueron. Nunca han vuelto.

“ICE destruyó mi hogar”, dice su madre.

Durante cinco meses erraron de sofá en sofá, como personas sin hogar. Cambiaron de ciudad, de escuelas. Aprendieron a esconderse y a fingir que no pasaba nada para que nadie sospechara. Finalmente buscaron ayuda en una iglesia, y de allí pasaron a la organización PICO National Network, que ayuda a congregaciones religiosas a cristalizar su deseo de ayudar.

“No, no es un comportamiento cristiano”, dice su director, el reverendo Zachary Hoover, y añade: “Se nos pide que amemos a nuestros vecinos como a nosotros mismos. ¿Apartar a los niños de sus padres bajo la excusa de la seguridad de la comunidad cuando ésos son nuestros vecinos y nuestros feligreses? No”.

Y repite: “No”.

Hoover organizó una red de respuesta rápida con iglesias, sinagogas y mezquitas para ofrecer ayuda legal e incluso santuario a inmigrantes que lo necesitaran. Se han sumado más de 2.000, la mayoría en California. Hay docenas de indocumentados refugiados en apartamentos como el de esta mujer judía.

Allí, las dos mujeres se cogen de la mano. “No nos vamos”, dice la anfitriona, “vamos a hacer frente juntas. Estamos más unidas que nunca”.