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De informático a la calle, el mendigo de las redes sociales

La vida de Juan es como una partida de ajedrez.A veces ha sido un peón, otras un alfil. Su reina fue una prostituta y las drogas el paso en falso

A Juan Mascuñan, oriundo de Carabanchel, un barrio obrero de Madrid, siempre se le han dado bien las matemáticas. De joven, cuando iba al bar, la mayoría de los comensales eran albañiles y no era raro que le hicieran una pregunta. “‘¡Juan! ¿cómo se saca el área de un rectángulo?’ Y yo les decía que multiplicaran el largo por el ancho. Yo era el que sabía. Ahora voy al mismo bar, donde está la misma gente, y me echan… y sigo siendo el mismo, pero cuando estás en la calle dejas de ser”, cuenta el programador, arropado por un saco de dormir, junto a su silla de ruedas, fuera del Cine Capitol en la Gran Vía, la principal avenida madrileña.

La vida de Juan, de 57 años, puede verse como una partida de ajedrez, su gran pasión. Comenzó como un peón que rápidamente se convirtió en alfil. Estudió dos años de ingeniería en informática y desertó cuando encontró trabajo de reparador de televisores. Se compró un ordenador para entrenar ajedrez, el pasatiempo de los matemáticos. Como le ganaba a todos, según cuenta, decidió programar su propio juego. Aprendió de códigos, se ganó una beca para diplomarse de programador, fue profesor de esa rama y en pocos años estaba trabajando para Bull, una de las mayores empresas informáticas de Europa. “Luego vino la hecatombe”.

 

Mientras Juan avanzaba en el tablero con su carrera profesional, conoció a una chica, se casó con ella y tuvieron un hijo. Un movimiento inesperado los llevó a la separación. Juan, que entonces tenía mucho dinero, conoció a Lourdes, una prostituta de la calle Montera, en el centro de Madrid. Juan contrataba sus servicios y consumían cocaína. La situación económica empezó a empeorar y Juan se tuvo que ir a la casa de sus padres. En seis meses estaba en la calle. “Yo quería mi intimidad. Prefería estar en mi casa (formada con cajas de cartón) con mi chica, que ahí”. Lourdes se convirtió en su novia y vivían juntos en Gran Vía 41, fuera del cine. “Yo no ganaba nada, porque había pasado de estar en traje y corbata a mendigar, no sabía cómo se hacía. Así que mi chica tuvo que volver a prostituirse para que tuviéramos dinero, ella me mantenía a mi”, recuerda desde el mismo lugar donde estaba esa casa, que hoy ya no existe por una ley creada en 2011 que obliga a los policías a desarmar ese tipo de viviendas.

La poliomielitis, una enfermedad que causa debilidad y parálisis muscular, provocó que el que en su día se movía como un caballo, ya no pudiera andar. Con Lourdes pasaron años de compañía y adicción en la calle. Hasta que un día, hace cuatro años, ella murió. “Mi chica murió de frío, en la calle. La Comunidad de Madrid (el gobierno regional) fue la que la mató, porque no hizo nada”, sentencia. Los albergues, que son la opción que da el gobierno para los sin hogar, no son una opción para Juan: “Son como cárceles con puertas abiertas. Yo iba con mi chica y teníamos que dormir separados. Hay drogadicción y prostitución a niveles exagerados. En algunos me tienen prohibida la entrada por haber armado algunos escándalos”.

 

 

Cuando el frío arrebató a la que para Juan era la reina de su tablero, decidió dejar las drogas y rearmar su vida. Al día siguiente del trágico incidente, uno de sus donantes habituales le preguntó si quería ir a cenar o qué necesitaba. Él le pidió el saco de dormir que hoy le abriga. Desde un ordenador que le obsequió otro de sus habituales contribuyentes, creó varias páginas de Facebook, un perfil en Twitter y otro con su curriculum en Linkedin. También patentó un sitio web llamado www.zpitu.es, un portal de películas pero que si pinchas para que ver alguna te redirige a uno de apuestas. Trabaja desde una casa okupa en Carabanchel, donde tiene luz, un frasco donde hace sus necesidades e internet brindado por la vecina. “Yo podría hackear la contraseña, pero se lo agradezco”. Cuando ya no le queda comida, sale a la calle, a la Gran Vía, donde en promedio reúne 20 euros diarios. Los días buenos 100. Y una vez, hace unos años, “antes de la crisis que lo estropeó todo”, según comenta, recaudó 4.700 euros una noche en la que hacían -7 grados.

A veces, Juan duerme donde su hijo. La idea de volver a una casa o a un albergue la descarta con una metáfora: “Si tienes a un pájaro en una jaula, cómodo, con comida, va a estar feliz. Pero una vez que abres la jaula y se escapa, no va a volver”. “La gente cree que esto se trata de comer, pero no va de eso. Aquí todos comemos, o te regalan un bocadillo o vas al McDonalds y te dan una hamburguesa. Yo solo quiero que nadie entre a mi caja”, explica. Para Juan, el anhelo actual es que alguien contrate sus servicios de programador y hacerle un jaque mate a la vida.