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Una niña ciega deja atrás los fantasmas de Cuba y encuentra otros en Miami

Katherine Sánchez aún tiene miedo a los espíritus por lo que sufrió en Cuba. Su madre se fue con ella a Miami y aquí afronta problemas diferentes
Estudiantes en una calle de La Habana en 2012.
Estudiantes en una calle de La Habana en 2012.  AP / AP

En Cuba, la oscuridad que rodeaba a Katherine Sánchez era más que física: era emocional.

Ciega de nacimiento, esta joven de 15 años sufrió abusos por parte de sus compañeros de clase, e incluso por profesores, que la maltrataban sin descanso, según denuncia. Un compañero la pegaba. Había maestros que se reían de ella por su peso. Uno llegó incluso a disfrutar asustándola: se disfrazó de fantasma para sorprenderla, y luego fue a ella a quién regañaron. Aún tiene miedo de los espíritus.

Katherine terminó buscando la ayuda de un psicólogo. Su madre, Katia Triana, buscó una manera de escapar de Cuba.

Como ciudadana española, Triana había viajado anteriormente a Miami, donde tenía un hermano. Allí tomó nota de los servicios disponibles para niños ciegos. Hace un año y medio, se lo planteó a su marido Reynel Sánchez. Pero era peligroso.

Tendrían que mudarse a un sitio en el que apenas conocían a nadie, y atrás quedarían Sánchez y sus otros dos hijos. Aun así, Triana estaba convencida de que debía buscar una nueva vida para Katherine, lejos de su pequeña casa de madera en Morón.

“Nosotros ya habíamos vivido lo que íbamos a vivir.  Ella era la que tenía que resurgir. Ella es la que tiene posibilidades en la vida, y las tendrá en ese país”, le dijo Triana a su marido. “Había más ventajas que inconvenientes. Y por ella, él dijo que sí”, narra.

Así que, el 19 de julio de 2016, madre e hija se mudaron a Miami. 

 Aquí llevan una vida difícil, pero han solucionado muchos de los problemas a los que se enfrentaban en Cuba. Katherine dice que ama la escuela a la que va en Kendall, que tiene una profesora especializada en niños ciegos. Sus compañeros y profesores la tratan bien, explica, y ella, que “es muy lista”, según su madre, está sacando buenas notas.

Otros aspectos no van tan bien: “Soy una persona que no se rinde”, explica Triana, “pero si mi marido estuviera aquí, nos iría mejor”. Dice estar deseosa de trabajar, y ha tomado algunos empleos, pero tiene que estar a las tres de la tarde en casa, cuando su hija vuelve del colegio, porque no tiene a nadie más que la cuide.

Triana recibe una pensión mensual de 730 dólares, que administra cuidadosamente: 500 dólares para alquilar una habitación, 50 para el teléfono, 30 para la tarjeta de crédito y el resto para los gastos diarios. Apenas puede ahorrar para la aplicación con la que traer a su marido a Estados Unidos.

Recibe además 200 dólares en sellos de comida. En el último año, han dormido juntas en un colchón de aire, que se ha roto en tres ocasiones. Tienen una manta de flores, y los tres peluches de Katherine: un oso llamado Santiano, un unicornio rosa llamado Miguel, y una rana llamada Marcos Montalbán. Todo lo que poseen cabe en tres maletas.

Acaban de mudarse con otro hermano que acaba de llegar de Cuba. Y les han regalado un cama. Pero no tienen nada más. Y, sobre todo, no tiene trabajo. Le gustarían poder ocuparse de niños con necesidades especiales, pero está abierta a cualquier cosa que las mantenga a flote.

Katherine precisa de un ordenador con programas especiales para ella. Y sueña con ir a ver un partido de los Marlins. Y con ver a Santa Claus. Quién sabe, incluso podría ser que su ceguera pudiera curarse: sólo necesita dinero para ir a un especialista. Algún día, cuenta, a ella también le gustaría ser doctora.