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En primera persona: el sismo que momentáneamente rompió el luto de una familia

La familia Lazo se encontraba velando a una de sus miembros recientemente fallecida, cuando el sismo de 7.1 grados sacudió su casa
Entrada de casa
El sismo de este martes tomó por absoluta sorpresa esta familiaTelemundo/Luis García / Luis García

Ciudad de México.- El ambiente luctuoso que permeaba en la casa de mi familia materna se rompió cuando la construcción comenzó a vibrar violentamente por el sismo de magnitud 7,1 grados que sacudió la Ciudad de México poco después del mediodía de este martes 19 de septiembre.

Sin embargo, para mí este martes se inició desde mucho antes del amanecer por una circunstancia extraordinaria: a la medianoche del día anterior me anunciaron la terrible noticia de la muerte de una de mis tías.

Recién despierto y con poco tiempo para siquiera procesar la noticia, mi madre y yo nos dirigimos hacia la casa de su familia, ubicada en el rumbo de Las Aguila, un barrio al sur poniente de la capital.

Tras una larga madrugada de planear (o mejor dicho, improvisar) un velorio, hacer compras y notificar familiares, el cuerpo de mi tía por fin llegó  a la casa a media mañana. Con ella, también llegaron los dolientes.

Tíos, primos, abuelos, familiares y amigos en general, nos reunimos alrededor de mi tío y mis primos, fundiéndonos en abrazos solidarios para intentar darles un poco de consuelo.

Poco a poco, algo de calma fue asentándose en la casa, aunque la atmósfera se mantenía irremediablemente fúnebre y el ánimo de todos seguía estando por los suelos.

Sin embargo, la poca tranquilidad que teníamos se rompió drásticamente cuando, primero una vibración y luego una violenta sacudida, zarandearon la casa con todos los que estábamos adentro.

El tiempo se estiró, los segundos duraron siglos y el sismo no hacía más que incrementar su intensidad. Se fue la luz, los vidrios chocaron y las paredes se sacudieron bruscamente, mientras a la confusión reinaba entre nosotros.

Mi madre corrió a abrazar a mis abuelos; la esposa de mi primo corrió hacía sus hijas; mi padrino abrazó a mi madrina. Todos ellos, a diferencia de mí, vivieron el terremoto de 1985.

“¡Mi hijo, mi hijo está allá abajo!”, dijo uno de mis tíos con voz ronca, mientras mi abuela rezaba con los ojos y los puños apretados.

Por lo menos ellos pudieron enunciar palabra; a mí la voz se me extravió por completo.

A cuentagotas, el estremecimiento por fin empezó a detenerse; sin poder recuperarme del shock, busqué mi teléfono y comencé a mensajear y llamar a mis contactos, sin éxito.

Lo más inteligente que hice fue encender la televisión y aprovechar la poca conexión a internet tan solo para enterarme que según el Servicio Sismológico Nacional, el sismo tuvo una magnitud de 6.8 grados Richter y tuvo como epicentro un punto al oeste de Chiautla de Tapia, Puebla.

Los todavía pocos reportes de la televisión no alcanzaban a enterarnos de la gravedad de los daños que sabríamos más tarde.

  

De vuelta en la casa, la familia poco a poco regresó a la normalidad y luego a de nuevo la calma apesumbrada de antes. Gracias a la ubicación de la casa, alejada del primer cuadro de la ciudad y de esas pérdidas el temblor no causó estragos como en el resto de la ciudad.

Los gestos de sorpresa y miedo fueron sustituidos por las no menos alentadoras muecas de tristeza profunda y solemnidad, y varios de los dolientes se fueron de la casa para estar con sus propias familias.

Aunque de manera diferente, en esta casa este martes 19 de septiembre de 2017 seguirá siendo una fecha para recordar.