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Esta mujer se arrancó los dos ojos: “Ahora soy más feliz que antes”

“Sólo hace un mes, podía ver. Tenía mis dos ojos, pero no era capaz de darme cuenta de lo peligrosa que era mi vida. Luego, el 6 de febrero, mi mundo se quedó a oscuras”, explica esta joven de 20 años.
Una joven lee un libro en lenguaje de braille, en una imagen de archivo.
Una joven lee un libro en lenguaje de braille, en una imagen de archivo.  AP / AP

“Sólo hace un mes, podía ver. O quizá debería decir, tenía mis dos ojos, pero no era capaz de darme cuenta de lo peligrosa que mi vida se había convertido”, cuenta Kaylee Muthart en la revista Cosmopolitan. “Luego, el 6 de febrero, mi mundo se quedó a oscuras”, añade.

Muthart, que ahora tiene 20 años, obtenía de niña las mejores notas en su escuela de Anderson (Carolina del Sur), pero empezó a trabajar para comprarse un coche, lo que unido a sus problemas de salud, la hicieron empezar a faltar a clase. Para no estropear su registro académico, decidió tomarse una temporada de vacaciones, según cuenta, y así volver meses después con más posibilidades de lograr una beca universitaria y convertirse en bióloga marina, como deseaba.

Con 18 años, tenía un trabajo por horas, y aunque bebía y fumaba marihuana cuando salía con sus amigas, pero se mantenía alejada de las drogas. El verano en el que cumplió 19 años, fumó algo que creía que era marihuana pero sospecha que tenía otra droga, tal vez cocaína o metanfetamina. Se sintió traicionada por la persona que se lo ofreció, así que dejó su trabajo para distanciarse de ella. Empezó a sentirse deprimida, cortó su relación con su novio y perdió a algunos amigos cercanos, se sentía sola, dice. Y decidió empezar a fumar metanfetaminas.   

De ahí pasó al éxtasis. Perdió otro trabajo que había conseguido. Empezó a rodearse de adictos a las drogas. Su madre intentó llevarla a una clínica de rehabilitación pero ella se negó y empezó a evitarla. En la mañana del 6 de febrero, todavía drogada, dice que pensó que alguien tenía que sacrificar algo importante para arreglar el mundo, y que ésa era ella. Pensó que todo el mundo moriría de repente si ella no se sacaba los ojos de inmediato. “No sé cómo llegué a esa conclusión, pero pensé que, sin duda alguna, era lo correcto, era racional hacerlo de inmediato”, cuenta. 

Así que se puso a cuatro patas, sobre sus manos y rodillas, como  rezando. Luego sacó los ojos con los dedos. “Es lo más difícil que he tenido que hacer nunca”, dice, aunque las drogas aplacaron el dolor. “¡Quiero ver la luz!”, dice que gritaba, aunque no lo recuerda. La encontraron con los ojos en las manos, aunque aún colgando de su cara. Mientras, su madre estaba en el juzgado intentando que la ingresaran a la fuerza en una clínica. “Fue demasiado tarde”, cuenta.

La llevaron al hospital, y tardó dos días en despertarse. “Todo estaba oscuro, y sabía que estaba ciega, pero podía sentir a mi mamá a mi lado, y sabía que estaría bien”. Recibió tratamiento psiquiátrico, y aprendió a “aceptar su nueva realidad”. Aun quiere ir al universidad y ser bióloga marina. Va a comprarse un perro guía.

“Hay veces por supuesto en las que estoy profundamente disgustada por mi estado, especialmente de noche, cuando no puedo dormir. Pero, de verdad, ahora soy más feliz que antes de que todo ocurriera. Prefiero ser ciega que adicta a las drogas”, añade. Y concluye: “Tuve que perder la vista para ver el camino correcto, pero, desde el fondo de mi corazón, estoy contenta de estar aquí”.